1. Introducción
2. Orígenes
3. Antípatro
Entra Roma en escena
Antípatro, gobernador de Judea
Guerra contra los partos
Guerra civil: César contra Pompeyo
Al rescate de Julio César en Egipto
Antípatro nombra a sus hijos gobernadores
4. Herodes afianza su poder
Asesinato de Sexto Julio César
Guerra civil en el Imperio Romano y fin de Antípatro
Herodes, el hombre fuerte de Judea
Antígono y los partos se alían contra Herodes
5. Herodes, rey de Judea
Herodes retorna a Judea
Hircano
Cleopatra desea ampliar su reino
Herodes entra en guerra contra los árabes nabateos
Un terremoto asola Judea
Asesinato de Hircano
Herodes se presenta ante Augusto
Aumenta el reino de Herodes
Herodes dispone la muerte de su mujer Marianne
Teatros, campeonatos y otras costumbres paganas
Herodes, mecenas en el extranjero
Sobreviene una hambruna en Judea y en Siria
Herodes se casa otra vez
Dos hijos de Herodes se van a Roma
La profecía del esenio Manaem
Decreto impío contra la criminalidad
Regresan de Roma los hijos de Herodes y se casan
Herodes intercede por los judíos de Jonia ante Agripa
Disputas filiales
Denuncia y reconciliación
Los juegos quinquenales
Herodes profana el sepulcro de David
Continúan las disputas familiares
Interviene Arquelao. Intrigas de Antípatro
Conflicto con la Traconítida
El complot de Alejandro y Aristóbulo
Nicolás de Damasco recupera la amistad del César
Juicio en Berito contra sus hijos
Condena a muerte de Alejandro y Aristóbulo
Crece la antipatía hacia Antípatro
Zamaris funda Bataris
Antípatro intriga con Feroras
Disputa entre Herodes y Feroras
Antípatro se marcha a Roma
Muere Feroras
Se revelan los planes de Antípatro
Antípatro acusado de alta traición
Juicio a Antípatro y condena a muerte
Herodes cae gravemente enfermo
Una felonía póstuma
Ejecución de Antípatro
6. Muerte de Herodes
7. El testamento definitivo de Herodes
Funerales de Herodes
8. Las numerosas mujeres e hijos de Herodes
9. Las construcciones de Herodes
A. Fortalezas
1. Cipros
2. Dok
3. Alexandreion
4. Maqueronte
5. Hircania
6. Herodión
7. Masada
B. Pueblos y ciudades
1. Fasaelis
2. Antípatris
3. Agripias
4. Sebaste
5. Cesarea Marítima
C. Colonias militares
1. Batira
2. Gaba
3. Hesbón
4. Danaba
D. Diversos santuarios
1. El pozo de Abraham de Marne
2. La Tumba de los Patriarcas
3. Panio
E. Palacios y torres defensivas
1. Palacio de Herodes en Jerusalén
2. La Fortaleza Antonia
3. Las torres de Hippicus, Mariamne y Fasael
4. Los complejos palaciegos de Jericó
F. Reforma y ampliación del Templo
10. Herodes en la Biblia
11. Luces y sombras de Herodes
12. Bibliografía
1. Introducción
Todos hemos oído hablar de la famosa matanza de los inocentes que perpetró Herodes porque quería acabar con todos los niños menores de dos años, ya que sabía a través de unos sabios de oriente que había nacido el rey de los judíos y temía que le disputara el trono.
El personaje causante de este infanticidio fue Herodes I, también llamado Herodes el Grande, un monarca títere de Roma que gobernó un pequeño estado judío las últimas tres décadas antes de Cristo.
Creó una dinastía, la dinastía herodiana, que controló los designios de los judíos durante más de un siglo.
2. Orígenes
Para entender la figura de este personaje tan complejo, para poder comprender su forma de gobernar y su comportamiento contradictorio debemos analizar el contexto político e histórico en el Herodes vino al mundo y creció.
Este personaje, que llegó a ser rey de los judíos, era idumeo, sin embargo tenía un nombre griego: Ἡρωίδης (Hērōídēs), que se acortó pasando a ser Ἡρῴδης (Hērṓdēs), palabra derivada de Heros, "héroe".
Su nombre como ciudadano romano era Cayo Iulio Herodes, y la posteridad lo conocía como Herodes el Grande, o Herodes I.
Herodes, cuyo nombre latino era Gaius Iulius Herodes, nació en el año 73 a.C.
Era el hijo de un idumeo de nombre Antípatro y de una mujer de origen árabe llamada Cipros (o Cyprus), que era hija de un jeque árabe.
Llama la atención que un varón que no tiene sangre judía por parte de ningún progenitor llegara a ser rey de los judíos.
Para entender cómo es posible que alcanzara el poder, debemos detenernos en una figura clave en la historia judía del siglo I a.C.: su padre Antípatro.
3. Antípatro
Este Antípatro era un idumeo que, al igual que tantos otros paisanos suyos, se tuvo que convertir al judaísmo de manera forzosa, cuando el rey asmoneo Juan Hircano I, ampliando sus dominios, conquistó Idumea (la bíblica Edom) y sometió a sus habitantes a la religión judía.
Sólo abrazando las tradiciones de sus invasores y circuncidándose podían los idumeos mantener sus bienes.
Dichas conversiones masivas eran vistas con desconfianza por el sector más celoso de la Ley: los fariseos, los cuales nunca consideraron plenamente judíos a los idumeos.
Antípatro el idumeo contrajo matrimonio con una noble nabatea, es decir árabe, que tenía muy buenas relaciones con todos los reyes árabes.
A través de su mujer, Antípatro se gana el afecto y la fidelidad de los nabateos, principalmente de su rey Aretas III, que era pariente de Cipros.
De dicho matrimonio salen cuatro hijos: Fasael, Feroras, Herodes y José, así como una hija: Salomé.
Antípatro no era un idumeo cualquiera, había sido nombrado gobernador (strategós) de Idumea por el rey asmoneo Alejandro Janneo y más tarde había seguido manteniendo dicho cargo bajo el mando de la reina Salomé Alejandra.
Al parecer también habría sido gobernador de Idumea el padre de Antípatro, Antipas.
Todo iba más o menos bien hasta que dicha reina Salomé enferma gravemente en el año 67 a.C., y nombra sucesor a su hijo primogénito Hircano (Hircano II), el cual era a la sazón Sumo Sacerdote.
Así pues sube al trono dicho Hircano II, pero no va a poder hacerlo en paz y armonía, pues su hermano decide disputarle el trono.
Así es, el otro hijo varón de Salomé Alejandra, Aristóbulo II no acepta de ninguna manera que su hermano mayor se quede con todo el poder y, cuando la reina fallece, ve llegado el momento de actuar y hacerse con la corona.
Organiza unas milicias y empieza a conquistar por su cuenta la mayoría de Judea.
Poco a poco Aristóbulo II va apoderándose de algunas fortalezas clave para controlar el reino y va formando un ejército de mercenarios. Se autoproclama rey.
Hircano se ve cada vez en una situación más desesperada y llega a pensar en abdicar y cederle el trono a su hermano.
Se entabla la típica guerra civil entre hermanos por el tema de la sucesión.
Se forman dos bandos claramente diferenciados.
La clase religiosa también se divide y cada fracción apoyará a un candidato diferente.
Los fariseos se posicionan a favor de Hircano II por ser éste el legítimo sucesor de la reina Alejandra Salomé, la cual tanto había hecho por devolverles a los fariseos el poder que el anterior monarca les había quitado para entregárselo a su secta rival: los saduceos.
Había, sin embargo, un aspecto que indignaba profundamente a los fariseos, y era el hecho de que Hircano II fuera Sumo Sacerdote.
En efecto, los asmoneos decidieron que no bastaba con detentar el poder político y militar, sino que también debían apropiarse del cargo de Sumo Sacerdote, algo que irritaba enormemente a los más religiosos.
Los saduceos, secta enemiga de los fariseos, habían sido los grandes favorecidos mientras reinó Alejandro Janneo, y se vieron de la noche a la mañana desposeídos de poder e influencia, cuando llega al trono Salomé Alejandra; es por ello que deciden ponerse del lado del hijo pequeño de esta, Aristóbulo II, con la esperanza de recuperar sus beneficios si éste lograba hacerse con el trono.
Es aquí cuando interviene Antípatro, que también era asesor en la corte de los asmoneos.
Antípatro se ve en la obligación moral de proteger al indolente Hircano, en agradecimiento a todos los favores recibidos por la familia asmonea.
Haciendo uso de sus buenos contactos con la casa real nabatea, Antípatro convence al rey Aretas III de la necesidad de tomar partido por Hircano y evitar que fuera derrocado por su ambicioso hermano.
A cambio de la generosa ayuda que Aretas III le proporciona a Hircano, nada menos que un ejército de 50.000 hombres, Hircano se compromete a devolverle al monarca árabe una serie de ciudades nabateas que su padre, Alejandro Janneo, había conquistado y añadido a su reino judío.
Con el apoyo de los fariseos, y de las tropas nabateas, Hircano se ve capaz de acometer una ofensiva contra el ejército de su hermano.
Efectivamente, los soldados de Aristóbulo resultan derrotados, y el usurpador ha de ponerse a salvo huyendo a Jerusalén, donde es sometido a un asedio por las milicias de Aretas en el año 65 a. C.
Ahí mismo hubiera acabado la guerra entre hermanos con la victoria de Hircano, sino fuera porque a los romanos se les ocurre intervenir.
Entra Roma en escena
Cuando Pompeyo se encontraba en Oriente tratando de someter al rey Tigranes de Armenia, que se había rebelado contra la autoridad romana, envía a su tribuno militar y también cuñado, Marco Emilio Escauro, a Damasco.
Escauro se entera ahí de que los dos hermanos asmoneos se disputan el trono en Judea con inusitada violencia.
Decide ir en persona a Jerusalén y ver qué está pasando.
Cuando entra en Judea le salen al paso delegados en representación de ambos hermanos.
El portavoz de Aristóbulo soborna al tribuno con 300 talentos (en “La Guerra de los Judíos” es esa la cantidad que apunta Flavio Josefo, mientras que en su posterior obra “Antigüedades de los Judíos” aparece una cantidad algo mayor: 400 talentos) para que Roma apoye las pretensiones al trono de Aristóbulo.
Escauro acepta la proposición y envía a un mensajero para instar a Hircano y a los nabateos a abandonar el asedio.
Aretas se arredra y replegando sus tropas se marcha a Filadelfia.
Viendo que sus intimidaciones han tenido éxito, Escauro se vuelve a Damasco.
Pero a Aristóbulo le movía una ambición desmedida por el poder y determina aprovechar que el principal aliado de su hermano ha puesto pies en polvorosa para lanzar un ataque contra sus enemigos.
De esta manera se produce una batalla en un lugar llamado Papirón, donde el ejército de Aristóbulo aplasta a las tropas de Hircano, acabando con la vida de seis mil soldados.
Entre esas víctimas estaba Falión, un hermano de Antípatro.
Todo parecía estar perdido para la causa de Hircano, pero es en este momento cuando tiene lugar un cambio inesperado en el posicionamiento de los romanos en la guerra fratricida.
Pompeyo se dirige a Damasco y ante él se presentan legados de ambos hermanos que habían acudido para ganarse el favor de Roma, Antípatro en nombre de Hircano y Nicodemo en representación de Aristóbulo.
Y he aquí que Nicodemo comete una torpeza que resultará muy ofensiva para los romanos: acusa a Gabinio y a Escauro de haber extorsionado a Aristóbulo.
Concretamente denuncia a Escauro de haber exigido nada menos que quinientos talentos. Pero Pompeyo confía en su cuñado y hace oídos sordos ante las acusaciones.
Lo que de verdad lleva a Pompeyo a colocarse en el bando de Hircano fue un incidente que protagonizó Aristóbulo, llevado por su arrogancia.
Cuando Pompeyo escucha a ambas partes, las despide con buenas palabras y les promete pensar sobre el asunto y tomar una determinación, una vez llegue a Roma.
Mientras tanto les conmina a poner fin a las hostilidades, y conociendo el carácter impetuoso de Aristóbulo, le dirige una serie de palabras halagadoras para evitar que este amotinara la región y le cortara las comunicaciones de camino a Roma.
Y es precisamente eso lo que hace Aristóbulo, el cual, viendo que no conseguía lo que se proponía de Pompeyo, es decir que lo nombrara rey de Judea, decide que su dignidad y título real no van a depender de los que dispongan los romanos, y ni corto ni perezoso, abandona de forma irrespetuosa a Pompeyo y se marcha airado a la ciudad de Dión y de ahí a Judea.
Pompeyo se encoleriza por este desplante y ordena que su ejército se lance a por Aristóbulo.
El embajador de la causa de Hircano, Antípatro, por el contrario, se comporta con enorme diplomacia y astucia, y acaba por convencer a Pompeyo de que apoyando a Hircano está haciendo lo correcto.
La relación que se establece entre Pompeyo y Aristóbulo es complicada, un día Aristóbulo promete que se va a someter a la autoridad de Pompeyo, para armar a su ejército al día siguiente y hacer lo que le viene en gana.
Cansado de los vaivenes de Aristóbulo y de su actitud desafiante, Pompeyo ordena detenerlo y enviarlo a Roma prisionero.
Los seguidores de Aristóbulo en Jerusalén se oponen a una rendición y continúan presentando resistencia a Hircano y a sus nuevos aliados, los romanos.
Para ello se atrincheran en el templo, que es sometido a un feroz asedio de tres meses, al cabo de los cuales las tropas romanas asaltan el recinto sagrado causando numerosas víctimas, muchas de las cuales eran sacerdotes.
Por si no fuera suficiente ofensa el derramamiento de sangre judía en un recinto tan sagrado como el templo de Jerusalén, los legionarios romanos llevan a cabo un sacrilegio aún peor: entran en el Kodesh Hakodashim, el “sancta sanctorum”, el recinto más sagrado del templo, al cual sólo tenía acceso el Sumo Sacerdote el día de Yom Kippur (o día de la Expiación).
La profanación es imperdonable y causa un profundo malestar entre los judíos.
Si los romanos no tocaron ni una moneda del tesoro del templo cabe preguntarse, ¿qué pretendía realmente Pompeyo con aquella ofensa tan grave?, ¿quiso demostrar con su gesto su autoridad y potestad sobre todos los aspectos de la vida de los judíos? Lo desconocemos.
Antípatro, gobernador de Judea
Corría el año 63 a. C. y Pompeyo determina que se realicen cambios en la situación política de la región; Para ello promulga las siguientes disposiciones:
- Hircano es confirmado como Sumo Sacerdote, pero no como rey de los judíos.
- A partir de ese momento Judea estará subordinada al gobernador romano de la provincia de Siria, el primero de los cuales va a ser Marco Emilio Escauro.
- Las poblaciones gentiles que habían sido conquistadas por los asmoneos y que se encontraban en la periferia de Judea debían de ser liberadas.
- Judea habrá de pagar un tributo a Roma.
- Antípatro pasa a ser el gobernante y administrador de la provincia de Judea en nombre de Roma.
Con el apoyo de los romanos, Hircano consigue entrar en Jerusalén y recuperar su cargo como Sumo Sacerdote, pero el precio que tiene que pagar es altísimo:
a) Se acaba la dinastía asmonea
b) Ya no será rey
c) Judea pasa a convertirse en un protectorado romano.
d) Gobierna un extranjero: Antípatro, pero la última palabra la va a tener siempre el gobernador o legado romano de la provincia de Siria, a la que Judea está supeditada a partir de entonces.
Antípatro ya tenía experiencia como administrador, pues había sido gobernador de Idumea y asesor en la corte asmonea.
Ahora se va a encontrar con la mayor responsabilidad de su vida: gobernar Judea. Y no debió de hacerlo mal, pues cuando años más tarde Aulo Gabinio (años 57 -54 a.C.) ocupara el cargo de legado de la provincia romana de Siria, Hircano fue despojado de todo poder político, mientras que Antípatro permaneció en su cargo.
Esto último sucedió porque a Roma se le agotó la paciencia en el asunto de las viejas rivalidades entre los hermanos asmoneos.
En el año 63 a.C., Pompeyo se había llevado a Roma, en calidad de prisioneros a Aristóbulo II, así como a los dos hijos de éste, Alejandro y Antígono Matatías.
Tanto Alejandro como su padre Aristóbulo lograron, años más tarde, escaparse de Roma, llegar a Judea y encabezar un levantamiento contra Hircano II y Antípatro, enfrentándose incluso en varias ocasiones con las tropas de Aulo Gabinio, sin éxito alguno.
Cansados de los asmoneos, los romanos resuelven apartarlos definitivamente del poder y dejar tan solo a Antípatro como gobernante títere de Roma en Judea.
Se divide la región país en cinco diferentes distritos administrativos.
Guerra contra los partos
En el año 54 a.C., Marco Licinio Craso, que junto con Julio Cesar y Pompeyo había formado parte del primer triunvirato, es nombrado gobernador de Siria, a donde acudirá para relevar a Aulo Gabinio.
A Marco Licinio Craso lo que de verdad le interesaba no era administrar la provincia que le habían encomendado lo mejor que pudiera, su obsesión era pasar a la historia como el general que sometió a los indómitos partos.
No teniendo en su cabeza más meta que la gloria y las riquezas que adquiriría si conseguía doblegar a dicho pueblo se dedicó a planear una guerra contra los feroces partos.
Para pertrecharse con todo lo que necesitaba para una empresa de ese calibre no se le ocurre nada mejor que echar mano de todas las riquezas que se hallaban en el templo de Jerusalén, y cuando hablamos de riquezas no sólo nos referimos al famoso tesoro que antes hemos mencionado, sino a todos los objetos de adorno que en el sagrado recinto se encontraban y pudieran tener algo de valor.
De esta manera saquea el templo, llevándose según Flavio Josefo una cantidad de 10.000 talentos de oro.
El caso es que semejante suma de dinero no le sirvió de gran cosa a Craso y a sus tropas, pues fueron devastadas en la famosa batalla de Carras (Carrhae) contra el ejército parto.
En dicha batalla, que tuvo lugar en el año 53 a.C. en la localidad de Carrahae, en el noreste de la península anatólica, las tropas romanas, comandadas por Marco Licinio Craso, sufrieron una apabullante derrota a manos de la caballería parta, dirigidas por el comandante Surena, a pesar de que los efectivos romanos eran mucho más numerosos que los del enemigo.
En la contienda perece la mitad del contingente romano (unos 20.000 legionarios) y una cuarta parte del mismo es hecho prisionero.
Entre las víctimas de la campaña están también el propio Craso y su hijo Publio.
Los judíos interpretan la debacle romana como un castigo romano por el tremendo acto de impiedad cometido por Craso al profanar el templo de Jerusalén.
La verdad es que la perdida en vidas humanas es tremenda. La derrota es un auténtico mazazo para Roma, que ve como un pueblo de bárbaros la somete a una humillación inaudita.
Pero no menos cierto es que la muerte de Craso supone también la pérdida de un elemento de enorme importancia para la estabilidad política romana.
Craso era el elemento pacificador en el triunvirato. Cuando dicho elemento desaparece se desata una terrible carrera entre los otros dos miembros por ver quién se hace con el poder único y absoluto en Roma.
Es así como se produce una de las peores guerras civiles de su historia: la que enfrentará a Julio César con Pompeyo.
Guerra civil: César contra Pompeyo
En Roma la tensión política entre las dos mencionadas facciones va en aumento hasta que en el año 49 a.C. estalla la guerra.
De un lado Julio César, del otro Pompeyo.
Una de las primeras medidas que toma César para fastidiar a su rival es poner en libertad a Aristóbulo, al cual le cede dos legiones, con la idea de que ataque a Hircano, principal aliado de Pompeyo en Oriente, y de esta manera desestabilice esa región del imperio, concretamente Siria, que estaba bajo mando de Pompeyo.
Pero el plan fracasa, pues Aristóbulo es envenenado por partidarios de Pompeyo en Roma.
No acaba ahí la cosa; Pompeyo entiende que sólo habrá paz y estabilidad en la zona oriental del imperio romano si se acaba con el principal elemento de discordia en la región: Alejandro, el primogénito de Aristóbulo II.
Así que, sin pensárselo dos veces, Pompeyo le da la orden a su suegro Quinto Cecilio Metelo Pío Escipión Nasica, gobernador de Siria, de que detenga a Alejandro y lo decapite en Antioquía, acusado de crímenes contra los romanos, hecho que tuvo lugar en el año 49 a.C.
Ya sólo queda vivo un miembro de la familia de Aristóbulo II que puede reclamar sus derechos al trono: se trata de su hijo pequeño: Antígono Matatías; y así es, efectivamente, lo que determina llevar a cabo el muchacho: continuar la lucha que sus fallecidos padre y hermano habían emprendido contra Hircano, Antípatro y los romanos.
Ya veremos más adelante, no nos precipitemos, como con la ayuda de los partos, este Antígono Matatías llega a alcanzar el ansiado trono de Judea en el año 40 a.C. así como el cargo de Sumo Sacerdote.
Pero ahora estábamos ocupados con la guerra civil que se había desatado entre Julio César y Pompeyo.
A lo largo y ancho del imperio romano tienen lugar una serie de batallas en las que unas veces gana César, como es el caso de la batalla de Ilerda, en Hispania, y en otras Pompeyo, como es el caso de la batalla de Dirraquio, en Iliria.
Pasado un mes de la última batalla, concretamente el 9 de agosto del 48 a. C., tiene lugar la última de las contiendas en Farsalia, Grecia central.
Cayo Julio César y sus aliados se enfrentan, en la que va a ser la batalla decisiva de esta guerra civil, al ejército de Cneo Pompeyo Magno.
Pompeyo contaba con el apoyo de la enorme mayoría de senadores, pero Julio César tenía lo que de verdad hay que tener para ganar en el combate: legiones de veteranos curtidos en mil lides.
Con esta batalla concluye la guerra civil.
Gana Julio César y Pompeyo ha de huir a Egipto.
Aquí acaba la época de la República Romana y da comienzo una nueva era, la del Imperio.
Pompeyo decide pedirle refugio al faraón de Egipto, Ptolomeo XIII, pero este vacila en dárselo. No se quiere enemistar con Julio César, que es, a todas luces, quien va a gobernar los designios de Roma a partir de entonces.
Un eunuco del rey, de nombre Potino, le tiende una trampa a Pompeyo y acaba con su vida cortándole la cabeza. Era septiembre del año 48 a.C.
Con este indigno final para un hombre como Pompeyo, se pone punto y final a la guerra.
Al rescate de Julio César en Egipto
Unos meses más tarde, ya entrados en el año 47 a. C., Julio César se presenta en Egipto buscando a Pompeyo con una tropa de 4.000 legionarios.
Lo recibe adulador el primer ministro de Ptolomeo XIII, el eunuco Potino.
Le muestra la cabeza de Pompeyo y su anillo con el sello.
Por aquel entonces Egipto se hallaba también inmerso en una lucha intestina por el poder entre dos facciones: por un lado estaba el faraón Ptolomeo XIII, que era un muchachito de apenas 12 años, y por el otro lado estaba su hermana Cleopatra VII, que se creía más capacitada que su hermano para dirigir el país.
Así es, a la muerte del padre de ambos, Ptolomeo XII, en el año 51 a.C., los dos hermanos heredan el trono en calidad de corregentes.
Potino, que buscaba a toda costa halagar a César, pensaba que eliminando a su principal rival, se ganaría su amistad.
Nada más lejos de la realidad, pues en lugar de obtener el agradecimiento de Julio César lo que consigue con el vil asesinato de Pompeyo es indignar profundamente al futuro emperador.
Pompeyo había sido compañero, amigo y yerno de Julio César, y éste tenía pensado encontrarse con aquel en Egipto para ofrecerle su perdón y de esta manera poder ambos reconciliarse.
César se instala en Alejandría e intenta conseguir que ambos hermanos dialoguen y hagan las paces.
Potino el Eunuco llega a la conclusión de que César está metiendo las narices en asuntos que no son de su incumbencia y además está beneficiando con sus propuestas a Cleopatra, la cual, por cierto se había convertido en amante del romano.
César había ocupado el palacio real en Alejandría, que era un recinto magníficamente fortificado y había comenzado a solicitar enormes cantidades de dinero a los egipcios.
Esto fue ya la gota que colma el vaso de la paciencia de Ptolomeo XIII y su corte.
Sin pensárselo mucho, el ministro de Ptolomeo XIII somete a un asedio el palacio real de Alejandría con Cleopatra, César y sus tropas dentro, y llama a todos los egipcios a levantarse contra los arrogantes romanos en nombre de su faraón y de Egipto.
Durante el cerco de Alejandría, que llegó a durar hasta cinco meses se produjo probablemente el incendio que acabó con la mítica biblioteca de Alejandría.
Al parecer, César ordeno incendiar sus propias naves en el puerto de Alejandría para, de esta manera, impedir que atracaran los barcos de Ptolomeo.
El fuego se extendió a unos almacenes de grano cercanos y de ahí paso a la legendaria biblioteca que fue pasto de las llamas.
Hay diferentes versiones del incidente, y hay también historiadores que no creen que dicho incendio alcanzara realmente a la famosa biblioteca, y que el final de la misma se produjo siglos más tarde.
La situación de los romanos en el palacio era penosa. César se defendía como un gato panza arriba, pero era consciente de la superioridad numérica del ejército egipcio, que contaba con no menos de 20.000 hombres y estaba puesto al mando del general Áquila.
El César, viendo que no podía escapar del cerco egipcio ni por tierra ni por mar, manda delegados a las provincias romanas y a los reyezuelos títere que Roma tenía por todo Oriente para solicitar refuerzos que acudan a levantar el bloqueo al que están sometidos.
El general Cneo Domicio Calvino, gobernador de la provincia romana de Asia le envía a César una flota con numerosas tropas a bordo.
Otra ayuda muy importante es la que le manda un noble aliado de Roma de nombre Mitrídates I del Bósforo (también conocido como Mitrídates I de Pérgamo).
Julio César le había encomendado a dicho Mitrídates reclutar por todo Asia Menor y Siria soldados dispuestos a marchar a Alejandría para sacarle del atolladero en el que se encontraba.
Mitrídates consigue formar un nutrido grupo de voluntarios a los que se le suman los 3.000 judíos que reúne Antípatro.
Es precisamente en este episodio donde Antípatro demuestra su valía, así como su férrea fidelidad a Roma.
Haciendo valer sus dotes diplomáticas y persuasivas, Antípatro consigue convencer a numerosos dirigentes orientales de aportar hombres a la campaña de liberación de César, como es el caso del rey Nabateo Malico I (también conocido como Malic, Maleo, Malicos o Malik).
Así pues, en diciembre del año 48 a. C., Mitrídates, Antípatro y Malico I embarcan a su contingente y marchan bordeando la costa hasta la ciudad de Pelusio, situada a orillas del ramal más oriental del Nilo en su desembocadura (en el Delta del Nilo).
Esta ciudad fronteriza estaba fuertemente protegida, pero Mitrídates pudo romper las barreras que habían puesto los egipcios en el Nilo y entrar por un canal en dicho rio.
Toman la ciudad, que era el primer gran obstáculo que se iban a encontrar en su operación de rescate y llegan a la ciudad de Leontópolis, donde Antípatro echa mano de nuevo de su enorme dote de persuasión y se gana para su causa a la población judía de dicha localidad.
Más tarde se les entrega la ciudad de Menfis.
El avance de las tropas de Mitrídates y Antípatro es imparable. César es informado de que se van acercando sus aliados y decide salirles al encuentro para romper el cerco y juntos acometer a las fuerzas de Ptolomeo XIII.
Después de unas ingeniosas maniobras de distracción y regate por parte de César, ambos ejércitos, es decir los 4.000 hombres de Julio César y los voluntarios al rescate se pueden saludar.
El 14 de enero del año 47 a.C. tiene lugar una batalla a orillas del Nilo en la que los ejércitos egipcios resultan aplastados y Ptolomeo XIII muere ahogado.
Egipto capitula.
Antípatro se ha mostrado como una pieza clave en toda esta misión de rescate.
a) Consigue reclutar numerosos voluntarios
b) Sabe convencer y persuadir a los indecisos para que tomen partido por César
c) Es valiente y arrojado en el combate
d) Es buen estratega
e) En la última batalla, en la desembocadura del Nilo logra salvar a su compañero Mitrídates que se encontraba en una situación angustiosa.
La fidelidad inquebrantable del idumeo a César, junto con su sagacidad y sus hazañas de guerra, asombran a Julio César que se deshace en elogios hacia Antípatro y recompensa a tan valioso servidor concediéndole numerosos privilegios, como son:
a) le concede la ciudadanía romana
b) queda exento de pagar impuestos
c) por indicación del propio Antípatro, confirma a Hircano como sumo sacerdote y Etnarca de Judea.
d) a Antípatro lo nombra epitropos de Judea, es decir gobernador o procurador.
e) se le permite a Hircano reconstruir las murallas de Jerusalén, que permanecían en mal estado desde que la ciudad fuera atacada por los soldados de Pompeyo.
Además César dispone que todos estos honores queden consignados en el Capitolio como testimonio del enorme valor que Antípatro ha mostrado.
Antípatro nombra a sus hijos gobernadores
Así pues tenemos a Hircano confirmado en su trono y a Antípatro nombrado gobernador de Judea.
Poco a poco queda patente a todo el mundo que Hircano es incapaz de administrar su reino y que todo lo tiene que hacer Antípatro, que es el que verdaderamente detenta el poder en Judea.
En un momento determinado Antípatro toma una audaz decisión que le sale bien: decide que va a transferir el poder a sus dos hijos: Herodes y Fasael.
Efectivamente, nada ni nadie impide que se nombre a su hijo Fasael gobernador de Jerusalén y a Herodes gobernador de Galilea.
Ambas designaciones suponen de facto el fin de la dinastía de los asmoneos, cuyos miembros nunca más tendrán peso político en la región.
4. Herodes afianza su poder
Acabamos de mencionar que, cuando Antípatro vuelve de la campaña de Alejandría investido con el título de epitropos de Judea por el hombre más poderoso que en ese momento había en todo el orbe, no tarda en darse cuenta de que, como mejor están administrados los asuntos de Judea es bajo su tutela.
Viendo que el abúlico monarca Hircano no parece mostrar gran interés por el gobierno de su reino, Antípatro decide colocar a dos hijos como futuros gobernantes de la región.
Al mayor le confía la gestión de Jerusalén y a Herodes, que debía de tener por aquel entonces no más de 25 años le encomienda el control de Galilea.
Hircano no parece reaccionar muy mal al mini golpe de estado que le acaban de dar delante de sus narices. Y seguramente la relación entre el monarca y la familia Herodes no se hubiera visto afectada, sino fuera por dos factores que hacen su aparición:
a) El éxito y la buena acogida que las medidas de Herodes tienen entre el pueblo.
b) La envidia de los otros consejeros judíos de Hircano, que ven como una familia de extranjeros van haciéndose con el poder en Judea a pasos agigantados.
Estos asesores, venidos de las clases nobles judías, serán los que le inoculen a Hircano el germen de los celos y la desconfianza.
Ambos hermanos se hacen populares entre la población. Especialmente el enérgico y resuelto Herodes, que actuaba inmediatamente ahí donde surgía un problema, como, por ejemplo hizo en el caso de una temible banda de ladrones que aterrorizaban las regiones fronterizas con Siria.
Por aquel entonces andaba una partida de bandoleros aterrorizando las aldeas de ambos lados de la frontera entre Judea y Siria.
Al mando de los salteadores estaba un tal Ezequías.
En cuanto Herodes es conocedor de los hechos organiza una tropa, marcha al norte, da caza al tal Ezequías y a otros muchos miembros de su cuadrilla.
Descabezada la banda, vuelve la paz a la región. Los vecinos afectados por las incursiones de los facinerosos están encantados con la eficacia de Herodes y lo reciben con vítores y alabanzas por ahí por donde pasa.
Flavio Josefo nos indica que la población llegaba incluso a aclamarlo como si realmente fuera él el rey y no Hircano II.
Evidentemente estas muestras de afecto popular y el hecho de que Herodes se comporte como si tuviera toda la potestad hacen que salten las alarmas en el entorno de Hircano, que ven que Herodes está consiguiendo cada vez más poder y se puede llegar a convertir en una amenaza.
Además Herodes y su hermano son intocables, pues Antípatro goza del aprecio y la protección de Roma.
Hircano y su círculo más cercano empiezan a pensar en cómo se pueden quitar de encima a Herodes de forma legal.
Deciden acusarlo de haber acabado con el cabecilla de la banda de bandoleros y de varios de sus secuaces sin haberlos sometido previamente a juicio; dicho de otra manera, Herodes se ha tomado la justicia por su mano, ha actuado por su cuenta.
La verdad es que Hircano II y sus consejeros no tienen gran cosa para culpar a Herodes. Por un lado su padre es un protegido de Roma, que lo ha nombrado gobernador de Judea, es decir que tiene la potestad de castigar a aquellos que pongan en peligro la estabilidad de sus dominios, algo que el delega en sus dos hijos.
Por otro lado, la eficiente campaña de pacificación que ha realizado Herodes se ha desarrollado principalmente en Siria, es decir fuera del reino de Hircano, o la que es lo mismo dentro de la jurisdicción de Siria y por tanto de Roma.
Roma es la única potencia que tiene la competencia de castigar, si así lo ve necesario, el comportamiento de Herodes. Pero esto es justo lo contrario de lo que la autoridad romana en Siria, Sexto Julio César (Sextus Iulius Caesar) piensa hacer.
Este Sexto Julio César, procurador romano de la provincia de Siria, es pariente de Julio César -valedor de Antípatro-, y no sólo está encantado con las intervenciones pacificadoras de Herodes en la frontera, sino que además insta a Hircano a que retire sus acusaciones contra Herodes, el cual, viendo que no soplan vientos favorables en Jerusalén, se refugia temporalmente en Damasco.
La amistad entre Herodes y el procurador de Siria se hace cada vez mayor, y éste acaba designando al idumeo, general del ejército en Siria y en Samaria.
Investido de tal dignidad y poder, ya no les va a resultar fácil a sus rivales en Judea acabar con su meteórica carrera.
Despechado por haber sido tratado como un criminal, Herodes decide marchar con sus hombres a Jerusalén y deponer a Hircano por la fuerza.
Su padre Antípatro y su hermano Fasael le salen al paso y le hacen entrar en razón; le hacen ver que Hircano ha sido siempre muy generoso con todos los miembros de su familia y que no debe hacerle ningún mal.
Le proponen que se presente simplemente en Jerusalén con sus temibles tropas para pasearse por ahí y dejar bien claro quién tiene el poder ahora, pero que no pasara de ahí la cosa.
Asesinato de Sexto Julio César
En el año 46 a.C. Pompeyo llevaba dos años muerto pero la guerra civil que se había desatado por todo el imperio romano entre los dos aspirantes al mando, Julio César y Pompeyo, todavía no había acabado del todo.
Aún se producen ciertos episodios que dejaban ver que, aunque ya todo el poder está en manos de Julio César, todavía hay partidarios de Pompeyo que no están dispuestos a tirar la toalla.
Uno de estos incondicionales del malogrado Pompeyo es Quinto Cecilio Baso (Quintus Caecilius Bassus), el cual falsifica unos documentos donde se informa de que César ha perecido en combate en África. También falsifica unas credenciales donde consta que ha sido nombrado gobernador de Siria por el ejército pompeyano.
Con esta argucia y sus tropas consigue apoderarse de Tiro y desde ahí se lanza contra Sexto Julio César, al cual no consigue doblegar.
Baso trama un plan para acabar con Sexto, sobornando a sus hombres para que acaben con él.
Una vez es asesinado Sexto, Baso se adueña de sus tropas y las pone bajo sus órdenes.
Julio César envía tropas al mando de Lucio Estacio Murco, el cual puede vencer a Baso con la ayuda de Quinto Marcio Crispo, gobernador de Bitinia y del fiel Antípatro.
Antípatro, que acude siempre en ayuda de su benefactor, solicita también la colaboración de sus dos hijos, Fasael y Herodes.
Guerra civil en el Imperio Romano y fin de Antípatro
En los idus de marzo del año 44 a. C. Julio César cae apuñalado, víctima de una conjura en la que participa, además de su hijo adoptivo Bruto, Cayo Casio Longino (Gaius Cassius Longinus).
Se vuelven a forman diferentes facciones que aspiran a hacerse con el poder.
Uno de los que ambicionan el trono es Cayo Casio Longino, cabecilla del magnicidio, y que poco antes de cometer el asesinato había sido designado gobernador de Siria por el mismo Julio César.
Después de acuchillar a César, parte a Siria donde se sabe seguro, bajo la protección de sus legiones.
Marco Antonio, que pretende también ser emperador, aparta del cargo a Casio como gobernador de Siria, y en su lugar nombra a Publio Cornelio Dolabella (Publius Cornelius Dolabella).
Casio llega todavía a tiempo de hacerse con la dirección de las tropas de Siria que anteriormente le habían encomendado.
Tenemos pues a Dolabella como legítimo Gobernador de Siria por un lado, y a Casio como Gobernador cesado, que se aferra a su cargo y se niega a abandonarlo.
Se produce una inevitable lucha por el poder en Siria. El ejército de Casio derrota al de Dolabella en la batalla de Laodicea.
Casio se hace con el poder en Siria pero sabe que no se puede dormir en los laureles, pues en cualquier momento le puede llegar el ataque de las tropas que Marco Antonio envíe desde Roma.
Para mantener y engrosar sus legiones necesita dinero, y no poco, y Roma, evidentemente, no le va a financiar, pues es un rebelde y un usurpador.
Casio se tiene que buscar la ayuda monetaria por su cuenta y eso supone sablear a todo aquel que viva en las zonas bajo su control militar.
Judea es un protectorado de Roma que está bajo control de la provincia de Siria y así pues se va a convertir en una de las primeras víctimas de la necesidad de fondos de Casio, que la va a exprimir para sacarle todo lo que pueda.
Enseguida se pone en contacto con Antípatro y le encarga que recaude entre su pueblo la exorbitante cantidad de 700 talentos.
Antípatro, de mala gana, les encomienda esta desagradable tarea a sus dos hijos, Herodes y Fasael, y a algunos otros conocidos.
Uno de esos responsables de reunir los tributos era un tal Malico, enemigos de Antípatro del que luego hablaremos.
Herodes, siempre tan solícito en agradar a la autoridad, se lanza con ahínco a su cumplir con diligencia su ingrato cometido.
De esta manera se convierte en el primero en presentarse ante Casio con la cantidad exigida para Galilea (cien talentos), ganándose su aprecio.
Flavio Josefo nos cuenta -en su obra Guerra de los Judías, libro I, 222- que Casio, apremiado por la urgencia de recabar el dinero necesario, llega incluso a esclavizar y vender algunas aldeas judías reacias a colaborar con su aporte, o bien que no podían hacer frente a la enorme cantidad que se les exigía.
Malico, sin embargo, se convierte en objeto de la ira de Casio por no poner el suficiente interés en su obligación, y si no es por la intervención de Antípatro, que le resuelve el problema, hubiera acabado pagando su desatención del deber con su vida.
Lejos de estarle agradecido a Antípatro por ese gesto que le había salvado la vida, Malico se propone acabar con su benefactor.
Al parecer Malico no podía permitir que la familia de Antípatro se hiciera cada día con más poder en la corte de Hircano, al cual habían relegado a una figura meramente ornamental.
Herodes es nombrado epimeletés, o sea prefecto de toda Siria por Casio.
Cuando Malico ve cómo Herodes, compadreando con los romanos, va medrando cada vez más, pues éstos incluso le prometen convertirlo en rey de Judea si le presta ayuda a la causa de Casio, no lo soporta más y decide actuar.
Así pues, soborna a un sirviente del palacio de Hircano para que le envenene la comida a Antípatro, un día que éste se hallaba invitado a almorzar en la residencia del rey.
Antípatro muere y su hijo Herodes jura vengar su muerte.
Para ello le pide ayuda a Casio, con quien había hecho gran amistad, pues Hircano protegía al bellaco de Malico.
El romano no tiene ningún inconveniente en colaborar para que Herodes se tome la revancha, pues sospecha que Malico se propone apartarle a él mismo, Casio, del poder.
Así las cosas, Malico es apuñalado cerca de Tiro por soldados romanos e Hircano se ve privado de su mayor protector.
Herodes, el hombre fuerte de Judea
Como ya hemos mencionado más arriba, Herodes había sido nombrado por su padre gobernador de Galilea.
Casio lo había aupado a prefecto de toda Siria para ganarse su apoyo.
A la muerte de Antípatro, Herodes tenía unos 30 años; estaba casado con una mujer idumea de origen noble llamada Doris, con quien tenía un hijo, su primogénito, al que había puesto el nombre de su abuelo, es decir Antípatro.
Los problemas a los que Herodes tuvo que hacer frente después del asesinato no fueron pocos.
Casio había tenido que abandonar Siria. Ya no tenía la ayuda de su gran protector romano para defenderse del ataque de sus numerosos enemigos, pero aun así Herodes supo salir adelante.
En cuanto Casio desaparece de escena, surge un rebelde de nombre Helix (o Helice) que se alza contra los hijos de Antípatro para vengar la muerte de Malico.
Herodes se hallaba en aquel momento en Damasco, postrado en la cama debido a una enfermedad, así que fue su hermano Fasael el que tuvo que contener los ataques de dicho Helix.
Al parecer el hermano de Malico también estaba metido en dicho alzamiento, y parece ser que el rey Hircano, si bien no lo aprobó públicamente, no veía con malos ojos a los sublevados.
No llegaron muy lejos los rebeldes porque cuando Herodes se recuperó y volvió a Judea los derrotó.
Otro personaje que también daba quebraderos de cabeza, esta vez en la región de Galilea, era un tirano de nombre Marión, que gobernaba la ciudad de Tiro y había extendido sus dominios a costa de conquistar fortalezas cercanas.
De nuevo tiene que actuar Herodes para asegurar la paz en la región, y de nuevo consigue Herodes imponer el orden.
Estos dos motines no habían pasado de ser una pequeña molestia para Herodes que no tuvo gran problema en pacificarlos.
Lo que si fue causa de preocupación para Herodes fue la aparición del hijo de Aristóbulo II en escena, que venía a recuperar el trono de Judea.
Este joven hijo de Aristóbulo II se llamaba Antígono, y había sobornado a un general romano destacado en Damasco, de nombre Fabio, para que le facilitara el regreso a Judea.
Herodes le sale al paso a Antígono, que intentaba entrar en Judea con sus tropas, y lo vence, haciendo que éste se retire.
De momento Herodes ha conseguido conjurar el peligro, pero está claro que va a tener que defender su puesto una y otra vez contra los diferentes rivales que se lo intenten disputar.
Para darle legitimidad a su gobierno decide casarse con una nieta del rey, miembro de la dinastía de los asmoneos, una muchachita de nombre Mariamne.
Esta Mariamne, que apenas tenía 14 años cuando se desposó con Herodes era hija de Alejandro (hermano de Antígono) y por lo tanto nieta de Aristóbulo II y bisnieta de Hircano II.
Por parte de madre era nieta del mismo Hircano II, pues su madre Alejandra era hija de dicho monarca.
En el año 42 d.C. se produce un suceso que supone un mazazo para Herodes: su amigo Casio se suicida tras perder en la famosa batalla de Filipo.
En esta batalla de Filipo (Macedonia) se enfrentan las tropas de Cayo Casio Longino contra las de los miembros del llamado segundo triunvirato: Octaviano (más tarde el emperador Augusto), Marco Emilio Lépido y Marco Antonio, que resultan los vencedores.
Viéndose derrotado, Cayo Casio Longino se quita la vida. Desaparece así el gran amigo y benefactor romano de Herodes.
Después de la batalla, Marco Antonio se dirige a la región de Bitinia, en el norte de la península anatólica.
Un grupo de nobles judíos se dirige a Bitinia a para denunciar ante Marco Antonio que Herodes y su hermano han usurpado el poder que legítimamente debería tener el rey Hircano, el cual se encuentra desprovisto de cualquier tipo de autoridad.
Al parecer Herodes se había adelantado a esta embajada de chivatos, y sobornando a Marco Antonio, consigue que éste no preste atención a las acusaciones de los judíos.
Pero éstos no se dan por vencido y al poco tiempo vuelven a la carga en su campaña de acoso y derribo de Herodes y los suyos. Cien altos funcionarios judíos acudieron esta vez a Egipto, concretamente a Dafne, muy cerca de Alejandría, donde se encontraba Marco Antonino galanteando a Cleopatra, de la que se había enamorado perdidamente.
Marco Valerio Mesala Corvino y el propio Hircano II salen a defender la buena gestión de Herodes en Judea.
Después de escuchar a ambas partes, Marco Antonio inquiere a Hircano cuál era la persona más adecuada para encargarse del gobierno de dicha región, a lo que Hircano responde que es Herodes.
Marco Antonio confirma a Herodes y a su hermano Fasael como tetrarcas de Judea. De hecho, ambos hermanos llevaban ya tiempo ejerciendo el poder civil, dejándole a Hircano la dirección de los asuntos religiosos.
Como dicho veredicto solivianta a los embajadores judíos que protestan airadamente, Marco Antonio manda encarcelar a quince de ellos y echas a patadas de ahí al resto.
Los delegados expulsados se dedican a realizar una gira por diferentes ciudades costeras para difamar a Herodes e incitar a la población judía a amotinarse, lo cual consiguen, creando disturbios que son sofocados de manera muy violenta por los romanos.
Antígono y los partos se alían contra Herodes
A los dos años de ocurrir estos acontecimientos, es decir en el año 40 a.C., aparecen soldados partos por el este de la provincia de Siria y comienzan a invadirla.
Estos partos eran originarios de una región que se correspondía con el actual Irán y estaban acaudillados por Pacoro, el hijo del rey y por el general Barzafranes.
Lisanias, hijo de Ptolomeo y tetrarca de Abilene, logra convencer al sátrapa, prometiéndole una recompensa de mil talentos y quinientas mujeres, para que depusiera del trono a Hircano y colocara en su lugar a Antígono.
Los partos dividen el ejército en dos. Una parte, encabezada por Pacoro avanzará por la costa y la otra, dirigida por el general Barzafranes marchará por el interior.
Algunos judíos que vivían en el monte Carmelo se presentan ante Antígono y le manifiestan su voluntad de colaborar para acabar con el poder de Herodes y Fasael, y entronar luego a Antígono.
Conforme los partos van bajando hacia el sur se les van uniendo más judíos dispuestos a combatir contra Herodes.
Llegan las tropas de Pacoro a Jerusalén y se entabla un combate en el ágora, entre los hombres de Herodes y Fasael y los partos, venciendo los primeros y viéndose obligados los últimos a atrincherarse en el Templo.
Herodes envía a unos soldados suyos a ocupar las casas que rodeaban el Templo y de esta manera controlar mejor que no saliera nadie de ahí.
Pero el pueblo se subleva contra Herodes y quema las casas donde se encontraban sus hombres montando guardia con ellos dentro.
Los judíos se indignaron enormemente cuando se enteraron de que los romanos habían nombrado a dos personajes que no eran judíos, Herodes y Fasael, tetrarcas de Judea, y muchos de ellos decidieron ponerse del lado de Antígono, que sí era judío y cuyas pretensiones a ocupar el trono eran completamente legítimas, pues era descendiente de los Asmoneos.
Así pues, cuando ven llegar a los partos con Antígono y otros muchos más voluntarios judíos, la mayoría de los varones de Jerusalén se ponen de su lado.
Se entablan pequeños combates por toda la ciudad a diario entre las dos facciones, mientras los partidarios de Antígono esperan la llegada de la festividad de Pentecostés, cuando la ciudad se llenaba de judíos venidos de todas las regiones de Oriente, con la esperanza en que estos peregrinos se sumaran a su bando.
Van llegando cada vez más judíos a la ciudad y se van haciendo con el poder en toda ella, exceptuando el palacio real que era defendida con vehemencia por Herodes y unos pocos soldados. A su hermano Fasael le había encomendado la vigilancia de las murallas.
Viendo los partos que no podían doblegar la férrea defensa que ofrecían ambos hermanos del palacio real, idearon una emboscada para hacerle caer.
Se presenta Pacoro ante ambos con la excusa de ser el hombre más adecuado para acabar con la rebelión de los judíos, cuando realmente lo que perseguía era tenderles una trampa y poder capturarlos, y así dejar el camino libre al trono a Antígono.
Fasael recibe a Pacoro y le ofrece su hospitalidad. Éste, viendo la buena voluntad de Fasael le convence para que le acompañe, junto con Hircano a hablar con Barzafarnes, que se encontraba en Galilea.
Fasael, que no se huele la trampa, marcha con Hircano al norte.
Los partos encadenan a Hircano y a Fasael, no sin que éstos pudieran enviar antes a varios legados para avisar a Herodes, que permanecía en Jerusalén, de la celada que les habían tendido.
Aunque dichos delegados son interceptados, a Herodes le llegan noticias de la trampa de los partos por otras vías.
Herodes decide que lo más sensato es desaparecer de Jerusalén, pues en cualquier momento se pueden presentar ejércitos partos y judíos y acabar con él.
Toma a su madre y a Mariamne, reúne a sus soldados y cargando las mulas con sus enseres, salen todos del palacio imperial por la noche, a buscar refugio a Idumea.
Por el camino cae enferma la madre de Herodes, y éste, desesperado, decide ir a refugiarse a la fortaleza de Masada, donde resistirá los embates de los partos.
Juntándose con su hermano José resuelven que lo más seguro será marchar a Petra donde los árabes nabateos les ofrecerán cobijo.
Mientras tanto los partos llegan a Jerusalén y ven que Herodes ha huido. No hay ninguna autoridad en la ciudad y se entregan al saqueo del palacio real.
Como comprueban decepcionados que la mayoría de las riquezas se las ha llevado Herodes consigo salen de la ciudad a asaltar aldeas y ciudades de Judea.
Antígono vuelve a Judea y se encuentra con Hircano y Fasael encadenados.
Por un lado les está muy agradecido a los partos que han hecho posible su vuelta y le ofrecen el trono de Judea, pero por otro está enormemente preocupado, pues no se ha podido dar ni con toda la cantidad de oro ni con las quinientas mujeres con las que Antígono pensaba recompensar a sus aliados.
Temeroso de que sus protectores se volvieran en su contra por no haber cumplido sus promesas y de que el pueblo judío quisiera socorrer a su rey Hircano, no se atreve a destituirlo de momento.
Lo que si hace con Hircano es arrancarle las orejas, para que mutilado, ya no pueda ejercer de Sumo Sacerdote, pues el Levítico no permite que la gente con taras en el cuerpo ocupe este cargo: “El SEÑOR habló a Moisés diciendo: “Habla a Aarón y dile: ‘A través de sus generaciones, ningún descendiente tuyo que tenga algún defecto se acercará para ofrecer el pan de su Dios. Ciertamente ningún hombre que tenga algún defecto se acercará, sea ciego, cojo, mutilado, desproporcionado, quien tenga fractura en el pie o en la mano, jorobado, enano, quien tenga nube en el ojo, quien tenga sarna o tiña, o tenga testículo dañado. Ningún hombre de la descendencia del sacerdote Aarón que tenga algún defecto podrá presentar las ofrendas quemadas al SEÑOR. Tiene defecto; no se acercará a ofrecer el pan de su Dios. Podrá comer del pan de su Dios, de las cosas muy sagradas y de las cosas sagradas; pero no entrará detrás del velo ni se acercará al altar, porque tiene defecto. Así no profanará mi santuario, porque yo soy el SEÑOR, el que los santifico”. (Levítico, capítulo 21, versículos 16 a 23. RVA 2015).
Fasael, terriblemente avergonzado por haber caído de forma tan estúpida en manos de sus enemigos, se suicida arrojándose al suelo y golpeándose la cabeza contra una roca.
Volvamos a Herodes, que, como dijimos, tenía la intención de acudir al rey de los nabateos, Malico (también conocido como Malic, Malik, Malicos o Maleo), al cual le había hecho numerosos favores anteriormente, para solicitarle ayuda.
Pero varios soldados del rey árabe le cortan el paso y le indican que su rey no va a poder recibir a Herodes, pues los partos se lo han prohibido expresamente.
Herodes no insiste y considera más adecuado marchar de ahí y dirigirse a Egipto.
Llegado a Alejandría es recibido por Cleopatra, y desde ahí se embarca a Roma.
Herodes se presenta ante Marco Antonio y le expone todo lo que ha pasado con los partos en Judea.
Le informa de que éstos han capturado a Hircano y que han coronado como rey a Antígono, pues este les había prometido mil talentos y quinientas mujeres si le ayudaban a hacerse con el trono de Judea.
Herodes se sincera completamente ante el romano y le describe su desesperada situación, confesándole que sólo él puede ayudarle.
5. Herodes, rey de Judea
Marco Antonio reflexiona sobre el estado de Herodes y de Judea y toma una decisión que Herodes, ni en el más optimista de sus sueños se hubiera atrevido a imaginar: lo nombra rey de Judea.
¿Por qué se comporta el romano de esta manera tan generosa con Herodes? Digamos que Marco Antonio tenía numerosas razones para ello:
a) Marco Antonio era una persona agradecida y no podía olvidar la hospitalidad que Antípatro le había ofrecido anteriormente.
b) Pero Marco Antonio era un hombre de carne y hueso, y como tal estaba sometido en mayor o menor medida a la codicia. Por eso no podía desoír la oferta que le hacía Herodes de recompensarle generosamente si lo volvía a instalar en el poder.
c) También lo movía el odio que le profesaba a Antígono, al que consideraba traidor y enemigo de Roma.
Se reúne el senado, donde Mesala y Atratino presentan a Herodes como el hijo de un leal aliado de Roma que está combatiendo a los partos en Oriente.
Una vez presentado Herodes, toma la palabra Marco Antonio y expone que a Roma le conviene tener a Herodes como rey de Judea, para garantizarse la fidelidad de dicha región al imperio.
Los senadores están de acuerdo y se dispone que se apruebe la propuesta por decreto.
Herodes es nombrado oficialmente Rex socius et amicus populi Romani.
Concluida la reunión del senado, Herodes, Antonio y César se dirigen con los senadores a realizar un sacrificio y a archivar el decreto en el Capitolio.
Este es el primer día del reinado de Herodes, y para celebrarlo, Marco Antonio le organiza un banquete. Estamos en el año 40 a.C., pero Herodes no podrá gozar plenamente de su título de rey hasta dentro de tres años, pues primero deberá deponer a Antígono, que se ha proclamado monarca de los judíos con la ayuda de los partos.
Herodes retorna a Judea
Herodes desembarca en Ptolemáis (también llamada Ptolemaida) desde donde comienza a reclutar hombres que se le van a unir, bien por hacer fortuna, bien por simpatía hacia su padre Antípatro o bien porque creen que los vientos soplan a favor de Herodes.
Además cuenta con la ayuda romana de Silo y Ventidio.
Comienza a avanzar por Galilea, donde se le van a ir sumando cada vez más seguidores.
Herodes ha vuelto a hacerse con su reino. Tiene que poner muchas cosas en su sitio, empezando por expulsar a los partos con la ayuda de los romanos y capturar a Antígono.
Lo primero que quiere hacer es acudir a rescatar a sus familiares que se encontraban asediados en la fortaleza de Masada, protegidos por fieles soldados a las órdenes de José, hermano de Herodes, pero antes ha de hacerse con Jerusalén.
Llegado a la capital levanta su campamento a las afueras y ordena a sus hombres anunciar a que quiere tomar la ciudad por el bien de sus ciudadanos, no para tomar represalias.
Recordemos que cuando entró Antígono con sus amigos partos casi todo el pueblo se puso del lado de estos.
Promete olvidarse de las ofensas sufridas por los jerosolimitanos.
Antígono intenta hacerles entender a los romanos que él es el único candidato legítimo a ocupar el trono, pues no sólo es judío, sino también desciende de reyes. Herodes no es ni judío ni de estirpe real.
Ya hemos mencionado más arriba que Herodes fue nombrado rey de Judea por el triunvirato y confirmado como tal por el senado de Roma. Pero la verdad es que a la llegada de Herodes a su nuevo reino tuvo que pelear casi aldea por aldea para conquistar, o mejor dicho liberar, la región de los partidarios de Antígono.
Una vez rescatados sus parientes de Masada, marcha a Galilea a tomar otras fortalezas que se hallaban en manos de los fieles a Antígono.
Comienza así una exitosa campaña de liberación de Galilea de fuerzas hostiles, en la que va adueñándose poco a poco de la región, combatiendo aquí y allá contra las tropas enemigas que le van saliendo al paso y que va logrando derrotar.
Antígono intenta entonces una audaz estrategia para agotar a sus enemigos por hambre; les ordena a sus súbditos hacer acopio de todo el grano que tienen en sus campos y retirarse con todo aquello que sea comestible a los montes.
Herodes le encomienda a su hermano Feroras que se haga cargo él de aprovisionar tanto a los hombres de Herodes como a los romanos.
Dos sucesos van a cambiar el devenir de la guerra.
Por un lado muere en combate el rey parto Pacoro y son vencidos sus hombres en la batalla.
Por otro lado, Marco Antonio le envía refuerzos a Herodes. Concretamente le manda a un tal Maqueras junto con dos legiones y mil soldados de caballería.
Estos refuerzos van a ser más perjudiciales que provechosos para Herodes, pues el tal Maqueras había sido sobornado por Antígono y se dedica a sabotear las campañas de Herodes.
Herodes enseguida se da cuenta que no se puede fiar de su nuevo colaborador y se enemista con él.
Maqueras responde a la hostilidad de Herodes entrando en Emaús y degollando a toda la población judía que ahí habitaba.
Llega a Marco Antonio a Siria a acabar con la amenaza de los partos en la región y a poner orden.
Marco Antonio y el gobernador de Siria, Publio Ventidio Baso, se ponen a sitiar la ciudad de Samosata, capital del pequeño reino de Comagene, donde se encontraba refugiado Antíoco I, rey de Comagene, y que los romanos pensaban saquear ávidos de las enormes riquezas que atesoraba.
Herodes se apresura a encontrarse con su amigo y benefactor, en dicha localidad.
Una vez se encuentran y saludan con afecto y respeto.
Los romanos ya habían acabado con los partos y consideran que su guerra ha concluido. Lo que Herodes tenga que aclarar con Antígono es asunto suyo y de los judíos, pero no es de incumbencia de Roma.
Marco Antonio le confía el gobierno de Siria a Cayo Sosio (Gaius Sosius) y le ordenar que ayude a su amigo Herodes siempre que éste lo necesite.
De ahí marcha Marco Antonio a Egipto a reunirse con Cleopatra.
Herodes pierde a otro hermano en la guerra; esta vez es José, a quien había encomendado que se encargara de abastecer a sus tropas.
José marchaba a Jericó a hacerse con todo el grano que podía cuando, desoyendo los consejos que su sagaz hermano le diera de no acampar en el monte, cayó en una emboscada en la que perecieron las seis cohortes de inexpertos romanos que le acompañaban.
A José le cortan la cabeza y Antígono se la ofrece a su hermano Feroras por quinientos talentos.
Herodes marcha con sus hombres hacia Jericó a vengar a su hermano.
El capitán del ejército de Antígono era un tal Papo. Este Papo había sido también el que le cortó la cabeza a José, y contra él se lanza Herodes, sorteando toda serie de ataques y saliendo airoso de no pocas emboscadas y peligros.
Finalmente Papo cae en una batalla y Herodes le corta la cabeza para mandársela a su hermano Feroras.
Desde ahí se dirige con su ejército a Jerusalén, donde estaba refugiado Antígono.
Cerca de la ciudad levanta su campamento. Estamos en el tercer año de reinado de Herodes, y todavía no ha podido gobernar en paz.
Los tres años que han pasado desde que fuera nombrado rey por los romanos ha estado combatiendo para ganarse su reino, en manos de su rival Antígono.
Ahora, vencidos los partos -principales aliados de su enemigo-, todo parece indicar que la campaña por la recuperación de su trono está llegando a su fin.
Herodes se afana por acabar cuanto antes con la situación. Ordena levantar tres terraplenes y numerosas torres.
Jerusalén va a ser sometida a un asedio hasta que Antígono se rinda.
Acude Cayo Sosio, gobernador de Siria al que Marco Antonio le había ordenado socorrer siempre a Herodes, a Jerusalén con numerosos refuerzos.
Los judíos asediados resisten con bravura. Realizan salidas para robar víveres a los asediadores. También excavaban galerías, a través de las cuales salían de la ciudad y se presentaban en medio de las tropas romanas para hacerles frente cara a cara.
Así estuvieron resistiendo cinco largos meses hasta que un equipo de los mejores hombres de Herodes trepo con mucho riesgo y valor la muralla y pudo entrar en la ciudad.
Detrás de estos valientes iban los centuriones de Cayo Sosio.
Se adueñan primeramente de los alrededores del templo y a partir de ese momento se desata una autentica masacre.
Los soldados romanos encolerizados por lo largo que se les había hecho el asedio se desquitan con la población pasando a cuchillo a todo aquel que se les cruzaba en su camino, sin importar que fueran mujeres, niños o ancianos.
Viendo la furia desatada por los romanos, Antígono baja de la torre de Baris, situada en ciudadela donde se refugiaba, y arrojándose ante los pies de Cayo Sosio se entrega.
Ha caído Jerusalén, que está repleta de legionarios romanos. Herodes sabe muy bien cómo suele comportarse la soldadesca cuándo ha caído una ciudad como Jerusalén, e impide con todos los medios a su alcance que entren en el templo, vean sus enormes tesoros y lo profanen.
Herodes se apresura a darle a cada uno de los soldados su paga, para evitar que sigan cometiendo pillaje y matanzas, pues no quiere ser el rey de un páramo pobre y devastado cuando se retiren los romanos.
Herodes se despide de los romanos después de haberlos obsequiado a todos con generosidad.
Estos recogen sus campamentos y se marchan con Antígono como prisionero a llevárselo a Marco Antonio, que ordena su ejecución, al parecer espléndidamente sobornado por Herodes, que nada más temía en este mundo que Antígono convenciera a los romanos de que él, como judío y descendiente de asmoneos que era, tenía mucha más legitimidad que Herodes para ocupar el trono de Judea.
Con la muerte de Antígono se acaba definitivamente con la dinastía asmonea, que había detentado durante unos ciento treinta años el poder en la región.
Una de las primeras medidas que toma Herodes como dueño y señor de la capital Judea es castigar a sus enemigos, y enajenar sus riquezas.
De esta manera ordena ejecutar a los cuarenta y cinco principales colaboradores de Antígono.
Hircano
Cuando parecía que las aguas habían vuelto a su cauce y todo iba a desarrollarse en paz, Herodes se acuerda de que aún queda con vida un miembro de la dinastía asmonea que podría disputarle la corona: el antiguo monarca Hircano II.
Hircano había sido apresado por los partos que se lo habían llevado a su tierra.
El nuevo monarca parto es Fraates, hermano de Pacoro, que había perecido en combate en Judea.
Fraates trata con condescendencia a Hircano por respeto a su linaje y le permite vivir con toda comodidad en la capital, Babilonia.
Hircano, en su inmensa candidez, cree que ahora que reina en Judea su amigo Herodes, podrá volver por fin a su tierra.
Los numerosos judíos que habitaban en Babilonia y consideraban a Hircano su auténtico monarca, eran mucho menos ingenuos que su rey.
Conociendo la ambición y maldad de Herodes le aconsejan a Hircano que no abandone Babilonia, pues de lo contrario será víctima de Herodes.
Herodes le escribe a Fraates una sibilina carta dirigida a Hircano en la que le promete devolverle antiguos favores.
Fraates deja libre a Hircano, que puede hacer ahora lo que desee. Engañado por las palabras de Herodes, Hircano se encamina hacia Judea.
Cuando llega Hircano a su tierra, Herodes lo saluda con toda pompa y honores, para que no recele de las verdaderas intenciones que alberga el nuevo rey.
Pero para que no crezca la popularidad y, por lo tanto el poder de Hircano entre los judíos, Herodes hace venir de Babilonia a un sacerdote de nombre Ananel, al que nombra inmediatamente Sumo Sacerdote, cerrándole de este paso a Hircano toda posibilidad de tener algún tipo de influencia entre el pueblo.
La suegra de Herodes, Alejandra, que era hija de Hircano II, se siente indignada por esto último, no tanto por el hecho de ver a su padre apartado de todo cargo relevante, sino por el Hecho de que su yerno Herodes no le concediera el cargo de Sumo Sacerdote a su hijo Aristóbulo, que era cuñado de Herodes.
Mariamne decide unirse a las peticiones de su madre y comienza a solicitarle a su marido que le otorgue a su querido hermano el honor de ser Sumo Sacerdote.
Herodes comienza a sospechar de su suegra Alejandra. Cree que está conspirando a sus espaldas e intenta usar la influencia que Cleopatra tiene en Marco Antonio para que éste ordene que le arrebaten la corona y se la entreguen a su joven hijo Aristóbulo.
Se queja de todo esto ante un grupo de amigos, a los que les asegura que no quiso otorgarle el cargo de Sumo Sacerdote a su cuñado, por ser este demasiado inmaduro.
Para procurar la paz en casa, Herodes acepta deponer a Ananel y poner en su lugar a su cuñado Aristóbulo, que apenas tenía por aquel entonces 16 o 17 años. De esta manera contenta a su mujer y a su suegra, pero no deja de desconfiar en ellas, sobre todo de Alejandra, de la que opina que a la menor ocasión intentará volver a jugársela.
Las suspicacias van acrecentándose hasta tal punto que Herodes decide someter a su suegra a una discreta vigilancia, de tal manera que sabía en todo momento que hacía y tramaba Alejandra en el palacio, donde se hallaba recluida.
Surge entre ambos personajes una tensión que desembocará en odio.
Alejandra pone en conocimiento de su amiga Cleopatra la penosa situación en la que se encuentra por culpa de la paranoia de su yerno y le pide ayuda.
Cleopatra la anima a que se fugue junto a Aristóbulo a Egipto.
Y dicho y hecho, Alejandra traza un astuto plan de fuga, que consiste en ocultarse en unos sarcófagos que sus sirvientes llevaran de noche al puerto más cercano para ser llevados en barco a Egipto.
La idea llega a oídos de un criado del palacio que necesitaba desesperadamente ganarse la confianza de Herodes, pues sabía que el monarca sospechaba que había sido él quien años atrás envenenara a su padre Antípatro.
Una vez informado Herodes del plan de fuga, deja que lo lleven a cabo como si nada pasara para poder sorprenderlos in flagrante delicto y dejarlos sin escusas.
Cuando Alejandra y Aristóbulo son descubiertos, decide perdonarlos y presentarse como un rey magnánimo, cuando en su interior ardía en deseos de castigarlos.
El colmo para Herodes fue ver como el pueblo aclamaba un día a Aristóbulo que se hallaba en el altar a punto de realizar un sacrifico para la fiesta de los Tabernáculos.
El joven, alto y apuesto, hizo que el público recordara a su abuelo Aristóbulo y se acordara también de su noble estirpe asmonea y comenzaran a llenarlo de alabanzas.
Herodes se llenó de temor, pues si algo le llenaba de congoja en esta vida era que alguien pudiera suponer una pequeña amenaza para su trono que tanto esfuerzo le había costado alcanzar.
Una tarde que Herodes y unos amigos habían sido invitados a casa de Alejandra en Jericó, el monarca quiso que todos fueran a refrescarse a una alberca cercana. Ahí los amigos de Herodes, que tenían indicaciones muy claras sobre lo que debía hacer, ahogaron al joven Aristóbulo, simulando que jugaban a sumergirlo.
Alejandra queda destrozada. Incluso se le pasa por la cabeza quitarse la vida, pero es el deseo de venganza lo que la mantiene viva. Sabe que si quiere sobrevivir ha de fingir que lo ocurrido ha sido un accidente que nadie deseaba.
Herodes por su parte simulaba un profundo duelo por la pérdida del muchacho y le organiza unos funerales fastuosos.
Alejandra se vuelve a poner en contacto con su amiga Cleopatra para informarle de como el rey ha asesinado a su hijo.
Cleopatra, indignada y conmovida por la desgracia de su amiga, insiste ante su amante Marco Antonio para que vengue la muerte del joven sacerdote, a manos de un usurpador que no merece estar en su trono, pues no tiene sangre real.
Marco Antonio hace llamar a Herodes para interrogarle acerca del incidente.
Pero Herodes sabe ser adulador y zalamero como nadie y se presenta ante Marco Antonio con estupendos regalos.
Este se olvida de las acusaciones y llega a la conclusión de que un rey puede hacer en sus dominios lo que le plazca, que para eso es rey. Además le afea a Cleopatra meterse en asuntos que nada le atañen.
Para colmo le ofrece todos los días banquetes donde ocupa el lugar de honor.
Cleopatra está que se sube por las paredes, pues pretendía que su amante eliminara a Herodes y le regalara a ella su reino.
Cuando regresa Herodes a su hogar, su hermana Salomé sale a contarle todo lo que su cuñada Mariamne, a medias con su madre Alejandra habían planeado.
Le cuenta que ambas creían a Herodes muerto y pensaban ofrecer a Mariamne como esposa a Marco Antonio para ocupar ellas el trono que había dejado vacante con su muerte.
Por si con esto no tuviera Herodes suficiente motivo para sentirse traicionado, Salomé sigue arrojando leña al fuego y le confiesa a su hermano que sospecha que su marido José se veía muy a menudo con Mariamne.
Salomé conoce como nadie a su hermano y sabe qué tecla tocar para sembrar la desconfianza.
Herodes llama a capítulo a su mujer y le pregunta qué hay de cierto en dichos rumores. Su mujer le asegura qué no sabe nada de lo que está hablando. Como Herodes sigue insistiendo, Mariamne llora, se retuerce, gime, grita y monta un teatro tal, que su marido no sólo se tranquiliza sino que hasta se disculpa por su falta de confianza.
Como Herodes la atosigaba con sus disculpas día tras día, una noche Mariamne cometió el tremendo error de contestarle que ella sabía lo mucho que su marido la quería, pues creía que había sido una gran prueba de su amor la orden aquella que diera de matarla, en el caso de que algo grave le sucediera cuando estaba con Marco Antonio, para que nadie más que él la poseyera.
Herodes reacciona como si le hubieran clavado una aguja, y de un fuerte empujón la aparta de sí, gritando que ahí tenía la prueba de que había estado intercambiando confidencias con José, pues sólo él tenía conocimiento de tal orden.
Decide perdonarle la vida a Mariamne pero ordena ejecutar a su tío José.
Cleopatra desea ampliar su reino
La ambiciosa reina egipcia codiciaba las regiones de Judea y de los árabes. Sabiendo el influjo que tiene sobre Marco Antonio, al que tiene completamente cautivado y que es incapaz de negarle ninguno de sus caprichos, comienza a solicitarle machaconamente que le conceda los reinos que rodean Egipto.
Antonio por lo general consentía con los antojos de la egipcia, pues estaba completamente fascinado y sometido por ella.
En el caso de Siria, por ejemplo, le rogó a Marco Antonio que ejecutara a su monarca Lisanias, acusado de haber incitado a los partos para organizar conflictos por todo Levante.
Especialmente apetecidos eran Judea y Arabia.
Marco Antonio quiere por un lado satisfacer los deseos de su amante, pero no quiere abusar de su poder apropiándose de dos reinos simplemente para complacerla, así que llega a un punto medio: le entregará a Cleopatra unos pedazos de cada uno de los mencionados reinos.
De Judea le va a otorgar la región más rica: Jericó, con sus vastos palmerales.
Una vez se ha adueñado de estos territorios, decide acompañar a Marco Antonio, que marchaba de campaña contra los armenios hasta el Éufrates para ver en persona sus nuevas propiedades.
Llegada la pareja a Judea son recibidos por Herodes.
Herodes le ofrece a Cleopatra pagarle una renta por usar las tierras que le acaban de ser arrebatas y que Cleopatra no va usar. Cleopatra acepta, pues de esta manera obtiene un beneficio sin tener que hacer nada.
Es así como Herodes pasará a tener que pagarle un tributo anual a la reina egipcia.
Estando Cleopatra como huésped de Herodes en su palacio, buscaba cualquier excusa para poder encontrarse con el rey e insinuársele continuamente.
Herodes, que es tan astuto y taimado como la egipcia, sabe que detrás de las provocaciones de Cleopatra se esconde solamente su perfidia, y que seguramente lo único que está haciendo la invitada es tenderle una trampa para poderle luego acusar ante Marco Antonio.
Si ésta lograra deshacerse del idumeo podría quedarse por fin con su anhelado reino.
Herodes, que odiaba a Cleopatra, decide contraatacar y ser él el que acabe con ella: se decide a asesinarla.
Consulta sus intenciones con un grupo de amigos que le desaconsejan llevar a cabo tal disparate, pues eso sí sería el fin de Herodes.
Se desechan, pues, los planes de matar a Cleopatra, la cual viendo que el rey no cae en sus redes abandona Judea y regresa a Egipto.
Marco Antonio vuelve también junto con Cleopatra, una vez que ha conseguido someter a los armenios.
Como presente para su amante, el romano le trae a Artabazes, hijo del rey Tigranes, junto con sus hijos y generales, así como con sus riquezas.
Herodes paga puntualmente todos los tributos que le debe a Cleopatra para no ofrecerle un motivo de odio, pues sabía que a la más mínima, la egipcia le atacaría.
Herodes entra en guerra contra los árabes nabateos.
Malico (Malicos, Malic, Malik o Maleo), monarca de los árabes nabateos se cansa de pagar el tributo a Cleopatra. Empieza a hacerse el remolón y a no entregar los impuestos al completo, y siempre fuera de plazo.
Herodes es consciente de que la actitud de Maleo pone en peligro también su propia seguridad, pues conociendo a la reina egipcia, sabe que ésta puede usar el incumplimiento de los deberes de uno como excusa para castigar a ambos.
Ni corto ni perezoso, decide actuar y declararle la guerra al rey árabe, para poner las cosas en su sitio, sobre todo de cara a Marco Antonio y Cleopatra.
Cleopatra está encantada con esta guerra entre árabes y judíos, pues buscaba que se aniquilaran los unos a los otros, ya que no abandonaba su esperanza de adueñarse un día de ambos reinos.
Cuando los árabes se enteran de las intenciones de Herodes deciden salirle al paso a plantarle batalla.
Se encuentran en Dióspolis y se produce el primer enfrentamiento, del que salen ganadores los judíos.
Pero no acaban aquí las cosas. Se produce un segundo choque en Cana, Siria, donde vuelven a salir victoriosos los ejércitos de Herodes, y todo podría haber terminado muchísimo peor para los árabes, que hubieran sido aniquilados, sino fuera porque los judíos fueron víctimas de un vil ataque inesperado por la espalda.
El gobernador de Siria, un tal Atenión, que era un títere de Cleopatra, pues ella era la verdadera dueña y señora de la región, había recibido órdenes de su reina de atacar a Herodes y causarle el mayor daño posible.
Atenión, tomando a las tropas judías por sorpresa, cuando éstas estaban descansando, produjo una auténtica matanza entre ellas.
Los árabes, viendo la ingente cantidad de bajas que Atenión había provocado entre los agotados soldados judíos, vieron la ocasión oportuna de atacar a sus enemigos y causarles todavía más pérdidas.
Pero Herodes no se da por vencido y sigue sin dar tregua a los árabes, a los que empieza a acosar ahora con pequeños ataques, emboscadas y otras tácticas de guerrilla.
Un terremoto asola Judea
El mundo romano se encuentra enormemente convulso. De nuevo ha estallado una guerra civil por el poder. Esta vez se enfrentan Octavio y Marco Antonio.
Herodes, partidario de Marco Antonio, se encuentra enfrascado en su guerra de guerrillas con los árabes nabateos.
En este contexto de guerra y destrucción se produce un terrible terremoto que sacude Judea, devastando todos sus edificios y causando alrededor de treinta mil víctimas, todas aplastadas por el derrumbamiento de las casas donde se hallaban.
Dicho desastre se produjo en el séptimo año del reinado de Herodes, cuando los romanos libraban la famosa batalla de Accio.
El ejército de Herodes salió indemne de la catástrofe, dado que acampaba al raso.
Viendo Herodes los estragos que había causado el seísmo, se ve incapaz de continuar su lucha contra los nabateos y les envía unos legados para solicitar la paz.
Los árabes, saltándose todas las convenciones, asesinan a los heraldos judíos.
La situación no puede ser más desesperada para Herodes. Su pueblo esta desanimado ante la pérdida que han sufrido con el terremoto, y no tienen fuerzas ni voluntad de presentar batalla, pero tampoco de ofrecer resistencia ante un más que posible ataque de sus enemigos.
Herodes saca fuerzas de su flaqueza y arenga a los oficiales de sus tropas, persuadiéndoles que su guerra contra los árabes es completamente legítima y que Dios está con ellos, pues no ha permitido que pereciera ni un solo soldado judío durante la tremenda sacudida que ha arrasado la región.
Con los ánimos que su rey ha sabido infundirles, los soldados están de nuevo dispuestos a volver a combatir contra los nabateos.
Herodes forma sus tropas, cruzan el Jordán y salen al encuentro de los árabes.
Se produce otra vez una contienda en la que vuelven a vencer los judíos. Son ahora los nabateos los que se desmoralizan, pues han perdido nada menos que 5.000 hombres.
Los supervivientes se refugian en un campamento que es enseguida asediado por los judíos, que pretenden agotar a sus rivales por la sed.
En cinco días de cerco se entregan 4.000 nabateos. Al sexto día un nutrido grupo de asediados, desesperados por no tener agua salen a luchar, pero se encuentran en pésimas condiciones y perecen 7.000.
Los que aún resistían encerrados en el campamento se entregan.
Herodes es aclamado por su pueblo.
Asesinato de Hircano
Corría el año 30. d.C. Herodes seguía manteniendo hostilidades con los nabateos y la guerra civil romana estaba llegando a su fin, tras la derrota de Marco Antonio por parte de su rival Octavio en la batalla de Accio.
Herodes, que siempre había apostado por el caballo ganador, ve como esta vez pierde su candidato.
Su gran amigo Marco Antonio, el mismo que le había aupado al trono de Judea, cae derrotado y se suicida en Egipto.
Herodes es presa del pánico: si no actúa rápidamente puede perder todo lo que ha conseguido a lo largo de su vida.
Víctima de su acentuada paranoia, Herodes cree ver en Hircano la mayor amenaza a su trono, pues es consciente de que éste tiene más derecho y legitimidad para ceñirse la corona que él, debido a su linaje real.
Si el nuevo césar decide dejar a Herodes en el poder, Hircano seguiría constituyendo una amenaza, siquiera fuera por su mera existencia.
Si, por el contrario, Octavio deseaba destituir a Herodes, estaba claro que el poder iba a recaer en Hircano, el más legitimado para ello, y no en algún pariente del idumeo, que no dejaba de ser un advenedizo.
De una u otra manera había que librarse del asmoneo, pues sólo desembarazándose de un rival más digno que él a la corona podía vivir seguro.
Así reflexionaba Herodes, en ver cómo podía eliminar al único candidato con posibilidad de remplazarlo, cuando ve cómo se le presenta la ocasión propicia para librarse de Hircano.
El pobre Hircano había sido rey y sacerdote de Judea durante muchos años. Lo habían apartado del poder unas veces su hermano Aristóbulo, otras Antípatro y sus hijos.
Siempre había sido de naturaleza tranquila y amable. Ahora tenía 80 años; era un anciano sin ambiciones ni intereses.
Su hija Alejandra, por el contrario era pretenciosa y disfrutaba restregándole por las narices a los parientes de Herodes su bajo linaje en comparación con el suyo.
Alejandra se hace la siguiente reflexión: Ahora que ha muerto Marco Antonio, el principal valedor de su odiado yerno Herodes, puede que haya llegado el momento de que el nuevo césar ponga las cosas en su sitio en Judea y le devuelva a su padre el trono que en su día le arrebataron injustamente.
Alejandra entiende que hay que actuar ya. Es por eso que le pide insistentemente a su padre que le escriba al rey nabateo Malico, para solicitar asilo en su tierra.
Alejandra pensaba que si todo salía bien, Herodes quedaría apartado del poder por el Octavio, pues Herodes le debía el trono a un favor de su ya derrotado rival Marco Antonio.
Si todo transcurría como ella esperaba la dinastía asmonea volvería a recuperar la corona.
Con tenaz insistencia consigue convencer a su padre de que escriba la solicitud de asilo al rey nabateo y se la entrega a un sirviente de nombre Dositeo, de cuya lealtad no dudan porque también ha sido víctima de la maldad de Herodes.
Pero Dositeo resulta no ser digno de la confianza en él depositada. Sopesando la situación, llega a la conclusión de que puede sacar más provecho si se gana el aprecio de Herodes, y se apresura a informar al monarca.
Herodes le indica que no diga nada a nadie y le lleve la carta al nabateo, tal y como le habían indicado. Una vez Malico le haya dado una respuesta debe presentarse ante Herodes para ver qué postura ha tomado su rival.
Malico se muestra dispuesto a recibir y dar amparo a los asmoneos.
Con esta prueba en la mano, Herodes acusa a Hircano de alta traición y ordena ejecutarlo.
Con la muerte de Hircano ya no queda nadie con legitimidad para disputarle el trono. Ahora hay que ocuparse de la siguiente misión: ganarse el perdón y la amistad del nuevo emperador.
Herodes se presenta ante Augusto
La situación de Herodes no era precisamente envidiable, pues Augusto creía que solo podía hablarse de una victoria absoluta sobre Marco Antonio si realmente se había acabado con todos y cada uno de sus aliados.
Herodes decide encarar la situación y acudir a ver en persona al césar, cuando éste estaba en la isla de Rodas, y por lo tanto, relativamente a poca distancia.
Sin esperar nada bueno del encuentro, Herodes le confía los asuntos del reino a su hermano Feroras.
Luego manda a su madre Cipros, a su hermana Salomé y a sus hijos a la fortaleza de Masada.
Si algo malo le sucediera a Herodes, sería su hermano Feroras el encargado de gobernar, no sin antes haber matado a su suegra Alejandra y a su mujer Mariamne, de las que no se podía esperar nada más que intrigas y traiciones.
Herodes se presenta sin su diadema (atributo de la realeza) y modestamente vestido, pero no sin orgullo y con toda la franqueza del mundo admite que era gran amigo de Marco Antonio, al cual ayudó gustosamente en todo momento, con todo lo que estuvo en su mano.
Augusto se admira de su sinceridad y de su lealtad con los amigos.
El César le contesta que debido a tales cualidades es digno merecedor de la corona.
Así que lejos de deponerle, encarcelarle o hacerlo ejecutar, lo confirma en su trono de Judea mediante un decreto y le promete su amistad.
Un episodio que quizá también contribuyera a ganarse el favor de Augusto fue el hecho de que Herodes colaboró en una ocasión con el gobernador de Siria, Quinto Didio, para boicotear el envío de un grupo de gladiadores por parte de Cleopatra, los cuales debían combatir del lado de Marco Antonio.
Aumenta el reino de Herodes
Días más tarde, Herodes tuvo la oportunidad de manifestarle a Augusto su estima y respeto cuando éste pasó por Siria de camino a Egipto, a apoderarse del país, una vez que habían muerto Marco Antonio y Cleopatra.
Herodes se desvivió por mostrarle al emperador su afecto y consideración. Para ello lo recibió con grandes honores y le ofreció un formidable banquete.
También les entregó a los soldados romanos provisiones y abundante agua fresca para la travesía hacía Pelusio, en la frontera con Egipto. De igual manera se comportó el monarca cuando las legiones regresaban de Egipto por el mismo camino.
Para recompensar la generosidad de Herodes, el César decide ampliar los dominios del idumeo.
Le entrega a Herodes aquella parte o región de Siria que anteriormente Marco Antonio le había regalado a Cleopatra, así como Samaria y diversas ciudades sueltas, como Gadara, Gaza o Jope, que ahora pasarán a engrosar su reino.
Más tarde Herodes recibe de manos del César las regiones de Traconítide, Batanea y Auranítide, para su reino, que le son arrebatadas a un tal Zenodoro, que nada hacía por imponer la ley en sus dominios.
Al parecer, en la región de la Traconítide habitaba una banda de ladrones que acosaban a los habitantes de Damasco.
El gobernador de Siria, Marco Terencio Varrón, le comunica a Augusto la situación y el César le contesta que acabe con los salteadores.
Más adelante el mismo emperador decide entregarle esas regiones a Herodes porque sabe que, estando bajo control de su amigo no se volverán a convertir en un nido de bandidos.
También nombra al idumeo consejero de sus procuradores en Siria, que, a partir de ahora, deberán escuchar siempre su parecer cuando tomen una decisión.
Esto ocurre entre los años 25-23 a.C.
Herodes dispone la muerte de su mujer Mariamne
Recordemos que cuando Herodes parte a Rodas para responder ante Augusto por su amistad con Marco Antonio, había dejado a su hermana y madre en la fortaleza de Masada, pero a su mujer y suegra las confina en otra fortificación, al mando de la cual pone a su fiel amigo Soem.
Mariamne, sabiendo cómo se las gasta su marido, se malicia que nada bueno les depara a ella y a su madre si algo malo le acaeciera a su marido Herodes durante su entrevista con el César.
Comienza a trabar amistad con Soem, el encargado de su custodia para ver si puede sonsacarle algo de información, pero éste no revela nada.
Poco a poco, con regalos y halagos se lo van ganando, hasta que consiguen averiguar las intenciones del rey, que no son otras que las que ya sospechaba la joven: si Herodes caía, madre e hija habían de morir.
Soem obra de esta manera pensando que conviene tener el afecto de la reina Mariamne, pues es posible que su señor no vuelva de Rodas o quizá lo haga despojado ya de toda dignidad real.
También se puede dar el caso de que Mariamne, aunque su marido cayera en desgracia ante el César, se mantuviera en el poder por ser de estirpe real.
Cuando Herodes vuelve confirmado en su trono y con la confianza y amistad del hombre más poderoso en el orbe, Mariamne no puede disimular su disgusto.
Herodes se alarma al ver que su mujer lo odia.
Comienza a afligirse por la falta de cariño que percibe en su esposa, y sus sentimientos por ella fluctúan entre amor y odio más encendido.
Su hermana Salomé y su madre Cipros, auténticas maestras en el arte de la intriga y la manipulación, enseguida comprenden lo que está pasando entre ambos cónyuges y aprovechan para manejar a Herodes.
Movidas por un odio atroz hacia Mariamne, que no desaprovechaba ninguna oportunidad que se le ofrecía para menospreciar y humillar a todos los parientes de Herodes debido a su humilde linaje, comienzan a llenarle la cabeza al rey con todo tipo de calumnias sobre Mariamne.
A lo largo de un año las dos mujeres van envenenando con sus insidias la mente de Herodes, el cual va acumulando un odio cada vez mayor a su mujer hasta que un día se produce un incidente que será la sentencia a muerte de Mariamne.
Herodes decide un día echarse una siesta y le pide a su mujer que le acompañe. Ésta comienza a reprocharle que por su culpa están muertos su abuelo Hircano II, su padre Alejandro y su hermano Aristóbulo.
Herodes monta en cólera ante estas acusaciones.
Aquí es donde la pérfida Salomé, sabiendo que su hermano ya está lo suficientemente trabajado como para ordenar la ejecución de su esposa, pone en marcha su maquiavélico plan.
Salomé envía a su copero personal a que se presente ante Herodes con un brebaje y le diga que se lo ha preparado su esposa Mariamne, la cual le ha sobornado para que este aceptara a llevarle una bebida que desconocía en qué consistía.
Herodes se inquieta ante lo que parece a todas luces un intento de envenenamiento.
Detiene al eunuco de Mariamne, hombre de entera confianza de su mujer, el cual sabía siempre todo lo que ésta hacía, y lo somete a tortura para indagar qué está pasando.
El siervo de Mariamne tan sólo alcanza a balbucir que Mariamne odiaba a Herodes desde que se enteró, por boca de Soem, de lo que Herodes había dejado dispuesto hacer con ella, si no volvía de la reunión con Augusto.
Herodes llega a la conclusión de que una confidencia así solo podía salir de los labios de un hombre tan fiel como Soem porque se había convertido en amante de la reina.
Ordena inmediatamente la muerte de ambos por traidores.
La pérdida de Mariamne hace que Herodes caiga en una profunda depresión. Sumido en su melancolía comienza a desatender los asuntos de la nación y se abandona a los placeres de la comida.
Se desata por aquel entonces una virulenta epidemia de peste que los judíos achacan a un castigo divino por el horrendo crimen del rey.
Éste, a su vez, cae enfermo de una extraña dolencia que lo mantiene postrado en la cama en Samaria, ciudad a la que había cambiado el nombre a Sebaste, que en griego significa Augusto, en honor del César.
Su suegra Alejandra, viendo que Herodes se hallaba fuera y gravemente enfermo acude a los dos fuertes de Jerusalén, el de la ciudad y el del templo, e insta a los guardas a que se pongan de su lado, con el argumento de que Herodes está a punto de morir y nadie tiene más dignidad para detentar el poder que ella, una auténtica asmonea.
Los guardias marchan corriendo a informar a Herodes de las pretensiones de su suegra, y como no podía ser de otra manera, ésta acaba pagando con la vida su osadía.
Herodes se va recuperando poco a poco de su enfermedad, pero su carácter se vuelve cada vez más cruel y desconfiado.
Un día ordena asesinar a sus amigos íntimos amigos, Costobaro, Lisímaco, Gadías y a Dositeo.
Al parecer le habían ocultado al rey que unos enemigos suyos, que durante la guerra contra Antígono se habían puesto del bando del asmoneo, se hallaban con vida.
Herodes, llevado por la paranoia, ve en la omisión de información tan importante la sombra de un complot, y procede ordenando la ejecución de todos los que creía fieles amigos pero se habían revelado unos taimados traidores.
Hay que decir que el tal Costobaro era un hombre de la mayor confianza de Herodes. No sólo era idumeo como él y amigo íntimo, también era su cuñado, pues el mismo le había concedido la mano de su hermana Salomé.
Además le había prodigado de atenciones y títulos, llegando a nombrarle prefecto de Gaza y de Idumea, su tierra natal.
Costobaro, era el segundo marido de Salomé que muere a manos de Herodes. Recordemos que el primero, José, un tío suyo, también es ejecutado por ser sospechoso de mantener un idilio con Mariamne.
Teatros, campeonatos y otras costumbres paganas
Herodes introduce en Judea una serie de costumbres grecorromanas, algunas de las cuales no eran del todo nuevas, pues ya se dieron a conocer bajo el gobierno de los griegos seléucidas, que exigían la construcción de edificios especialmente diseñados para su práctica: teatro, lucha de gladiadores, carreras de caballos, certámenes deportivos, etc.
Para honrar al César, a quién debía en última instancia su trono, Herodes organiza unos juegos que se celebraban cada cuatro años.
También ordena levantar un teatro y un anfiteatro en Jerusalén, donde se representan obras de teatro con toda pompa.
Se organizaban también carreras de carros, certámenes de canto, luchas de gladiadores y todo tipo de espectáculos de gusto griego y romano, que harían las delicias de los gentiles y de los más helenizados, pero que contribuían mucho al malestar entre los judíos más religiosos, los cuales pensaban que estas costumbres paganas eran impías y causaban una muy mala influencia entre el pueblo.
Por si fuera poco, en los edificios erigidos para llevar a cabo estas actividades había inscripciones que loaban al césar.
Los dos elementos que más escandalizaban a los más religiosos eran las exhibiciones de combates de fieras contra prisioneros y los trofeos que se otorgaban en las competiciones.
Las luchas de humanos contra alimañas eran consideradas inhumanas y aberrantes. Los trofeos, por su parte, mostraban imágenes, algo que está totalmente prohibido por la Torah.
Herodes es consciente del disgusto que causa entre algunos sectores de la población y prefiere aplacarlos con palabras y argumentos antes que con la fuerza bruta.
Pero hay un grupo de diez fanáticos que se proponer atentar contra el rey para que pague por su impiedad, y que su castigo sirva de ejemplo y escarmiento a los más descarriados.
Armados con puñales que llevaban ocultos entre sus ropajes se disponen a acuchillar al monarca. Si no consiguieran llegar hasta él, matarían por lo menos a unos cuantos ministros y consejeros que se hallaran presentes durante la representación teatral para que el ataque sirviera de lección.
Uno de los guardias de Herodes se entera de la conjura e informa a Herodes. Los extremistas son detenidos, confiesan con orgullo sus planes y son ejecutados.
Herodes ha escapado otra vez con vida de un peligro inminente.
No corre la misma suerte el delator de los diez revolucionarios, al cual asesinan y cortan en trocitos para echárselo de comida a los perros.
Herodes no quiere dejar sin castigo esta acción y exige que se averigüe quiénes han sido los autores de semejante atrocidad.
Se detienen a varias mujeres a las cuales se tortura. Al final se logra dar con los autores de la venganza y se los castiga, pero Herodes comienza a inquietarse por el fanatismo y la audacia de los judíos y sabe que no puede descuidarse o acabaran con él también.
Herodes, mecenas en el extranjero
Herodes, siguiendo una antigua costumbre de los monarcas griegos, se dedica a financiar de manera altruista la renovación y mejora de varias ciudades griegas y sirias.
Con el dinero de las arcas de su reino, mejora infraestructuras, comienza proyectos nuevos o ayuda económicamente a que se concluyan aquellas obras que por falta de fondos habían tenido que ser interrumpidas.
A Herodes le encantaba desempeñar el papel de mecenas desinteresado y se vanagloriaba de sus obras.
Construye gimnasios en las ciudades sirias de Trípoli, Damasco y Ptolemaida, levanta una muralla en Biblos.
En Berito (Beirut) y en Tiro ordena construir ágoras y templos.
En Sidón y en Damasco construye teatros.
Acueductos, termas, columnatas, parques y prados, fuentes, templos, astilleros, avenidas de mármol, pórticos para proteger a los peatones de la lluvia, todo tipo de edificios públicos son sufragados con el dinero que sale pródigamente de los bolsillos de Herodes, pero que ha sido recaudado a base de acosar a impuestos a los judíos.
Costeó los Juegos Olímpicos, cuando dicha competición se encontraba de capa caída y nadie quería financiarlos.
Herodes siente pena cuando ve que una tradición griega tan arraigada está en peligro de desaparecer y decide crear unos fondos para garantizar la existencia de dichos juegos a perpetuidad, con el fin de que se recuerde como el gran financiador que hizo posible la continuación de tan antiguo certamen.
Flavio Josefo ve en la avidez de honores el motor de Herodes para acometer todas estas obras. Las alabanzas y el saberse recordado por las generaciones futuras movían a Herodes a comportarse así con ciudades que no eran las suyas.
Para ello, como acabo de mencionar era necesario exigir unos pesados tributos a sus súbditos judíos que lo odiaban por ello.
Sobreviene una hambruna en Judea y en Siria.
En el decimotercer año del reinado de Herodes una serie de catástrofes hacen aparición en Judea.
Primero se produce una larguísima sequía que provoca unas cosechas miserables.
La gente empieza a padecer hambre. A la escasez se le suma una epidemia de peste, que resulta ser más mortífera debido a la carencia de comida y medicinas.
Herodes no sabe cómo atender a tanto necesitado. Se ha gastado el dinero de las arcas en sus numerosas obras.
Sus súbditos protestan. Se quejan de la falta de ayuda del rey.
Las naciones vecinas se encuentran en idéntica situación y no pueden socorrerles.
Herodes, con gesto resuelto, arrampla con todos los objetos valiosos de su palacio real y los envía a Egipto -el granero del Mediterráneo- para comprar grano.
Por aquella época ejercía el cargo de prefecto de la provincia romana de Egipto Petronio.
Todos los pueblos afectados por la carestía acudían desesperados a Petronio, pero éste les concedió preferencia a los judíos, porque mantenía unas muy buenas relaciones de amistad con Herodes.
Así pues, no sólo les vende el trigo sino que también les ayuda a transportarlo hasta Judea.
Herodes en un magnífico ejercicio de propaganda se atribuye todo el mérito de la campaña de compra de grano.
Comienza un reparto generoso del cereal que alivia la situación, haciendo que disminuya con este gesto el malestar y la rabia.
La gratitud que siente el pueblo por las medidas que ha tomado Herodes hace que muchos le perdonen antiguos crímenes u ofensas contra la Ley que había cometido.
También suministra grano a los pueblos vecinos de sus reinos, como por ejemplo a los sirios.
Viendo que apenas había ovejas, pues los judíos las habían sacrificado para comer y no perecer de hambre, Herodes se da cuenta de que sus súbditos no van a tener lana para vestirse en invierno. Pone en marcha otra campaña de reparto de vestiduras entre los más necesitados.
Con su generosidad se gana una imagen de gran gobernante entre su pueblo.
Viendo Herodes que con su generoso gesto durante la hambruna había logrado calmar las posibles revueltas de su pueblo, se vuelca ahora a garantizarse la seguridad fuera de sus fronteras, para lo cual emprende una campaña diplomática de entendimiento cordial con sus vecinos.
Comienza a ganarse el aprecio de los príncipes de los reinos colindantes a base de regalos y lisonjas.
Herodes se casa otra vez
A oídos de Herodes llega la fama de una muchacha de la que se dice que es la más bella de la región.
El rey pide conocerla y cuando la ve queda prendido de su belleza.
Se le pasa por la cabeza la idea de tomarla por la fuerza, pero le apena conseguirla de esta manera, es por ello que decide tomarla por esposa.
Hay un único problema y es que la joven no es de noble linaje.
Para solventar este problema, Herodes determina destituir al Sumo Sacerdote Yoshua ben Fabes de su cargo y colocar al padre de la chiquilla, que era un sacerdote de Jerusalén de nombre Simón, para ocupar el puesto vacante.
Investido su futuro suegro con la dignidad de Sumo Sacerdote, su hija ya tiene categoría suficiente para casarse con el monarca.
Esta mujer se llama también Mariamne, como su segunda mujer.
Dos hijos de Herodes se van a Roma
Herodes ve llegado el momento de enviar a Roma a los dos hijos que tuvo con Mariamne, Alejandro y Aristóbulo, para que estudien, se formen y adquieran los conocimientos necesarios en la corte imperial, con el fin de que puedan hacerse cargo de los asuntos del reino el día de mañana.
Se presentan Herodes y los dos jóvenes ante el César.
El emperador los recibe cordialmente y le concede a Herodes el permiso de que su reino pase directamente a uno de sus hijos, cuando el monarca fallezca.
Además aprovecha que está ahí Herodes para ofrecerle ampliar su reino con más territorios: la Traconítida, la Batanea y la Auranítida.
Como ya hemos comentado más arriba, Augusto le hace entrega de dichas regiones porque sabe que Herodes, al contrario que su anterior gobernador Zenodoro, va a ser un eficaz gestor, capaz de pacificar y limpiar de salteadores esa zona de Oriente.
La profecía del esenio Manaem
Flavio Josefo nos refiere una anécdota muy de su gusto. Al parecer, en una ocasión, un esenio de nombre Manaem, que tenía el don de la clarividencia, se quedó mirando muy fijamente a un jovencito Herodes, cuando éste iba de camino a la escuela.
El esenio, dirigiéndose al niño, lo saludó dándole el título de rey de los judíos.
Herodes pensó que se estaba mofando de él, o que quizá se equivocaba de persona, y quiso sacarle del error explicándole que él no era sino un sencillo chiquillo sin más.
Manaem le contestó que Herodes llegaría a ser rey, pues así lo había dispuesto el Señor.
Pero también le vaticina que no gobernaría ni con imparcialidad, ni con temor a Dios, ni con misericordia.
Herodes, predijo el esenio, gozaría de muchos placeres, de la felicidad, la gloria y la fama, pero no tendría en cuenta ni la compasión, ni la rectitud, ni la Ley de Dios, por lo cual sufriría las penas merecidas en los últimos días de su vida.
Herodes no hizo caso de tales augurios, pues entiende que es completamente imposible llegar a convertirse en monarca algún día.
Pero más adelante, cuando iba medrando en la vida a pasos agigantados, acumulando cada vez más poder y cargos de responsabilidad en la política, se acordó de lo que le profetizó aquel esenio y ordenó que salieran a buscarlo y lo trajeran a su presencia.
Herodes quería saber desesperadamente cuántos años reinaría, pero el asceta no contesta.
Herodes pregunta si quizá reinará 10 años, a lo que Manaem contesta afirmativamente; ¿serán a lo mejor 20 años?, Menaem vuelve a responder que sí. ¿Y 30? También, replica el esenio, pero no le da una cifra exacta.
Herodes se contenta con las respuestas del cenobita y lo despide.
Desde ese día guardaba un respeto y una admiración enormes hacia la secta de los esenios.
Decreto impío contra la criminalidad
Los bandidos y asaltadores siempre fueron un mal endémico de Judea y alrededores.
En una zona semidesértica, árida y pedregosa, las cosechas eran insuficientes para alimentar a todos los habitantes.
El paraje agreste y rocoso, sin embargo, resultaba idóneo para organizar todo tipo de emboscadas, asaltar a los incautos viajeros y poder luego esconderse entre los peñascos.
Herodes, cansado tanto de las continuas revueltas que orquestaban los más fanáticos en Jerusalén, como de los ataques que sufrían las aldeas por parte de bandas de forajidos, decide cambiar la ley para poder actuar con más contundencia contra todo aquel que alterara el orden.
Establece un decreto nuevo: todo aquel que se amotine o se dedique al bandolerismo será vendido como esclavo en el extranjero.
Con esta medida Herodes pensaba matar dos pájaros de un tiro. Por un lado llenaba las arcas de dinero recaudado de la venta de los indeseables, y por otra parte se deshacía de ellos, ya que eran trasladados fuera de su reino.
En principio parece una idea inteligente, pero dicho castigo venía a chocar contra la Torah, que indicaba que los bandidos debían ser sancionados con pagar cuatro veces el valor de lo que habían robado.
Solamente en aquel caso de que el ladrón no pudiera hacer frente a la suma establecida, podía ser vendido como esclavo, pero nunca a extranjeros y tampoco para siempre, sino por un tiempo limitado a seis años, pasados los cuales debía ser puesto en libertad.
Así pues, el rey Herodes, lejos de contentar a su pueblo con medidas que buscaban su seguridad, lo único que consigue es acrecentar el descontento entre sus súbditos.
Regresan de Roma los hijos de Herodes y se casan
Acude Herodes a Italia para saludar a su amigo el César y para recoger a sus hijos Alejandro y Aristóbulo, que llevaban varios años estudiando en Roma.
Cuando ambos jóvenes poner pie en Judea causan la admiración de todo el pueblo que se queda asombrado de su porte y elegancia.
Pero no sólo despiertan la fascinación de la gente, también levantan envidias entre ciertos personajes influyentes que habitaban en la corte del rey, entre los cuales destaca Salomé, la hermana de Herodes.
Comienzan a ponerse en circulación una serie de rumores que afirman que ambos hermanos odiaban y despreciaban a su padre por haber ordenado ejecutar a su madre Mariamne.
Poco a poco los bulos se van extendiendo entre todo el pueblo. Como no podía ser de otra manera, los chismes llegan a oídos de Herodes, el cual siente un hondo pesar, que va cediendo poco a poco paso al resentimiento y minando el amor que el monarca sentía por sus dos vástagos.
Por aquellos días los dos hermanos contraen matrimonio.
Aristóbulo se casa con su prima Berenice, hija de la intrigante Salomé, y Alejandro lo hace con la princesa Glafira, que era la hija del rey de Capadocia Arquelao.
Herodes intercede por los judíos de Jonia ante Agripa
Avisan al monarca de que Marco Agripa se encontraba embarcado rumbo a Asia.
Herodes, obsesionado con agradar siempre a las autoridades romanas, sale raudo a recibirlo con toda pompa y boato.
Cuando se encuentran, Herodes insiste en que Agripa sea su huésped especial y le acompañe de vuelta a Judea, donde podrá disfrutar de todo tipo de lujos, placeres y exquisiteces.
Agripa es recibido en Jerusalén con grandes muestras de aprecio.
Se ofrece un sacrifico de 100 bueyes en el Templo y se celebra un inmenso banquete para todo el pueblo.
Agripa ha de marchar al Bósforo. Ambos amigos se despiden.
Pasado el invierno, Herodes decide realizarle una visita a Agripa.
Sale de viaje y se encuentran en las inmediaciones de Sínope, en el Ponto.
Agripa sabe valorar esta prueba de aprecio por parte de su amigo Herodes, el cual ha desatendido los asuntos de su gobierno por ir a verle, hacerle compañía en el Ponto y asesorarle.
Una vez solventado todo lo que Agripa tenía que hacer en el Panto, ambos amigos marchan a la isla de Samos pasando por regiones como la Capadocia y la Gran Frigia o visitando ciudades como Éfeso.
En todas las localidades donde paraban, Herodes, muy metido en el papel de mecenas, hacia generosas aportaciones para cubrir las necesidades de la población.
Haciendo valer la influencia que tenía en su amigo Marco Agripa, intercedía por aquellos que le solicitaban su ayuda para conseguir algo del romano.
A través de su intercesión consigue que Agripa haga las paces con los ciudadanos de Ilio, o que los vecinos de Cío se vean liberados de las deudas que tenían con Roma.
En una ocasión, estando en la región de Jonia (en Asia Menor), acudieron numerosos miembros de la colonia judía a solicitar a Agripa que pusiera fin a una serie de injusticias y discriminaciones que padecían por parte de las autoridades locales.
Especialmente irritante les resultaba a los hebreos la costumbre que tenían los gobernantes de obligarles a personarse en los tribunales en Shabbat y otros días de guardar. También acusaban a los dirigentes locales romanos de quedarse con el dinero de sus colectas, el cual iba destinado al Templo de Jerusalén.
Además no les permitían librarse de cumplir el servicio militar, algo de lo que estaban eximidos los judíos, pues tenían un acuerdo con Roma, según el cual se establecía que éstos podían regirse según sus costumbres.
Herodes intercede por ellos y le ruega a Agripa que atienda sus propuestas. Nombra portavoz de la comunidad judía a un viejo amigo suyo: Nicolás de Damasco, del cual hablaremos más adelante.
Nicolás de Damasco le recuerda a Agripa que su pueblo se está viendo privado de unos derechos que le había concedido Roma.
Recalca que es una injusticia tratar a los judíos de esta manera que tan poco se merecen y le explica a Agripa que, para un judío piadoso, es peor que le impidan celebrar sus ritos y cumplir con la Torah que privarles de la vida misma.
En resumen, Nicolás de Damasco, no pide ningún favor o privilegio nuevo, simplemente solicita que se cumpla lo que se acordó con respecto a la libertad de culto para la comunidad judía en Jonia, pues dichos convenios se encuentran custodiados nada menos que en el Capitolio de Roma, donde se conservan todos los documento importantes del Imperio.
Agripa contesta que, debido a la amistad que le une a Herodes, va a tener en consideración las peticiones que le han hecho los judíos, y que les garantiza que podían seguir cumpliendo con los preceptos de la Torah sin volver a ser acosados por nadie.
Al poco tiempo Herodes y Agripa se han de despedir para volver a sus países.
Herodes marcha a Judea, desembarca en Cesárea y desde ahí se dirige a Jerusalén, donde convoca al pueblo, para informar, en un magistral ejercicio de propaganda, de lo que gracias a su intervención se ha podido conseguir en beneficio de la comunidad judía de Jonia.
Y aprovechando que tiene a todos los ciudadanos reunidos y atentos, pasa a enumerarles todas las grandes obras que ha hecho por sus súbditos.
Para acabar el mitin, lleno de orgullo y de satisfacción les anuncia que, para colmo de sus dichas, tiene pensado beneficiarles perdonándoles la cuarta parte de los tributos que debían pagar del ejercicio anterior.
Disputas filiales
La situación en casa de Herodes andaba cada día peor.
Salomé, la hermana del rey, profesaba un odio ilimitado hacia sus sobrinos Alejandro y Aristóbulo.
Ya hemos mencionado que Salomé detestaba profundamente a su cuñada Mariamne, porque ésta, que era descendiente del noble linaje de los asmoneos, se dedicaba continuamente a recordárselo a los miembros de la familia de Herodes, a los que despreciaba y humillaba siempre que tenía ocasión.
Por otra parte Salomé había sido, a través de sus retorcidas intrigas y calumnias, la causante principal de la ejecución de Mariamne, y temía ahora que sus dos huérfanos decidieran vengar la muerte de su madre.
Salomé debía apartar de en medio a los dos jóvenes que eran una amenaza latente a su seguridad. Si éstos llegaban algún día a gobernar, y todo apuntaba a que iba a ser así, pues eran los vástagos de Herodes con más pedigrí, al ser descendientes de la dinastía asmonea por parte materna, se tomarían la revancha con toda seguridad con aquellos que llevaron a su madre a la perdición.
Los dos hermanos no tenían empacho alguno en criticar abierta y públicamente a sus tíos Feroras y Salomé , a los cuales increpaban sin tapujos con las peores injurias y a los cuales culpaban también de ser los principales instigadores de la muerte de su madre Mariamne.
Amenazaban también con acabar con aquellos que tuvieron algo que ver en la trama que llevó a Mariamne a la tumba.
Salomé y Feroras, mucho más cautos astutos, se dedicaban a conspirar contra sus sobrinos de forma discreta y a la vez esparcían todo tipo de rumores maliciosos sobre los chicos.
Dichos bulos corrían de boca en boca por toda la población y llegaron, como no podía ser de otra manera, a oídos de Herodes, que sufría una aguda paranoia y tendía a creerse siempre a pies juntillas todos los chismes que suponían una amenaza para él.
Como ya hiciera su hermana Salomé anteriormente y con mucho éxito, se dedica ahora de nuevo a llenarle la cabeza a Herodes de peligros y acechanzas.
Conociendo a la perfección los miedos patológicos de su hermano a las conjuras, Salomé lo somete lentamente a un astuto lavado de cerebro.
La arpía Salomé intenta convencer al monarca de que se encuentra rodeado de amenazas y de que en cualquier momento será víctima de alguna acechanza de sus dos malvados y ambiciosos hijos.
Como fuera que a Herodes le llegaban rumores similares por diferentes vías acaba completamente persuadido de vivir en peligro inminente.
Para acabar de sugestionar a Herodes le revelan los planes que, parece ser tenían los dos hermanos, los cuales habían instado a Arquelao, rey de la Capadocia y suegro de uno de ellos, Alejandro, para que se personara en Roma ante Augusto y denunciara a Herodes.
La turbación, el desasosiego y el odio se apoderan de Herodes, el cual decide que a modo de contrapeso de las ambiciones de sus dos hijos va a colocar a su primogénito en un primer plano.
Este hijo primogénito era Antípatro, el hijo de su primera mujer Doris, el cual se va a vivir ahora al palacio con su padre.
Con este gesto, Herodes quería mandarles un mensaje inequívoco a sus hijos Aristóbulo y Alejandro: ¡Cuidado, no sois los únicos herederos de mi reino!
Pero el plan no sale como Herodes había deseado. Si lo que quería era dar un aviso a sus dos vástagos y hacer que recapacitaran, lo que consigue es un resultado muy diferente: ambos hermanos se sienten profundamente ofendidos.
Antípatro, viéndose ahora el dueño de la situación, se suma al bando de los calumniadores y contribuye de buena gana a hacer creer a su padre que los rumores que circulan por ahí sobre la animadversión que sentían sus hermanastros por el rey son del todo ciertos.
Y así, día a día, van empeorando las de por si maltrechas relaciones entre Herodes y los dos hijos de Mariamne.
Herodes va acumulando cada vez más inquina hacia Aristóbulo y Alejandro, hasta el punto de llegar a escribir al emperador para solicitar que nombre a Antípatro como su legítimo sucesor.
Por si una misiva no fuera suficiente para convencer al César, Herodes envía a Roma a su hijo Antípatro cargado de regalos y le encarga a su amigo Agripa que consiga ganarse el aprecio de Augusto hacia su hijo.
Denuncia y reconciliación
Antípatro se ve ya definitivamente como el heredero de su Herodes, pero, por si acaso, no deja de escribirle cartas a su padre para seguir acusando a sus hermanos.
El odio de Herodes llega a tal extremo que determina acabar con la vida de sus dos hijos, pero por no tomarse la justicia por su mano, se embarca a Roma para denunciarlos personalmente ante Augusto.
Una vez delante del emperador, con ambos hijos presentes, los acusa de estar fraguando un plan para atentar contra él y hacerse así con el poder.
También le ruega al César que les diera muerte para no tener que vivir permanentemente amenazado.
Augusto se apiada de los jóvenes que debido a su inmadurez e inexperiencia son incapaces de defenderse
Alejandro, haciendo acopio de valor, solicita que se aporten pruebas de tan graves acusaciones. ¿Puede alguien demostrar que efectivamente ambos hermanos hayan elaborado algún tipo de veneno, o que hayan sobornado a los sirvientes o que hayan escrito algo contra el rey?
Todo lo que se ha dicho contra ellos no son sino meras difamaciones, puras falsedades concebidas para inculparles y apartarlos así de su padre y por ende de poder heredar algún día el reino.
Augusto no encuentra culpables a los jóvenes y cree que todo han sido maledicencias pergeñadas por mentes retorcidas.
Invita a Herodes a desoír todas las habladurías y a reconciliarse con sus hijos.
Delante del mismo César hacen las paces y luego se despiden de él para volver a Judea.
Una vez de vuelta en Jerusalén, Herodes convoca al pueblo en el recinto del Templo y les explica todo lo ocurrido y lo que Augusto había determinado.
Finalmente expone cuál es su voluntad con respecto a su sucesión en el trono: el primero en la línea sucesoria sería Antípatro, y después vendrían los dos hijos que tuviera que Mariamne, Alejandro y Aristóbulo.
Los juegos quinquenales
Cuando concluyen las obras de construcción de Cesarea, que se alargaron por un periodo de unos diez años, Herodes decide celebrar la fundación de su nueva ciudad, estableciendo unos juegos olímpicos quinquenales.
Los primeros tuvieron lugar en el vigésimo octavo año de su reinado, es decir entre los años 12 y 9 a.C., según si entendemos que comenzó a reinar cuando fue nombrado monarca por el Senado romano en el año 40 a.C. o cuando recuperó realmente el trono tras derrotar a Antígono Matatías en el año 37 a.C.
En estas competiciones recibían premios no sólo los vencedores, sino también aquellos que quedaban segundo y terceros.
No escatimo en gastos para hacer que dichos juegos, dedicados al emperador, fueran la admiración del mundo antiguo.
No sólo había campeonatos deportivos, también había certámenes musicales, carreras de caballos y luchas de gladiadores.
El evento fue todo un éxito y acudió gente de todas partes para asistir a los festejos.
Herodes se comportó como un magnífico anfitrión, alojando a numerosos representantes de diferentes pueblos y ofreciéndoles banquetes.
Por la noche seguía la fiesta por toda la ciudad con más espectáculos.
Herodes profana el sepulcro de David
Llega a oídos de Herodes que en una ocasión el rey Hircano mandó abrir el sepulcro del rey David y tomó 3.000 talentos de plata, y decide que él va a seguir su ejemplo para financiar sus numerosos gastos.
De noche, y acompañado de un puñado de fieles amigos, entra con el mayor de los sigilos en el sepulcro.
No encuentra oro ni plata pero si todo tipo de joyas que sustrae sin dudarlo.
Movido por la codicia quiso averiguar si dentro de los sarcófagos de los reyes David y Salomón había más objetos preciosos.
Pero dos de los acólitos que lo asistían son víctimas de una potente lengua de fuego que sale del interior de los féretros que los fulmina en el acto.
Herodes huye despavorido.
Más tarde acosado por los remordimientos de haber cometido un terrible sacrilegio, ordena construir un monumento de costosísimo mármol a las puertas del mausoleo.
Después de este desagradable e impío incidente del sepulcro, la vida familiar de Herodes se deteriora hasta llegar a un grado tal, que Herodes sospecha que está siendo castigado por el acto tan ominoso que cometió.
Continúan las disputas familiares
La riñas en la corte eran constantes y cada vez más ásperas.
Ahí todos se odiaban y cubrían de insultos y calumnias. Todos conspiraban contra todos.
Antípatro no descansaba a la hora de inventarse acechanzas y complots que supuestamente estaban ideando sus dos hermanos contra su padre, pero se cuidaba mucho de ser él personalmente el que pusiera en conocimiento de nadie dichas confabulaciones.
Antes bien dejaba que fueran terceras personas los que acudieran al rey con los rumores y acusaciones.
Él fingía no saber nada e intentaba quitar hierro al asunto, presentándose siempre ante su padre como un corderito. Antípatro no sólo era un buen hijo que se preocupaba sobremanera por la seguridad y el bienestar de su padre, sino que además era un muy buen hermano que salía en defensa de Alejandro y Aristóbulo cuando algún impertinente acudía corriendo ante Herodes a contarle el último pérfido chisme que se decía de esta pareja.
Antípatro había engatusado de tal manera a su padre que éste creía que nadie merecía más ser su digno heredero que ese dechado de bondades que era su primogénito.
De esta manera el rey le va encomendando cada vez más tareas y le va dando más poder en la corte.
Herodes pone a su secretario y principal ministro, Ptolomeo, a disposición de su hijo, para que éste pueda consultarle y asesorarse con él.
Por si fuera poco Herodes, conforme va teniendo cada vez más relación con Antípatro, comienza a emplear de consejera a Doris, su primera esposa y madre de aquel, para que le aconseje en temas especialmente importantes.
Dejando en manos de esta camarilla asuntos de tanta relevancia para el reino, Herodes les estaba otorgando un poder desmesurado, del que solían abusar para hacer lo que les placía y predisponer al monarca en contra del resto de la familia real.
Por si el rey no tuviera suficientes quebraderos de cabeza con las constantes insidias entre sus hijos, resulta que ahora viene Feroras, hermano de Herodes y se enamora perdidamente de una de sus sirvientas.
Hasta aquí nada que objetar. Pero el problema es que su obsesión por la esclava le hace olvidarse de su prometida, que no es nadie menos que la hija de Herodes.
Extasiado como estaba con su fámula desprecia a su sobrina, la cual le había sido entregada en matrimonio por su hermano Herodes como muestra de tremendo afecto.
El desprecio que le hace Feroras a su ofrecimiento le duele profundísimamente a Herodes, el cual se siente enormemente ofendido y dolido.
Le parece estar frente a la mayor muestra de ingratitud por parte de una persona a la que tantos bienes y tanto poder le había otorgado.
Despechado, Herodes entrega a su hija en matrimonio a su sobrino, el hijo de su difunto hermano Fasael.
Pero Herodes apreciaba inmensamente a su hermano y le ofrece la mano de su segunda hija, Cypros (o Cipros).
Feroras parece entrar en razón y acepta, pero al final le puede la pasión que siente por su sierva y rechaza tan generosa oferta.
De nuevo se disgusta Herodes, cuya indignación no cabía en el palacio real. Muchos aprovechan el monumental enfado del rey para atacar a Feroras.
Así estaban la situación en casa de Herodes, donde todos se ponían la zancadilla y aprovechaban el menor tropiezo de alguno para caerle todos encima como buitres hambrientos.
Salomé, por su parte, utilizaba a su hija, que estaba casada con Aristóbulo para usarla de confidente y sonsacarle toda la información que podía de los dos hermanos.
Al parecer una cosa que repetían ambos hermanos muy a menudo cuando estaban solos era lo mucho que echan de menos a su madre y que aborrecían a su padre. También aseguraban que, el día que llegaran al poder, colocarían al resto de los hijos que su padre Herodes había tenido con otras mujeres, de escribas en los diferentes pueblos, pues no merecían desempeñar un cargo mejor.
Con esta información en su poder, corría Salomé a ver a su hermano Herodes para acusar a los dos hijos de Mariamne.
Cuando parecía indicar que Herodes se había reconciliado definitivamente con sus dos hijos, nos encontramos con que el rey vuelve poco a poco, y debido a los maliciosos rumores que vuelven a circular por la corte, a recelar de los dos muchachos.
Un episodio que revela claramente cómo estaba la situación en el palacio real de Herodes es el que protagonizó su hermano Feroras, el cual acude a ver a su sobrino Alejandro para avisarle de que su padre el rey Herodes está profundamente prendado de Glafira, la mujer del muchacho, a la cual galantea cada vez que tiene la ocasión.
Enfermo de celos, el joven va a ver a su padre y lo interpela al respecto.
Herodes explota de cólera al oír las acusaciones que su hijo le hace y manda personarse inmediatamente a su hermano Feroras, al cual tacha de mezquino, miserable, desagradecido, mal hermano, calumniador, traidor e infame.
Feroras se defiende culpando de todo a su hermana Salomé, la que ha urdido toda la red de intrigas y bulos.
Salomé se arranca los cabellos, se golpea el pecho, llora y entre sollozos niega tener nada que ver con todo aquello.
Herodes, abatido, ordena que se retiren Feroras y Salomé. Está claro que está rodeado de víboras.
El palacio es un nido de intrigas y ya no puede fiarse de nadie, está completamente solo.
Interviene Arquelao. Intrigas de Antípatro
La aguda paranoia del monarca se acentúa día a día y cree ver conjuras en todas partes.
Somete a durísimos interrogatorios a sus tres principales eunucos, porque piensa que están siendo sobornados por su hijo Alejandro.
Bajo tortura confiesan que Alejandro odiaba a su Herodes, y que en alguna ocasión había llegado a mencionar que su padre ya estaba viejo y caduco, que no se veía con fuerzas para gobernar y que se tintaba los cabellos para ocultar su decrepitud.
También admiten haberle oído a Alejandro prometerles que, si colaboraban con él y estaban de su parte, obtendrían los cargos más importantes, una vez que el joven alcanzara el poder.
Alejandro se jactaba de tener muchos amigos poderosos que le ayudarían a hacerse con la corona.
Herodes encoleriza y se asusta a partes iguales.
Comienza a desconfiar absolutamente de todo el mundo y despliega una vasta red de confidentes y delatores por todo su reino.
En el entorno del rey la atmosfera se hace irrespirable, pues todos se denuncian mutuamente.
El principal causante de esa situación era Antípatro, la persona más cercana al rey en aquellos caóticos días, el cual, conociendo la exagerada manía persecutoria de su padre, hace todo lo posible por incrementar los miedos y sospechas de su pregenitor.
Aprovechando que su padre desconfiaba de todo el mundo, Antípatro lo manipula para eliminar a todos sus opositores. Además se encarga él mismo de llevar a cabo los interrogatorios de “los sospechosos”, es decir de toda persona cercana a Alejandro, muchos de los cuales morían en los suplicios que les aplicaban, sin que Antípatro pudiera sacarles nada de información.
Pero un día uno de los torturados declara que ha escuchado a Alejandro decir que su padre le envidia y se pone muy celoso cuando alguien le felicita por su magnífica puntería, por su esbelta figura o por motivos similares, y que es por esta razón que siempre deja ganar a su padre en todos los torneos y competiciones que hace.
El pobre siervo que está siendo atormentado revela que Alejandro intentaba presentar un aspecto desmejorado y andaba encorvado cuando estaba ante su padre para que el rey no fuera presa de la envidia por la belleza, apostura y juventud del muchacho.
Suspendidos los tormentos del infeliz sirviente, éste añade que Alejandro y Aristóbulo estaban tramando un plan para acabar con la vida de Herodes mediante una emboscada que le pensaban tender durante una jornada de cacería.
Una vez cometido el parricidio, ambos hermanos pensaban huir a Roma, donde le solicitarían al César que les entregara el reino de su padre.
Pero lo que acaba por despejar definitivamente las dudas de Herodes de estar oyendo algo cierto es que se encuentra la correspondencia que ha estado manteniendo Alejandro con su hermano Aristóbulo, en la que aquel se lamenta de que su padre le hubiera otorgado inmerecidamente el gobierno de una región a Antípatro, de la cual sacaba 200 talentos en concepto de tributos.
Herodes exige que se encarcele a Alejandro pero más tarde se da cuenta de que, realmente, no tiene ninguna prueba sólida que demuestre que hayan intentado atentar contra él.
La supuesta conjura para acabar con su vida le parece inverosímil, al igual que el hecho de que, después de cometer un magnicidio, pensaran en refugiarse en Roma, donde todos sabían que serían severamente castigados por Augusto.
Herodes sabe que debe encontrar algo más sólido, si quiere seguir manteniendo a su hijo Alejandro en la mazmorra.
Echa mano de los amigos más íntimos de su hijo y, con la intención de que den más información comprometedora que incrimine a Alejandro, los somete a tales suplicios, que van muriendo uno a uno sin que el rey pueda obtener nada.
Otro criado, entre horribles tormentos, asegura saber que Alejandro había escrito unas cartas a ciertos amigos de Roma, en la que el joven les pedía que por favor le consiguieran una audiencia con Augusto, pues tenía una información altamente confidencial y muy relevante para el emperador acerca de Herodes.
El secreto que Alejandro quería revelarle al César era que su padre se había confabulado con el rey de los partos, Mitrídates, para actuar conjuntamente en contra de los romanos.
Además dicho sirviente añade que le consta que Alejandro tiene una poción venenosa ya dispuesta en la ciudad filistea de Ascalón.
Herodes se cree la historia del supuesto complot y ordena buscar inmediatamente y a fondo el frasquito de veneno, el cual no aparece por ninguna parte.
Alejandro, para complicar aún más el asunto, no sólo no niega las acusaciones que pesan sobre él, sino que, para que su padre abriera los ojos y viera cómo lo estaban manipulando llenándole la cabeza de miedos y amenazas, pone en marcha un plan.
Escribe cuatro misivas en las que pide el cese de las torturas. Afirma en ellas que, efectivamente, existe una conjura para eliminar a Herodes, organizada por Feroras, Salomé y los amigos más cercanos al rey.
Todos se habían conjurado para acabar con el monarca porque, visto el ambiente de terror que dominaba en la corte, temían en ser los siguientes en ser ejecutados.
Ya no se tenían en cuenta ni los lazos de amistad, ni de parentesco. Todo el mundo se odiaba y se acusaba mutuamente.
Además era imposible defenderse o demostrar que todo eran calumnias infundadas, ya que una vez alguien era acusado, estaba prácticamente sentenciado a muerte.
El palacio real había pasado a convertirse en una casa de locos, donde imperaba el dolor, el miedo y la amargura.
A oídos de Arquelao, suegro de Alejandro y rey de la Capadocia, llega la noticia de que su consuegro Herodes ha perdido la cabeza y ha convertido su corte en un nido de intrigas.
También se entera de que su yerno Alejandro se encuentra encerrado en prisión, víctima de falsas denuncias.
Preocupado porque su hija se puede quedar viuda debido a los actos de un monarca perturbado, Arquelao abandona Capadocia para llegar a Jerusalén antes de que Herodes tome alguna decisión precipitada de consecuencias funestas para la familia.
Llegado a la corte del idumeo, lo saluda con respeto y no menciona para nada el incidente con Alejandro.
Cuando le ponen al corriente de lo ocurrido, lejos de mostrarse indignado o de intentar convencer a Herodes de cambiar de opinión, Arquelao se muestra disgustado con el comportamiento de su yerno y alaba la actuación del rey, pues lo último que desea el capadocio es irritar aún más a un monarca que cree desequilibrado.
Incluso le llega a decir que si él se enterara de que su hija sabía de los planes de su marido y no lo pusiera en conocimiento de Herodes, consentiría en disolver el matrimonio con Alejandro y él mismo castigaría a la muchacha.
Arquelao, que no había tenido nunca buenas relaciones con Herodes, simula ahora estar preocupado por lo sucedido y apoyar en todo momento al rey idumeo.
Poco a poco Herodes parece que va entrando en razón y se calma. Empieza a ver la situación de otra manera
Arquelao aprovecha el cambio de humor del monarca para sugerirle que, seguramente, la culpa de todo la tuvieran los amigos del muchacho que le habían llevado por mal camino. También responsabiliza a Feroras de tener que ver en todo el embrollo.
Feroras que sabía que su hermano estaba enojadísimo con él y no quería verlo en su presencia, buscaba la manera de reconciliarse con Herodes.
Viendo la influencia que el rey Arquelao ejerce sobre su hermano, Feroras decide ir a ver al capadocio para pedirle que interceda por él ante Herodes.
Arquelao le convence de que, debido al grado de indignación que muestra Herodes, la única manera de aplacar la furia del monarca será pedirle humildemente perdón y reconocer haber sido el artífice de todo este enorme revuelo.
Se matan de esta manera dos pájaros de un tiro: se demuestra la inocencia de Alejandro y Feroras hace las paces con su hermano.
Herodes se queda impresionado de la amistad y la lealtad manifestada por el rey Arquelao, que pasa a convertirse en su mejor amigo.
Cargado de costosos regalos, Arquelao se despide de Herodes para marchar de vuelta a Capadocia.
Más adelante Herodes tuvo ocasión de devolverle el favor a su amigo Arquelao cuando, haciendo las veces de mediador, pudo reconciliar a éste con el gobernador romano de Siria, Marco Ticio (Marcus Titius) con el que se llevaba mal.
Conflicto con la Traconítida
Recordemos que Augusto había despojado a Zenodoro de la región de Traconítida y se la había entregado a su amigo Herodes, porque confiaba en que éste la supiera administrar mejor y no tolerara los continuos actos de pillaje que desde esa región llevaban a cabo varias bandas de forajidos contra las ciudades sirias fronterizas, Damasco incluida.
Cuando Herodes se hizo cargo de la Traconítida, se emplea eficazmente a fondo para acabar con las partidas de saqueadores.
Numerosos ladrones se ven de la noche a la mañana sin oficio y han de ponerse a trabajar duramente la tierra para poder vivir, en una zona agreste y poco productiva.
Cuando Herodes parte a Roma a quejarse al César de los supuestos complots de su hijo Alejandro, se extiende en la Traconítida el rumor de que Herodes ha fallecido.
Los bandidos vuelven a asolar las vecinas comarcas, y los hombres de Herodes en la región tienen que recurrir a una brutal represión para sofocar las incursiones de los malhechores.
400 cabecillas de los forajidos solicitan refugio entre los árabes, y éstos, gobernados por Sileo (recordemos que se le había negado la mano de Salomé), no sólo acogen a los salteadores, sino que les animan a continuar con sus correrías y les dan toda la protección necesaria.
Vuelve Herodes de su periplo por la capital del imperio y se encuentra la región de Traconítide patas sumida en el caos. Para colmo no puede atrapar a los principales autores de los asaltos porque se encuentran amparados por los árabes.
Herodes, impotente y llevado por la ira, se venga ejecutando a los familiares de los líderes facciosos.
En la Traconítida los habitantes tienen un código que exige obligatoriamente tomar revancha cuando es asesinado un miembro de tu familia, por lo cual, los salteadores, en lugar de arredrarse y abandonar la violencia se entregan con más fuerza todavía al robo y al homicidio.
La región se convierte en un campo de batalla donde nadie hace prisioneros.
Herodes exige a Sileo dos cosas para que se produzca el cese de las hostilidades:
a) Que le entregue a los forajidos que han pedido asilo en su reino.
b) que le devuelvan los 600 talentos que en su día se les prestaron.
Sileo, ministro del rey nabateo Obodas III, hace caso omiso a las peticiones de Herodes, el cual, desesperado, acuda en busca de ayuda a Cayo Sencio Saturnino y a Volumnio, gobernadores de la Celesiria y Fenicia.
Ambos determinan que, al cabo de 30 días, Sileo devolviera la cantidad que se le había prestado y que extraditara a todos los criminales requeridos por el monarca idumeo.
Sileo, una vez se le acabo el plazo, se escapa a Roma.
Herodes, penetra en territorio nabateo, y se apodera del fuerte donde se atrincheraban los forajidos, en Raipa, devastándolo y causando un gran número de muertes.
Después retorna a su reino y ordena instalar a 3.000 idumeos en la región de la Traconítida, para vigilar a los rebeldes y para colonizar esa zona tan problemática.
Sileo, que como ya hemos mencionado, se encontraba huido en Roma, se presenta ante Augusto y acusa a Herodes de haber cometido todo tipo de tropelías en su reino. (El rey era Obodas III, pero quien realmente manejaba el poder era su ministro Sileo).
El emperador, que se preocupaba enormemente porque reinara la paz en Oriente, encoleriza cuando oye la exposición de atropellos cometidos por Herodes, y le escribe para decirle que su amistad con él ha concluido.
Sileo informa a los nabateos sobre la reacción del César, los cuales se envalentonan y deciden plantarle cara a Herodes, no facilitando a ningún fugitivo.
Simultáneamente, los habitantes de la Traconítida viendo propicia la ocasión, se levantan en armas contra el destacamento de idumeos y los asaltan, saqueando y matando todo lo que pueden.
Entretanto muere el rey nabateo Oboas III y le sucede Eneas, que toma el nombre de Aretas IV.
Sileo, desde Roma, mueve los hilos para hacerse él con el trono de los nabateos.
Comienza a adular a Augusto y reparte presentes por toda la corte imperial.
Cada vez que tenía la oportunidad de entrevistarse con el César, Sileo desacredita a Aretas IV, difamándolo de la peor manera.
El emperador comienza a sentir una enorme antipatía e inquina por Aretas IV, por haberse proclamado rey sin haber tenido la consideración de haberle solicitado previamente el permiso, como era la costumbre.
Éste también estaba indignado con Aretas, por haber ocupado el trono sin escribirle antes.
Herodes, tremendamente disgustado por no contar ya con la amistad del emperador, decide mandar a Roma al mejor orador de su reino, Nicolás de Damasco, a intentar mejorar las relaciones con Augusto.
El complot de Alejandro y Aristóbulo
Ya hemos comentado que en casa de Herodes los asuntos familiares andaban de mal en peor.
Para acabar de deteriorar aún más la situación, aparece en la corte de Herodes un siniestro sujeto, de nombre Euricles de Lacedemonia, maestro en el arte de la manipulación, que con todo tipo de lisonjas y regalos acaba perteneciendo al círculo más estrecho del monarca.
Ahí, en el palacio real, comienza a tratar con todos los miembros de la corte y a sumarse al juego de intrigas.
Se hace gran amigo de Antípatro y también de Alejandro, a quien convence de ser un gran admirador de su suegro Arquelao de Capadocia.
Cuando ya se ha ganado la confianza de Alejandro, le va sonsacando al joven información íntima.
El muchacho se desahoga y le cuenta lo apenado que está porque su padre no los quiere, ni a él ni a su hermano, de quienes desconfía; además le explica a Euricles lo ocurrido con su madre Mariamne, y cómo Antípatro ha acaparado todo el poder y el afecto de su padre.
Euricles revela todas estas confidencias a Antípatro, añadiendo por su parte, que él cree haber percibido en las palabras de Alejandro la voluntad de eliminar a Antípatro.
Inmediatamente se avisa a Herodes, el cual recompensa a Euricles con 50 talentos.
Con su gratificación en el bolsillo Euricles desaparece de la corte de Herodes para ir a Capadocia a entrevistarse con Arquelao.
Esta vez hace creer al monarca que, en Jerusalén, ha estado haciendo todo lo posible para salvar la relación entre Alejandro y su padre.
De nuevo es premiado por su supuesta fidelidad y ayuda.
Euricles desaparece antes de que salgan a la luz todos sus embustes.
Dos guardaespaldas de Herodes, de nombre Jucundo y Tirano, pierden su trabajo un día que defraudan las expectativas que el rey había puesto en ellos.
Los dos guardias se hacen amigos de Alejandro, con el que comparten buenos momentos saliendo a cabalgar juntos.
Viendo Herodes las buenas relaciones que surgen entre sus antiguos escoltas y su hijo Alejandro, empieza a sospechar de los nuevos amigos de su hijo, a los que hace detener y torturar.
Tras muchos padecimientos, ambos revelan que, efectivamente, existe un plan para acabar con Herodes, pues Alejandro les había arrastrado a participar en una celada que le iba a tender a su padre.
Ambos fornidos guardias debían atravesar con una lanza al rey, durante una cacería.
Más tarde tenían que testificar que el propio monarca se había ensartado en su propia jabalina tras haber caído de su montura, percance que ya había sucedido en otra ocasión.
Se procede a detener al intendente de la fortificación de Alexandreion, por participar también en la confabulación, ya que, al parecer tenía intención de cobijar a los conspiradores en dicho bastión y les daría el oro que ahí había depositado.
Dicho prefecto no confiesa nada al respecto, pero si lo hace su hijo, el cual presenta una misiva escrita de puño y letra por Alejandro, y en la que se puede leer como se le solicita al responsable de la fortaleza que los acoja ahí, después que hubieran llevado a cabo lo que tenían previsto.
Para Herodes no hay nada más que hablar, ya no necesita más pruebas.
Alejandro, sin embargo, niega haber escrito esas palabras y aduce que ha sido Diofante, un escriba de la corte con un don especial para imitar la caligrafía de todo el mundo, quien ha redactado esa carta, por orden de Antípatro, para incriminarle y deshacerse así de él.
Se detiene, encadena y encarcela a Alejandro y a Aristóbulo.
Herodes exige a sus hijos que enumeren por escrito todos y cada uno de los pasos que pretendían dar para atentar contra la vida de su padre. Una vez consignados sus crímenes, el documento iría directamente a manos del César que debía determinar que castigo merecían ambos traidores.
Los dos hermanos, de nuevo bajo sospecha, otra vez encarcelados, explican que son completamente inocentes, que tenían ninguna intención de atentar contra Herodes y que sólo habían planificado una huida, porque no podían quedarse ni un día más en el palacio real.
Alertado por la angustiosa situación en la que se encuentra Alejandro, el rey Arquelao de Capadocia manda a un pariente suyo, el príncipe Melas, a intentar arreglar el malentendido.
El rey manda comparecer a Alejandro y le inquiere sobre sus planes de evasión.
Melas expone que los muchachos se iban a encontrar con Arquelao en Capadocia, desde donde zarparían rumbo a Roma para estar seguros. En ningún momento les constaba ni a él Melas, ni al rey de Capadocia, Arquelao, que los jóvenes pretendieran matar a su progenitor.
También se hace venir a Glafira, la mujer de Alejandro, e hija de Arquelao de Capadocia, que expone lo mismo que anteriormente había dicho Melas.
Nicolás de Damasco recupera la amistad del César
Con la prueba concluyente en la mano, Herodes redacta un escrito para el César en el que le explica la conspiración que acaba de desarticular.
Les confía el documento a Olimpo y Volumnio con la orden de llevarle la misiva a Nicolás de Damasco, para que éste se las ofreciera al César.
Nicolás de Damasco tiene dos tareas por delante, entregar las cartas de Herodes al emperador y desenmascarar los embustes de Sileo.
Augusto estaba enojado con Herodes por haber organizado una incursión en Arabia sin su permiso, ocasionando una enorme matanza y saqueando la región, lo cual creaba un conflicto en una zona muy problemática.
Nicolás le contesta que nada de eso es como le han explicado al emperador y, con su magistral retórica, va desmontando una a una todas las falsedades.
Primeramente Nicolás le pone al corriente de la existencia del préstamo de 600 talentos que los nabateos se negaban a devolver, y como, de hecho, existía un apartado en el contrato de empréstito, donde se acordaba por ambas partes, que si no se cumplía lo pactado, Herodes tenía derecho a tomar como fianza lo que quisiera dentro del reino nabateo.
Es por eso, argumenta Nicolás de Damasco, que no se trata aquí de una incursión con ánimo de saquear a los árabes, sino más bien de un acto de justicia, pues se quería recuperar unos bienes que le correspondían legítimamente a Herodes.
Segundo, a pesar de que dicha cláusula del convenio permitía tomarse así el pago de la deuda, de ninguna manera se había hecho esto en un arrebato y de forma irreflexiva, sino que se había acudido a solicitar asesoramiento a Saturnino y Volumnio, legados romanos en Siria, los cuales habían permitido que Herodes actuara como creyera conveniente, si tras el plazo de 30 días, no había recibido el dinero prestado.
Tercero, aun viendo Herodes que no obtenía respuesta alguna por parte de Sileo, decidió volver a pedir el consentimiento de los legados romanos para proceder contra los nabateos.
Una vez que ambos le dan la autorización, Herodes acomete a los árabes.
Así pues, concluye Nicolás de Damasco, no se puede hablar de acto de guerra, ni de saqueo, cuando los mismos pretores de Siria le dan permiso a Herodes para intervenir en el reino nabateo.
Cuarto, cuando muchos maleantes de la Traconítida comienzan a cometer todo tipo de tropelías, marchan a refugiarse a Arabia 400 de sus jefecillos, para no caer en manos de Herodes.
Sileo no sólo los acoge con los brazos abiertos, también los incita a que continúen rapiñando, para poder lucrarse él con parte del botín.
Quinto, sólo, única y exclusivamente después de que los bandidos, acompañados de numerosos nabateos, asaltaran el territorio de Herodes y acabaran con la vida de varios de sus hombres, determina el monarca que hay que actuar, pero no antes.
Sexto, en el ataque defensivo tan sólo perecen unos 25 enemigos, nada que ver la cifra con los 2.500 que asegura Sileo.
En ese preciso momento Augusto aborda a Sileo, que también se hallaba presente, y airado le pregunta por el número real de víctimas.
Sileo contesta que es posible que no le hayan notificado correctamente los datos.
Nicolás de Damasco, hábil como pocos, saca el contrato de préstamo con los nabateos y los documentos de los legados romanos, donde dan fe de que, efectivamente, Herodes actuó contando en todo momento con el permiso de las autoridades romanas.
Augusto condena a muerte a Sileo por falsario y le obliga a abonar sus deudas.
Lamentado haber puesto en duda la palabra de un amigo, el César le escribe una carta donde le ofrece de nuevo su amistad.
Como el emperador estaba disgustado con el nuevo monarca nabateo, Aretas IV, por haberse tomado la libertad de ocupar el trono sin esperar la autorización necesaria, decide deponerle, y entregarle su reino a su recién recuperado amigo Herodes.
Pero es en ese momento cuando aparecen Oplimpo y Volumnio con el escrito de Herodes, donde éste denunciaba a sus hijos por conspiradores.
Augusto cree que quizá no sea tan buena idea poner en un nuevo reino en manos de un monarca que es víctima de tantas intrigas y conjuras, y decide dejar a Aretas IV donde está.
Juicio en Berito contra sus hijos
Augusto escribe a Herodes para comunicarle dos cosas muy importantes.
En primer lugar le informa de que ya se han aclarado todos los malentendidos causados por las calumnias del pérfido Sileo. Así pues el César vuelve a considerar a Herodes como su amigo.
Lo segundo que el emperador quiere trasladar a Herodes es que siente mucho enterarse de los quebraderos de cabeza que le causan sus dos díscolos hijos.
Le da al monarca la total libertad de juzgarlos como él crea más conveniente.
Así pues, se celebra un juicio en Berito, la actual Beirut, con la comparecencia de numerosos nobles, ministros, consejeros, así como de autoridades romanas.
Se evita invitar a Arquelao de Capadocia porque saben que este hará todo lo posible para salvar a su yerno.
A los dos acusados se los traslada a Platana, una ciudad entre Sidón y Beirut, para que no puedan defenderse, por no estar presentes en el juicio.
Acuden de todas las regiones vecinas unos ciento cincuenta próceres, más para respaldar a Herodes a la hora de condenar a sus vástagos, que para impartir realmente justicia.
Herodes, tomando la palabra, acusa a sus hijos de querer matarlo. Lee las supuestas cartas incriminatorias interceptadas, donde realmente no aparece nada que haga suponer una amenaza para el monarca y se desahoga con todo tipo de improperios hacia sus hijos.
Concluye su furibunda diatriba diciendo que, para él son más dolorosas las muestras de desprecio y rechazo que ha ido recibiendo de los dos jóvenes, que el hecho mismo de que desearan y planearan asesinarlo.
De paso recuerda a toda la audiencia que tiene el pleno consentimiento del César para dictar la condena que se le antoje, e invita a los presentes a actuar no como jueces sino como cómplices a la hora de aplicar la sentencia de muerte.
Los diferentes consejeros del rey, viendo que el monarca ya ha decidido el veredicto, y como no querían contrariarle, le dan la razón y ratifican su resolución.
Los únicos que se manifiestan en contra de una condena de muerte son Cayo Sencio Saturnino, gobernador de Siria, y sus tres hijos, los cuales creen que dicha pena es excesiva.
El procurador Volumnio, por el contrario, interviene para decir que ambos jóvenes no merecen sino la muerte, por su execrable comportamiento hacia su padre.
El resto de los asistentes se suma a la opinión Volumnio, y así la suerte de Alejandro y Aristóbulo está echada.
Se da por finalizado el juicio y Herodes marcha con sus hijos a Tiro, desde donde embarca hacia Cesárea.
Por el camino consulta con su amigo y asesor Nicolás de Damasco, el cual le aconseja al rey no actuar precipitadamente.
Nicolás cree que los dos jóvenes merecen un castigo, pero considera que acabar con sus vidas es excesivo. Llega incluso a sugerir al monarca que los deje una temporada en prisión, para ponerlos más tarde en libertad, algo que Herodes no está dispuesto a hacer.
Condena a muerte de Alejandro y Aristóbulo
Un soldado veterano de Herodes, de nombre Tirón (o Tero), cuyo hijo era gran amigo de Alejandro, enloquece de indignación al saber el castigo que les espera a los dos hermanos.
Proclama abierta y públicamente la tremenda injusticia que se está a punto de cometer.
Dicho Tirón llega incluso a comparecer ante Herodes para exponerle sin tapujos que su sentencia levantara no poca animadversión entre muchos oficiales de su ejército, que apreciaban a sus dos hijos.
Dicho esto Herodes se inquieta y le exige que revele los nombres de todos aquellos que hayan manifestado pesadumbre al enterarse de la condena a muerta de sus hijos.
Se detiene a todos los oficiales nombrados por Tirón, así como al propio Tirón y a sus hijos.
Para acabar de liar aún más la situación, aparece en escena un extraño personaje que va a ser decisivo para acabar de convencer a Herodes que debe acabar con sus dos hijos.
Dicho misterioso sujeto, un tal Trifón, era barbero en la corte de Herodes.
Trifón comparece ante el monarca y le confiesa que Tirón ha intentado varias veces de inducirle a atentar contra él.
El plan de Tirón era que el fígaro, cuando el rey requiriera de sus servicios, le cortara el cuello tan rápido como lo tuviera en sus manos. De esta manera Alejandro pasaría a detentar el poder y le recompensaría por los favores prestados.
Se somete a tortura a Tirón, a sus hijos y a Trifón.
Tirón soporta todos los tormentos que le aplican, pero uno de sus hijos, viendo que van a sufrir todos en vano, le propone a Herodes declarar todo lo que sabe si los libra a él y a su padre de los suplicios.
Herodes acepta y el hijo de Tirón admite que, efectivamente, su padre proyectaba atentar contra el rey, porque estaba compinchado con Alejandro.
Se desconoce si dicha confesión tenía algo de verdad o si era simplemente un cuento para poder escapar de las torturas.
Sea como fuera, el caso es que este último testimonio fue decisivo para Herodes a la hora de tomar la decisión de mandar ejecutar a sus dos hijos.
Se convoca al pueblo para que asista a la acusación pública de Tirón, sus hijos, al barbero Trifón, así como de unos 300 oficiales de su ejército, hallados culpables de conspirar contra Herodes.
Ahí mismo son lapidados todos por la muchedumbre.
Alejandro y su hermano Aristóbulo son trasladados a Sebaste donde son estrangulados.
Discretamente se desplazan de noche los cadáveres a la fortaleza llamada Alexandreion, donde repasaba el cuerpo de su abuelo Hircano y otros ilustres antepasados.
Corría por aquel entonces el año 7 a.C.
Crece la antipatía hacia Antípatro
Antípatro se había liberado de sus dos principales rivales. Todo parecía indicar que, a la muerte de su padre, el trono sería para él.
Pero lejos de alegrarse, se adueña de él un enorme desasosiego, pues es plenamente consciente del odio que suscita entre los judíos, los cuales lo consideran el principal causante de la muerte de sus dos hermanos.
Además le intranquiliza y desagrada el enorme afecto que su padre Herodes, comido por el remordimiento, demuestra hacia sus nietos huérfanos, a los cuales prodiga todo tipo de muestras de cariño.
Alejandro había tenido con Glafira dos hijos Tigranes y Alejandro.
Aristóbulo, por su parte, había sido casado con una hija de Salomé, de nombre Berenice, con la que había tenido cinco hijos, tres varones: Herodes, Herodes Agripa I y Aristóbulo, y dos hijas, llamadas Herodías y Mariamne.
Así pues deja huérfanos a siete niños y viudas a dos mujeres: Glafira, a la cual manda de vuelta la corte de su padre Arquelao de Capadocia, y a Berenice, a la cual casa con Teudión, que era tío de Antípatro por parte de madre.
Por si fuera poco, los altos mandos del ejército de Herodes tampoco sentían gran simpatía por Antípatro, pues apreciaban más a los dos hijos de Mariamne, recién ejecutados por Herodes.
De momento Antípatro ha conseguido convencer al rey de que, si ha acusado a sus hermanos de conspiradores, ha sido por proteger a su padre y no por envidia o inquina hacia los jóvenes condenados.
Pero poco a poco Herodes comienza a sospechar de que las intenciones de Antípatro son otras, pues su primogénito hace todo lo que está en su mano por apartarlo de sus nietos.
En realidad Antípatro había comenzado ya hace mucho a trazar un plan para eliminar a su padre.
Aparentemente no tenía sentido que Antípatro planeara la muerte de Herodes, puesto que había sido nombrado oficialmente legítimo sucesor del monarca, cuando éste desapareciera.
Pero en el fondo Antípatro tenía muchísima prisa por heredar el trono, pues cada día que pasaba corría el riesgo de que se descubriera que él había sido el que orquestado toda la trama de acusaciones y pruebas falsas contra sus hermanos.
Además veía cómo incrementaba el amor que Herodes sentía por sus nietos, y se temía que, pasados unos años, si la estima y aprecio que el rey manifestaba hacia los huérfanos seguía aumentando, pudiera darse el caso de que el monarca decidiera que fueran ellos quienes lo sucedieran en el trono.
Por otra parte Antípatro pensaba que cuanto más tiempo detentara su padre el poder, menos años podría disfrutar el del trono.
Con el fin de ganarse a la gente poderosa que le rodea, comienza a adularles con regalos y lisonjas.
Especialmente buscaba granjearse la amistad del gobernador romano de Siria, Cayo Sencio Saturnino, del hermano del mismo, y de Alexas, el mejor amigo de Herodes, que acababa de ser casado con su tía Salomé.
Herodes, a su vez, buscando un buen futuro para sus nietos, forja un plan de matrimonios provechosos para estos.
Antípatro hará todo lo que esté en su mano para desbaratar dichos casamientos que pueden echar por la boda su aspiración al trono.
Para evitar que sus sobrinos adquirieran demasiado poder e influencia, fruto de sus enlaces con personajes poderosos, Antípatro persuade a su padre para que le dé a él la mano de Mariamne, la hija de Aristóbulo, y para que case al hijo de Feroras con su hija.
Zamaris funda Batira
La amenaza de los bandidos que habitan la región Traconítida seguía estando latente.
Herodes decide establecer una colonia judía en dicha zona a modo de muro de contención contra las correrías de los salteadores.
Un judío originario de Babilonia, de nombre Zamaris, deseaba establecerse en Siria con su extensa familia y acompañado también de unos 500 jinetes muy duchos en el uso de las armas.
Herodes consigue que este Zamaris, junto a su enorme séquito, se asiente en la tetrarquía de Batanea, fronteriza a la Tracanítida.
Ahí debían levantar una población fortificada y actuar de tapón contra las incursiones de los ingobernables vecinos, a cambio se les otorgaban a los colonos judíos tierras y se les eximía de pagar cualquier tipo de tributos
Zamaris construye una red de fortificaciones y funda un pueblo llamado Batira.
Sus fortalezas servían también para defender a todos los peregrinos judíos que asiduamente acudían desde Babilonia a Jerusalén para participar en las festividades religiosas.
La presencia de tantos hombres armados y diestros en el arte de la guerra, sumado al hecho de que estaban exentos de pagar impuestos, hizo que dicho pueblo se convirtiese en un imán que atraía a muchos que dejaron sus tierras y emigraron a Batira.
Los hijos y nietos de Zamaris se encargaron, años más tarde, de instruir en el manejo de las armas a los oficiales de los ejércitos de los descendientes de Herodes.
Antípatro intriga con Feroras
Ya hemos dicho que, por aquel entonces, Antípatro gozaba de un poder omnímodo en la corte de su padre.
Su padre, a la sazón, ignoraba por completo las malas intenciones que albergaba su hijo y se dejaba influir por los consejos que su primogénito le daba.
El resto de la corte y el pueblo llano, sin embargo, odiaban a Antípatro por su arrogancia y por saberlo culpable de las muertes de sus dos hermanos, descendientes de los asmoneos.
Dentro de la corte de Herodes se van formando diferentes camarillas que conspiran unas con otras, intrigan y se espían mutuamente.
Una de estas facciones era la formada por la mujer, la hermana y la madre de la esposa de Feroras. A la cabeza de estas féminas se encontraba Doris, la madre de Antípatro.
Feroras, sin embargo las odiaba, porque maltrataban y humillaban continuamente a sus hijas, que todavía eran muy jóvenes.
La facción rival era la formada por Salomé, la hermana del rey, que conocía todos los ardides y manejos de sus enemigas y ponía los mismos en conocimiento de su hermano.
Herodes comienza a desconfiar de su hermano Feroras, y es por esto que Antípatro debe empezar a reunirse con él en secreto si no quiere perder el favor del rey.
Salomé se entera del contubernio que han creado Antípatro y su tío Feroras para conspirar contra Herodes, e informa al mismo de los banquetes y encuentros que tienen lugar entre ambos.
Estando así las cosas en el palacio de Herodes, se va a producir un incidente que hará que el rey deteste, aún más si cabe, a la mujer de su hermano Feroras y a la camarilla que le rodea.
La secta judía de los fariseos, los más celosos en el cumplimiento de la Ley, se niegan a prestar un juramento de lealtad al emperador romano, que todo judío, como vasallo de Roma, estaba obligado a hacer.
Unos 6000 hombres se oponen a demostrar ningún tipo de adhesión al César y son castigados con el pago de una fuerte multa.
La mujer de Feroras, simpatizante de este partido religioso judío, se hace cargo del pago de la sanción.
Los fariseos, convencidos de tener el don de la profecía, vaticinan que los descendientes de Herodes no van a ser capaces de conservar el trono de su padre, que irá a parar a manos de Feroras y de sus vástagos.
El rey se desquita ordenando matar a unos cuantos fariseos.
Disputa entre Herodes y Feroras
Herodes aborrecía a la esposa de su Hermano Feroras, al cual le prohibió en varias ocasiones que se casara con ella, pues no era más que una esclava.
Sabía que ésta junto con su primera esposa, Doris, tramaban contra él.
Pero la gota que colma el vaso de la paciencia de Herodes es el episodio de los fariseos, y cómo su cuñada sale a socorrerlos.
Reuniendo a amigos y consejeros hace llamar a la esposa de Feroras ante su presencia y la acusa de cuatro cosas:
a) De amparar a un grupo de fanáticos que rehúsa jurar su fidelidad al Emperador.
b) De denigrar y menospreciar continuamente a sus sobrinas, las hijas de Feroras.
c) De estar siempre tramando contra el rey
d) De ser la principal causa de discordia entre él y su hermano Feroras.
Además le exige a su hermano que se divorcie de ella, dándole a escoger entre él o su mujer.
Si Feroras decide elegir a su esposa deberá abandonar la corte y marchar a su tetrarquía de Perea.
Feroras confiesa que no quiere alejarse de su hermano, pero que prefiere morir a verse privado de su cónyuge.
Herodes monta en cólera y lo manda a Perea.
Antípatro se marcha a Roma.
Antípatro se malicia que su padre comienza a sospechar de él y decide que es mejor poner distancia de por medio.
Les escribe a sus amigos de Roma para que inventen una excusa que mueva a su padre a enviarlo a ver al César.
Herodes manda a su primogénito con una enorme cantidad de valiosos presentes para el emperador, así como con el testamento donde deja clara su voluntad de que sea Antípatro su sucesor al trono. Si éste moría ante que él, entonces sería su hermano Herodes Filipos I, el que le sustituiría.
Llegado a Roma, Antípatro se enzarza de nuevo en litigios contra Sileo el nabateo, quien no había pagado la multa que el César le había impuesto y que seguía conspirando contra el rey nabateo Aretas IV.
Sileo estaba también acusado de haber intentado asesinar a Herodes a través de un guardia personal del rey, que se llamaba Corinto.
Sileo había sobornado a dicho Corinto con una gran suma de dinero para que acabara con su rival.
Pero Fabato, un sirviente del emperador, es testigo de los planes de Sileo y los pone en conocimiento de Herodes.
El rey ordena arrestar y torturar a Corinto para que confiese.
Corinto reconoce haber sido comprado por Sileo y da el nombre de dos árabes que debían ayudarle en el fallido atentado.
Se prende a ambos colaboradores, que resultan ser un gran amigo del pérfido Sileo y un noble, jefe de un clan nabateo.
Herodes los pone en manos de las autoridades romanas, es decir, se los entrega al gobernador de siria Cayo Sencio Saturnino, el cual los encadena y manda a Roma.
De nuevo se logra desbaratar una tentativa de magnicidio. Así pues Herodes escapa otra vez por los pelos de un asesinato.
Y no será el último atentado contra su persona que se logra truncar.
Muere Feroras
Feroras había abandonado Jerusalén para instalarse en su tetrarquía de Perea, expulsado de la corte por su hermano.
Estaba tan indignado por este hecho que juró que no volvería al palacio de Herodes, hasta que éste muriera.
Cuando Herodes, postrado en cama por una grave enfermedad, le manda a su hermano unos mensajeros para solicitarle que fuera a visitarlo, éste se niega alegando que si tal cosa hiciera estaría rompiendo un juramento.
Al poco tiempo es Feroras quien cae enfermo y ha de guardar cama. En esta ocasión Herodes acude a verlo.
El estado de Feroras va empeorando y finalmente muere. Herodes, muy apenado, dispone que se traslade el cuerpo a Jerusalén donde se celebrarán unos fastuosos funerales.
Se revelan los planes de Antípatro
Pasadas las solemnes exequias por Feroras, se presentan dos de sus sirvientes ante el rey, para comunicarle que su hermano ha sido envenenado y que se debe investigar el caso para poder hacer justicia.
Al parecer una hechicera árabe, que además era amiga de la concubina de Sileo, les había proporcionado el veneno a la madre y hermana de la esposa de Feroras.
Herodes ordena interrogar mediante la tortura a las esclavas de de la cuñada y la suegra de Feroras.
Una de las sirvientas sometidas a suplicio acusa a Doris, la madre de Antípatro de ser la principal instigadora de todo lo sucedido.
Salen a la luz las reuniones que Antípatro había mantenido en secreto con Feroras, así como los banquetes y orgías que ambos celebraban.
En principio nada que el rey no supiera de antemano; pero hay un detalle que le hace creer que, detrás de las confesiones arrancadas con tormentos, hay algo de verdad.
Una de las interrogadas declara haber oído que Herodes le había ofrecido a su hijo Antípatro nada menos que 100 talentos, si éste dejaba de ver a su tío Feroras, con el cual Herodes había roto toda relación.
Esta información sólo la sabían Herodes y Antípatro.
Además declaran que Antípatro odiaba profundamente a su padre y se lamentaba amargamente de que el rey no acababa de morirse nunca, ya que él, Antípatro, cada día era más viejo. Si su padre seguía vivo muchos años más, Antípatro no podría disfrutar mucho del poder.
Por otra parte mencionan que Antípatro recela de todos sus hermanos y sobrinos, que en cualquier momento pueden desbancarlo y hacerse ellos con el trono.
Herodes está rabioso. Le arrebata todas las joyas a Doris, la artífice de todos sus males, y la expulsa del palacio.
Pero lo peor estaba todavía por llegar.
Entre los muchos desdichados que pasan por las salas de tortura de Herodes para confesar lo que saben, está un tal Antípater, intendente de origen samaritano de su hijo Antípatro, el cual revela que fue el primogénito de Herodes el que ordeno la fabricación del veneno que debía acabar con la vida de su padre.
Este ungüento ponzoñoso lo trajo de Egipto un tal Antifilo, amigo de Antípatro. De Antifilo pasa a manos de Teudión, que era hermano de Doris, la madre de Antípatro.
Teudión se lo lleva a Perea a la mujer de Feroras.
La idea de Antípatro era que dicho veneno sirviera para apartar definitivamente a Herodes. Le había encomendado a Feroras que fuera él quien se lo sirviera en la bebida.
Antípatro pensaba que nadie sospecharía de él, pues cuando transcurrieran estos hechos, él se hallaría lejos del lugar del crimen, ya que se encontraba en Roma.
En el palacio de Herodes se llama a la mujer de Feroras para que testifique. La mujer ratifica las declaraciones de sus sirvientas, e incluso se ofrece para ir a buscar los restos del veneno que aún quedan.
Aprovecha el permiso que le dan para arrojarse por la ventana con el fin de quitarse la vida y no tener que sufrir todo tipo de castigos, pero la altura no es suficiente para morir y queda sólo herida.
Cuando vuelve en sí, Herodes le ofrece el perdón a ella y a sus familiares si le cuenta toda la verdad. Si, por el contrario, Herodes sospecha que lo que le dice es falso, será despedazada.
La esposa de Feroras que la historia narrada por sus criadas es cierta. El veneno lo consigue Antifilo, el cual se lo entraga a Teudión, hermano de Doris.
Teudión se lo lleva a Feroras y es su mujer la que se encarga de custodiarlo.
El destinatario del veneno iba a ser Herodes y todo ello había sido idea de su hijo primogénito Antípatro.
Más adelante, cuando Feroras cae enfermo y se entera de que su hermano el rey acudía expresamente a cuidarle, siente remordimientos por sus malas intenciones y se arrepiente de haber querido atentar contra Herodes.
Llama a su mujer y le obliga a desacerse del veneno delante de él.
La mujer cumple lo ordenado pero se guarda una minúscula cantidad para ella, pues cree que, si fallece su marido, ya no habrá nadie que le salve de la ira de Herodes.
Entre tantas confesiones y revelaciones sale a la luz que su tercera esposa, Mariamne II, la hija del sumo sacerdote Simón Boetho, estaba al tanto de todas las maniobras y no había informado al rey.
Herodes la repudia y, como venganza, aparta a su hijo, Herodes Filipo I, de la línea sucesoria, redactando un nuevo testamento.
El padre de Mariamne II es destituido de su cargo como sumo sacerdote, y se le entrega el puesto a Matías hijo de Teófilo.
Así de revueltas estaban las cosas en el palacio de Herodes, cuando hace aparición por ahí Batilo, un sirviente de Antípatro, que acababa de regresar de Roma.
Inmediatamente Batilo es apresado y se le tortura para sonsacarle más información.
Se descubre que el tel Batilo portaba encima un segundo veneno para dárselo a Doris y a Feroras, por si la primera dosis de veneno que estos tenían no fuera suficiente.
Antípatro acusado de alta traición
Antípatro le escribe a su padre para informarle que ya ha solventado todas las gestiones que tenía que tramitar en Roma y que se está preparando para regresar a casa.
Herodes, sin dejar que se notara su ira, le contesta que no se entretuviera mucho por el camino, pues tenía muchas ganas de volver a verlo.
Encontrándose Antípatro en Tarento, donde su barco había hecho escala, se entera de que ha muerto su tío Feroras.
Antípatro se aflige mucho, bien porque de verdad estimaba a su tío, o porque acababa de perder al principal cómplice de sus confabulaciones.
Llega más tarde a Celenderis, en Cilicia, donde Antípatro presiente que no le espera nada bueno en su hogar, pues sabe que su madre Doris ha sido repudiada por su padre y ha tenido que abandonar el palacio real.
Parte de sus compañeros de viaje le recomiendan que espere a una distancia prudencial hasta que se averigüe cómo están los ánimos en la corte.
Otros acompañantes, que deseaban volver a su casa cuanto antes, le instan y apremian a que no se demore y continúe el viaje.
Le hacen ver que, su ausencia en la corte puede ser aprovechada por sus rivales para extender todo tipo de bulos y embustes en su contra.
Antípatro decide que es necesario presentarse en Jerusalén cuanto antes, y de esta manera desembarca en el fastuoso puerto de Cesarea Marítima, llamado Sebaste (Augusto en griego) en honor al emperador.
El recibimiento que se le prodiga no puede ser más gélido: Nadie le da la bienvenida.
Alguno incluso se atreve a echarle en cara el haber asesinado a sus dos hermanos.
El nuevo gobernador romano en Siria, Publio Quintilio Varo, sucesor de Cayo Sencio Saturnino, se encontraba en Jerusalén en aquellos días, adonde había acudido para asesorar a Herodes con sus asuntos.
Hace acto de presencia Antípatro que no se barruntaba lo que se estaba cociendo en la corte.
Cuando hace ademán de abrazar a su Herodes, éste lo aparta despreciativamente y le espeta que es el culpable de la muerte de sus hermanos y que, además pretende asesinarlo a él, su propio padre.
El rey le informa secamente de que se le imputan estos crímenes y otros más; le indica también que su juez va a ser el gobernador romano de Siria, Quintilio Varo, y que le concede todo un día para preparar su defensa.
Antípatro se apresura a buscar consejo entre su madre Doris y su esposa, la hija de Antígono.
Juicio a Antípatro y condena a muerte
Se lleva a cabo un proceso contra Antípatro, al que se acusa de alta traición, de intento de regicidio (y parricidio, que en este caso es lo mismo) y de ser el causante de la muerte de sus dos hermanos.
Se convoca a toda la corte, a los amigos del rey, y a los del inculpado.
Todos aquellos que podían aportar algo de información que arrojara luz sobre la trama de Antípatro son invitados a declarar.
Acuden testigos, supuestos partícipes detenidos, todo tipo de implicados, como esclavos de Antípatros que estaban involucrados en el complot, etc.
Antípatro, viéndose irremediablemente perdido ante la abrumadora cantidad de pruebas y testimonios que unos y otros aportan, echa mano de sus dotes teatrales y con terribles lamentos y mucha labia casi consigue convencer a la audiencia de su total inocencia.
Pero es entonces, cuando parecía que Antípatro se había ganado a todos los asistentes, que Nicolás de Damasco, maestro de la retórica, hace uso de la palabra y acaba de hundir para siempre al perverso primogénito de Herodes.
El damasceno lo acusa de haberse deshecho de sus dos hermanos para quitárselos de en medio y poder él quedarse con el trono.
Lo más innoble y abyecto era el hecho de que Antípatro, una vez que ya había sido declarado sucesor de Herodes, decide eliminar al rey, que tantos privilegios le había ofrecido y que tanto lo quería: no cabe mayor muestra de ingratitud por parte de un hijo.
Muchos de los presentes, viendo que Antípatro era ya inexorablemente carne de verdugo, se apresuraron a contar todo lo que sabían de sus mezquinas maquinaciones, desquitándose así de golpe de todo el tiempo que habían vivido bajo las amenazas y la prepotencia del primogénito del rey.
De repente, todo el mundo, viendo que sus vidas no corrían ya ningún riesgo, y que no había ningún motivo para temer las represalias de Antípatro, comienzan a testificar todas las felonías que conocían del futuro sucesor.
Antípatro toma la palabra para asegurar que es completamente inocente de todo lo que se le acusa, y repite incesantemente que todo es una invención, que no tiene culpa alguna de nada, etc.
Quintilio Varo, para interrumpir la inacabable perorata obsesiva de Antípatro, da la orden de que se traiga, en presencia de todos, el veneno con el que se pretendía atentar contra Herodes.
Se le ordena a un reo de muerte ingerir el brebaje, el cual cae fulminado en el acto.
Varo se pone de pie y da por concluido el juicio.
Un día más tarde se vuelve Quintilio Varo a Siria y Herodes manda que Antípatro sea arrojado con grilletes a una mazmorra.
Herodes redacta una misiva para poner al corriente al emperador de todo lo que había sucedido y de cómo, con la intervención de Publio Quintilio Varo, se había juzgado a Antípatro, el cual, al haber sido encontrado culpable de todas las acusaciones, se encontraba en las ergástulas del palacio a la espera de que se ejecutara su condena.
Por si no tuviera Herodes suficientes padecimientos y no se sintiera ya lo bastante ultrajado al haberse enterado de la inesperada traición de su hijo Antípatro, se descubre que éste también había estado maquinando planes para acabar con su tía Salomé.
Se descubre esta conspiración porque se detiene a uno de los siervos de Antífilo.
Recordemos que este Antífilo era el amigo de Antípatro que se había encargado de obtener, a través de uno de los médicos de su hermano, el veneno para llevar a cabo la misión de acabar con Herodes.
Este esclavo de Antífilo venía de Roma portando correspondencia de una tal Acmé, una doncella de Livia (la mujer del emperador).
En estas misivas Acmé ponía en conocimiento de Herodes que, rebuscando entre el correo de Livia, había encontrado unas cartas redactadas por Salomé y dirigidas a su amiga la esposa del César.
En ellas Salomé injuriaba gravemente a Herodes y lo acosaba de terribles crímenes.
El redactor de los textos no era otro que Antípatro, el cual había falsificado la caligrafía de su tía Salomé. Mediante una gran suma de dinero había comprado a la criada Acmé para que le enviara las supuestas cartas de Salomé a Herodes.
Antípatro esperaba que su padre castigara a su hermana quitándole la vida por conspiradora.
Pero he aquí que se descubre a su vez un escrito de Acmé dirigido a Antípatro en el que le informa que ya ha cumplido con su parte del trato y que ahora le toca a él corresponderle con las recompensas que le había prometido.
Herodes no cree lo que están viendo sus ojos; la iniquidad y vileza de Antípatro llegan incluso a extender su corrupción e intrigas a la casa imperial.
De nuevo vuelve a escribir Herodes al César para notificarle la participación de una de sus sirvientas en una de las numerosas componendas de su hijo Antípatro y anexa también las cartas inculpatorias.
Herodes está estupefacto y tremendamente apenado a partes iguales. Se pregunta si las cartas que en su día se atribuyeron a sus hijos y que probaban su participación en una conjura contra su persona, y que les costó finalmente la vida, no serían realmente escritas por Antípatro.
Herodes cae gravemente enfermo
En español se usa a menudo la expresión “matar a alguien a disgustos”. Se desconoce si, efectivamente se puede acabar con la vida de alguien a base de provocarle enormes disgustos, pero si tal cosa es posible, algo así debió de ocurrirle a Herodes, el cual al poco tiempo de descubrir todo lo que su querido hijo primogénito tenía planeado llevar a cabo para apartarle del trono, cayó enfermo.
Viendo que esta vez su fin se hallaba cerca, cambia su testamento y coloca como principal heredero a su hijo Herodes Antipas, saltándose a dos hermanos mayores en la línea sucesoria: Arquelao y Herodes Filipo.
La razón de tal comportamiento es que desconfiaba de estos, debido a las difamaciones que sobre ellos había extendido Antípatro, el cual insinuaba que ambos hermanos eran muy amigos de los jóvenes Alejandro y Aristóbulo, condenados finalmente por conspiradores.
Un último percance vino a amargar los postreros días del rey. Dos maestros de la Ley, Judas ben Seforeo y Matías ben Margalot habían incitado a unos jóvenes fanáticos religiosos a destrozar a golpes un águila de oro, símbolo de Roma, que se hallaba situada nada menos que a la entrada del Templo de Jerusalén.
La Torah hace hincapié en numerosas ocasiones que no se debe tolerar en ningún caso la fabricación de imágenes e ídolos.
Herodes no sólo había ordenado elaborar una efigie que representaba al poder invasor pagano, sino que además se había atrevido a instalarla en el lugar más santo de Jerusalén: su templo.
Aquello era un sacrilegio intolerable y había que hacer algo al respecto.
Aprovechando que Herodes se hallaba postrado en su lecho de muerte, sin fuerzas, Judas y Matías instigaron a unos jóvenes celosos de la Ley a acabar con el infame tótem que profanaba su santuario.
A plena luz del día, los audaces estudiantes se encaraman hasta la estatua y la destrozan.
Tamaña hazaña es acogida con satisfacción por los vecinos de Jerusalén que se sentían molestos con la presencia de la figura en un lugar tan sagrado.
Herodes monta en cólera. Ordena no parar hasta que se da con los responsables a los que se castiga a padecer una terrible pena: son quemados vivos.
Semejante crueldad para con unos jovencitos que han demostrado tanto valor y ardor religioso, es visto por los judíos como la última gran canallada de un rey malvado y represor.
Si Herodes ha hecho grandes obras para su pueblo, con este castigo tan desproporcionado para unos mozos que ya son considerados unos héroes, se gana el desprecio y la repulsa de la mayoría de sus súbditos.
La dolencia de Herodes avanza cada día.
Sufría espasmos, cirrosis y una gangrena en la zona genital.
Una felonía póstuma
Para mitigar los dolores que le hostigaban, Herodes se hace trasladar a orillas del Mar Muerto, donde los aceites balsámicos en que lo embadurnan supuestamente le debían aliviar las molestias.
Vuelve a Jericó sin haber experimentado ninguna mejoría.
Viéndose acosado por las terribles aflicciones que no le dan tregua concibe una plan siniestro para su pueblo.
Maliciándose que su fallecimiento va a ser motivo de regocijo para la mayoría de su pueblo, Herodes ordena que, a su muerte, se lleve a cabo una matanza entre los judíos más ilustres y populares, de esta manera se garantiza el duelo y las muestras de dolor que espera de sus súbditos.
Y en efecto esas fueron las directrices que Herodes deja escritas; los judíos más insignes y apreciados deben ser congregados en el hipódromo de Jericó, el cual estará rodeado de sus más fieles soldados, los cuales, a la señal convenida dada por su hermana Salomé y su marido Alexas, debían proceder a masacrarlos a todos.
Ejecución de Antípatro
Herodes se encontraba en su lecho de muerte, dando sus últimas instrucciones, cuando le llegan noticias de Augusto, el cual le comunica que ya se ha ejecutado a Acmé, la desleal sirvienta de su mujer, y que respecto a Antípatro, Herodes es libre de tomar la resolución que más guste.
En ese momento las nuevas que le traen lo animan mucho y se siente reconfortado, por lo que desea comer una manzana.
Súbitamente, sintiéndose de nuevo acometido por los padecimientos de su afección, y teniendo un cuchillo a mano, intenta acabar con su vida clavándoselo.
Pero su sobrino Aquiab se lo impide.
A oídos de Antípatro, que se encuentra encarcelado en las mazmorras, llega la falsa noticia de que su padre ya ha fallecido y viniéndose arriba intenta sobornar al guardián del calabozo para que lo pusiera en libertad.
Denunciado por el propio carcelero ante el rey, éste ordena que se ajusticie a Antípatro y se le dé sepultura sin ningún tipo de ceremonia ni distinciones en la fortaleza de Hircania.
6. Muerte de Herodes
Tan sólo cinco días después de haber mandado ejecutar a su hijo primogénito Antípatro, Herodes fallece.
Había muerto a los 37 años de haber sido nombrado rey por los romanos (en el año 40 a.C.) y a los 34 años de la muerte de su gran rival Antígono (que acaece en el año 37 a.C.), que es cuando realmente se hace con el poder y comienza a ejercer como monarca.
Flavio Josefo nos resume su vida en tres frases:
a) Fue cruel e impío, y sin embargo afortunado, pues llegó a ser rey, siendo un simple ciudadano.
b) Además pudo escapar siempre con vida a los muchísimos peligros y amenazas que le acecharon.
c) Aun así su vida privada fue terrible, pues su propia familia se encargó de amargarle la asistencia con sus continuas intrigas e insidias.
Hemos comentado más arriba como Herodes les deja a su hermana Salomé y a su marido Alexa, que era uno de sus mejores amigos, unas siniestras instrucciones que deben seguir tan pronto como el monarca haya abandonado este mundo: sus soldados deben pasar por armas a todos aquellos próceres que se encuentran retenidos en el hipódromo de Jericó.
Las últimas y disparatadas órdenes del tirano son ignoradas y se deja en libertad a los pobres prisioneros.
7. El testamento definitivo de Herodes
El primer ministro de Herodes, Ptolomeo, que custodiaba el anillo con el sello real, así como el documento con las últimas voluntades del rey, procede a la lectura pública del testamento del monarca.
En dicho escrito se nombra a su hijo Herodes Arquelao etnarca de
a) Judea
b) Samaria e
c) Idumea
La otra mitad de su reino queda dividida en dos tetrarquías:
A su hijo Herodes Antipas lo designa tetrarca de:
a) Perea y
b) Galilea
Y por último proclama a su hijo Herodes Filipo II tetrarca de:
a) Iturea
b) Traconítida
c) Gaulanítida
d) la Batanea y
e) Paniada
A su hermana Salomé le lega las ciudades de Jamnia, Azoto y Fasaelis.
Funerales de Herodes
Su hijo Herodes Arquelao, como etnarca de Judea, se encarga de organizarle a su padre unos fastuosos funerales.
Se viste al difunto con una túnica púrpura y se le coloca un cetro, una diadema y una corona.
Su féretro es transportado en una carroza de oro, toda engalanada con piedras preciosas, hasta su fortaleza Herodión, donde se le inhuma.
8. Las numerosas mujeres e hijos de Herodes
1. Doris. Con la que tuvo un hijo, Antípatro, su primogénito y que fue ajusticiado en el año 4 a. C. acusado de conspirar contra su padre.
2. Mariamna I, hija del príncipe asmoneo Alejandro de Judea, fue ejecutada en el año 29 a. C., sospechosa de haber cometido traición y adúlterio.
Con esta Mariamna I tuvo cuatro hijos, dos varones y dos mujeres:
Alejandro y Aristóbulo, que fueron estrangulados en el año 7 a.C., por orden de Herodes. Ambos habían sido acusados de planear la muerte de su padre.
Las hijas eran Salampsio y Cipros.
3. Mariamna II, que era la hija del sumo sacerdote Simón ben Boethus. Con esta Mariamna tuvo un único hijo: Herodes Filipo I.
4. La cuarta esposa de Herodes fue la samaritana Maltace.
Con esta mujer tuvo el rey a Herodes Arquelao (el Etnarca de Judea, Samaria e Idumea), a Herodes Antipas (Tetrarca de Perea y Galilea) y a Olimpia (de la que casi no tenemos información)
5. Con Cleopatra de Jerusalén tuvo a Herodes Filipo II (tetrarca de Iturea, Traconítida, Gaulanítida, la Batanea y Paniada) y a un tal Herodes, del que nada se sabe.
6. Con Palas tuvo un hijo de nombre Fasael
7. Con Faidra tuvo una hija, Roxana
8. Con Elpis tuvo una hija, Salomé
9. Se casó también con una prima suya, cuyo nombre se desconoce, y con la que no tuvo hijos que se le conozcan.
10. La décima y última esposa oficial que se le conoce es una sobrina de nombre desconocido y de la que se ignora si tuvo o no hijos.
9. Las construcciones de Herodes
A. Fortalezas
La fortalezas de Dok, Cipros, Alxandreion, Maqueronte, Hircania, y Masada son un grupo de lugares fortificados, construidos por los reyes judíos de la dinastía asmonea, que gobernaron entre los años 165-37 a. C.
La finalidad de dichos bastiones era la de protegerse y resguardarse en caso de invasiones extranjeras o bien de sublevaciones internas.
Durante el reinado de Herodes, casi todos estos baluartes fueron renovados y ampliados.
La dos fortalezas más pequeñas eran las de Dok (también llamada Doq o Dagon) y Cipros, ambas situadas cerca de Jericó y edificadas para proteger dicha localidad.
Las cinco más importantes eran las de Alexandreion, Maqueronte, Hircania, Herodión y Masada.
Con todas estas construcciones, que Herodes manda levantar paulatinamente, va envolviendo a sus súbditos con una cadena de plazas fuertes, para tenerlos bajo control en el caso de que se produzcan altercados y sublevaciones.
1. Cipros
Cipros era una fortaleza que Herodes mandó levantar un par de kilomentros al suroeste de Jericó.
Hoy en día se identifica esta Fortaleza con los yacimientos de Tell el-ʾAqaba en Palestina.
El recinto amurallado envolvía un palacio desde el que se contemplaba un hermoso panorama.
El nombre del recinto lo puso Herodes para honrar a su madre Cipros (Κγπρος, Kypros).
2. Dok
Dok (también denominada Doq, Docus o Dagon) era una fortaleza que ya se conocía en tiempos de los reyes asmoneos, y que Herodes utilizó más tarde para defender la ciudad de Jericó.
Este fortín se hallaba pocos kilómetros al norte de Jericó. Su restos han sido identificados en el cercano monte de Jabal al-Quruntul.
3. Alexandreion
El Alexandreion (Ἀλεξάνδρειον en griego clásico) fue una fortaleza edificada por el rey Alejandro Janneo en Sartaba, en el camino que llevaba de Escitópolis a Jerusalén, no muy lejos de Jericó y de la ciudad de Fasaelis.
Hoy sólo quedan ruinas de la base de las murallas y de los cimientos del palacio.
En este castillo encontraron refugio algunos miembros de la familia asmonea durante diferentes periodos de guerra, como por ejemplo, en año 63 a. C., cuando el rey Aristóbulo II, hijo de Alejandro Janneo tuvo que alojarse ahí, acosado por general romano Cneo Pompeyo Magnus, el cual levanto un campamento militar a tan sólo cinco kilómetros.
En el año 57 a. C., fue el hijo de Aristóbulo, de nombre Alejandro, quién se refugió aquí del general romano Aulus Gabinius.
En aquella época Alejandro luchaba junto a su padre Aristóbulo II para hacerse con el trono de Hircano II.
Roma apoyaba a éste último monarca y tuvo que enviar a su gobernador en Siria, Aulo Gabinio, para que sometiera a Alejandro.
Una vez que Alejandro se rinde ante las legiones romanas, Aulo Gabinio destruye la fortaleza, para evitar que vuelva a ser utiliza como fortín por los rebeldes.
Años después se enterró en este alcázar el cuerpo de Alejandro.
Las ruinas del complejo defensivo fueron reconstruidas en el año 38 a.C. por orden de Feroras, en plena guerra contra el hermano de Alejandro (e hijo también de Aristóbulo II) Antígono Matatías.
Cuando Herodes acaba finalmente con su rival Antígono, y obtiene, ahora sí, el poder absoluto en su reino, hace ampliar la fortaleza y se la muestra a su amigo Marco Vipsanio Agripa, mano derecha del emperador Augusto, cuando este visita Judea como invitado de honor del rey.
Flavio Josefo nos relata cómo Herodes, siempre que debía abandonar Judea en momentos críticos (en su visita a Octavio en la isla de Rodas), ordenaba custodiar a su mujer Mariamne y a su madre Alejandra (familiares de la dinastía asmonea, de los que no se fiaba ni un pelo) en dicha fortaleza, mientras que a su propia familia idumea los instalaba en Masada.
También aparece mencionada Alexandreion en el episodio en el que Flavio Josefo nos cuenta la caída de los dos hijos del monarca, Aristóbulo y Alejandro.
Al parecer ambos habían escrito una carta al oficial al mando de la fortificación en la que le solicitaban asilo después de haber acabado con su padre.
4. Maqueronte
Maqueronte es la denominación española, deformada, del griego Majairoús (Μαχαιροῦς).
El nombre de Μαχαιροῦς se deriva de μάχαιρα, que era un tipo de arma blanca griega, de hoja curvada, similar a la falcata íbera.
Esta fortaleza se situaba en la cima de una meseta al este del Mar Muerto, en los montes de Moab, en la región de Perea, que era una tetrarquía gobernada por Feroras, el único hermano varón de Herodes que quedaba con vida.
La principal función de Maqueronte, que se encontraba en la frontera entre Perea (territorio de Herodes) y el reino rival de los nabateos, era vigilar a los vecinos.
Flavio Josefo menciona varias veces esta fortaleza en sus obras.
Según este historiador, fue el rey asmoneo Alejandro Janneo el que proyectó levantar un alcázar en esa zona.
Más adelante se nos cuenta como el gobernador romano de Siria, Aulo Gabinio, que había recibido órdenes de apoyar a Herodes en su guerra contra Aristóbulo II y sus hijos, desoló dicha fortificación en cuanto cayó en sus manos.
En Maqueronte se habían refugiado 8000 hombres de Aristóbulo y aliados, como Pitolao.
5000 perecen en los combates contra las tropas romanas, 2000 huyen a una colina cercana y sólo mil permanecen atrincherados en Maqueronte.
Más tarde, habiéndose hecho ya Herodes con el poder, vio claramente que las ruinas de Maqueronte debían ser reconstruidas y que la nueva fortaleza debía contar con murallas y defensas muy robustas, pues aquel lugar era un punto estratégico para mantener a raya a los vecinos nabateos que no dejaban nunca de aprovechar la ocasión para atacar y debilitar a los judíos.
Herodes levanta ahí mismo una ciudad y dota a su muralla de unas imponentes torres.
En medio de aquel complejo ordena levantar un palacio para su disfrute.
Esta misma fortaleza es, según Flavio Josefo, el escenario donde tiene lugar la ejecución de Juan Bautista, el cual se encontraba preso en sus mazmorras.
Cuando se produce el levantamiento judío con el que dio comienzo la guerra judeo-romana, en el año 66 d.C., un grupo de rebeldes persuade al regimiento romano ahí acantonado para que se rindan y entreguen de forma pacífica la fortaleza.
Después de discutir y acordar las condiciones de la capitulación, la guarnición romana abandona Maqueronte, que quedará en manos judías hasta los últimos días de la guerra.
Sexto Lucilio Basso, general del emperador Vespasiano, había recibido la orden de someter los últimos reductos de resistencia judía que quedaban en las fortalezas de Maqueronte, Herodión y Masada.
Una vez doblegados los defensores de Herodíon, Lucilio Basso se dirige con su Legio X Fratensis a Maqueronte, donde comienza a levantar una muralla para asediar a los ocupantes de la fortaleza.
Viéndose rodeados los judíos salen a combatir a campo abierto.
En una escaramuza de estas es capturado el cabecilla de los defensores, Eleazar, y los judíos deciden rendirse y entregarle el fortín a Basso.
5. Hircania
Hircania era otra fortaleza erigida por los asmoneos, también conocidos como macabeos, situada a 15 kilómetros al sudeste de Jerusalén, en el desierto de Judea, y a otros 15 kilómetros de Jericó.
El nombre le viene del rey Juan Hircano I, que gobernó del año 135 al año 104 a. C.
Esta fortificación de Hircania, junto con Alexandreion y Maqueronte, formaba un triángulo defensivo junto al Mar Muerto.
Ya hemos comentado más arriba como el gobernador romano de Siria, Aulo Gabinio, en su campaña militar contra Aristóbulo II y su hijo Alejandro destruyó la fortaleza de Alexandraion, donde estos se habían refugiado.
Con Hircania sucedió lo mismo: en el año 57 a.C. Aulo Gabinio da la orden de demolerla para dejar sin defensas a sus enemigos.
De nuevo la manda reconstruir Herodes cuando llega al poder, en el año 37 a.C.
También le muestra Herodes esta fortaleza a su amigo Marco Vipsanio Agripa, en la visita de cortesía que éste le hizo, y que hemos mencionado más arriba.
Esta fortaleza cumplía dos funciones.
Por un lado servía de parapeto a posibles invasiones a Jerusalén realizadas desde el sur.
Por otro lado sus diferentes estancias podían usarse de calabozos para sus rivales políticos.
En esta misma ciudadela fue encerrado el primogénito de Herodes, Antípatro, cuando fue encontrado culpable de intentar asesinar a su padre, y ahí también fue ejecutado y enterrado.
6. Herodión
El Herodión, Herodium (en latín), o Ἡρώδειον (Herodeion, en griego antiguo), fue una ciudadela construida entre los años 24–12 a. C., a 12 kilómetros al sur de Jerusalén, sobre una colina en forma de cono truncado.
En la base de dicho cerro Herodes ordenó construir un palacio, al cual suministraba agua un canal que venía desde Jerusalén.
Según Flavio Josefo, fue en este bastión donde se refugió Herodes cuando fue atacado por los partos.
Aquí fue enterrado con toda pompa el cuerpo de Herodes en el año 4 a.C.
También nos refiere Josefo el final que sufrió el alcázar en el marco de la guerra judeo-romana, cuando el Herodión es asaltado y destuído por la Legio X Fratensis, a las órdenes de Lucilio Basso, el cual se dirigía a rendir a los judíos fanáticos atrincherados en Masada.
En mayo de 2007, el arqueólogo israelí Ehud Netzer afirma haber encontrado en las ruinas del Herodión la tumba de Herodes.
Una década más tarde, en noviembre de 2018 se hace público el hallazgo de una inscripción en un anillo encontrado hace ya medio siglo en dicho yacimiento.
Dicho grabado da a entender que su dueño fue nada menos que el prefecto romano en Judea, Poncio Pilato.
7. Masada
Si damos crédito a la información que aporta Flavio Josefo, fue Alejandro Janneo el que ordenó construir la fortaleza.
Flavio Josefo nos menciona la existencia de esta fortaleza por primera vez cuando nos narra la guerra que se entabla entre Herodes por un lado y Antígono Matatías junto con los partos, por otro.
Viendo Herodes que no podía contener el avance de los partos de ninguna manera, pues bajaban desde Siria reclutando por el camino a numerosos judíos desafectos, decide actuar rápidamente y acudir a Roma a solicitar ayuda a Marco Antonio.
Herodes considera que Masada es el lugar más seguro en toda su tetrarquía y es ahí donde instala a su familia mientras él va a estar de viaje.
Los partos someten a un duro asedio la fortaleza.
Al mando de la plaza está José, hermano de Herodes, el cual muestra su valentía defendiendo el bastión y saliendo a combatir contra los sitiadores.
Cuando vuelve Herodes de Roma, investido ahora con el título de rey, lo primero que hace es acudir al rescate de su familia, liberando Masada.
Una vez que la fortaleza cae en sus manos, Herodes la amplía y refuerza, consciente de la importancia estratégica de esa plaza en su reino, pues no sólo tenía que defenderse de los partos y de Antígono, sino que en cualquier momento sus propios súbditos se podían amotinar contra él.
Por si fuera poco, la caprichosa reina Cleopatra deseaba hacerse con los dominios de Herodes e incorporarlos a su corona, algo que a Herodes no se le escapaba.
Una ciudadela en lo alto de una escarpada colina, bien amurallada y rodeada del desierto de Judea era poco menos que inexpugnable.
Para que su estancia ahí fuera de lo más agradable, Herodes ordena construir un complejo palaciego con todo tipo de lujos, para agasajar a sus más ilustres huéspedes.
El nombre de este bastión, Masada (griego Μασάδα), parece ser una corrupción del nombre hebreo מצודה (metsudah), que significa precisamente eso, fortaleza.
Las obras de su alcázar real no terminaron hasta alrededor del año 15 a.C.
Tras la batalla de Actium, en la que su gran valedor Marco Antonio resulta derrotado, Herodes marcha a toda velocidad a la isla de Rodas, donde se encontraba el victorioso Octaviano, para ponerse a sus pies y ofrecerse como humilde servidor de Roma.
Temeroso de que Octavio lo despojara de todo su poder y todos sus bienes, Herodes había dejado a su familia idumea en Masada, y a su familia asmonea (su mujer Mariamne y su suegra Alejandra) en la fortaleza de Alexandrion, bajo la custodia de su cuñado José, el cual debía matarlas a ambas si algo malo le llegaba a suceder a Herodes en su misión de salvar el cuello.
En dicho recinto amurallado destacan los dos palacios reales:
a) El palacio de oeste
b) El palacio del norte
A. El palacio de oeste
Este palacio, situado en la parte más occidental de la ciudadela contaba con una superficie aproximada de unos 4000 metros cuadrados.
Era de estilo helenístico oriental, es decir similar a los palacios que solían levantarse en las colonias griegas de Asia Menor.
De este mismo estilo eran el resto de las fortalezas herodianas, construidas casi todas ellas en tiempos de la dinastía asmonea, que seguía el mismo estilo helenístico oriental.
No vamos a aburrir al paciente lector con multitud de detalles sobre el edificio, simplemente nos vamos a centrar en enumerar las estancias más importantes de dicho palacio occidental.
La principal de las cuales sería, sin duda, aquella que albergaba el trono real: la denominada sala del trono.
Desde dicha sala del trono se accedía, a través de un sencillo pasillo, a la llamada habitación del mosaico.
En la planta baja también había cuatro almacenes.
El piso de arriba alojaba numerosos dormitorios.
B. El palacio del Norte
Este palacio del Norte, así llamado por encontrarse en la zona más septentrional del recinto, destaca por sus tres terrazas naturales, cada una de ellas a diferente altura.
Este palacio también dispone de almacenes.
La estancia más llamativa de este palacio es, sin duda alguna, la que alberga las termas.
La sala alojaba unos enormes baños termales que pudieron ser usados también de miqvaot (baños rituales judíos).
Dicha pieza se dividía en:
- vestuario (apodyterion)
- la piscina de agua fría (frigidarium),
- la pila embaldosada de agua templada (tepidarium)
- la piscina de agua caliente (caldarium).
- las habitaciones donde se albergaban las calderas.
Un sistema de calefacción desde el suelo (hipocaustum) mantenía la estancia agradablemente caldeada.
Aparte de estos dos palacios principales se levantan tres pequeños palacetes en el recinto amurallado, seguramente utilizados para albergar a huéspedes ilustres o a familiares de la familia real.
Otros edificios que podemos encontrar en Masada son:
- Unas piscinas en el extremo sur
- Cisternas para conservar agua
- Columbarios
Todo el recinto estaba rodeado por una muralla de 1,29 kilómetros con 27 torres de vigilancia separadas unas de otras cada 40 metros.
A la muerte de Herodes, la fortaleza de Masada fue a parar a manos de su hijo Herodes Arquelao, el cual fue depuesto por los romanos en el año 6 d.C.
Se instala aquí en Masada una guarnición romana que permanecerá acuartelada en dicho fortín hasta el año 66 d.C. cuando el destacamento romano es desalojado por un grupo de rebeldes judíos en el marco de la I Guerra Judeo-Romana.
Masada en la Guerra de los Judíos
Unos tres cuartos de siglo después de la muerte de Herodes, Masada fue usada por los rebeldes judíos para atrincherarse contra las legiones romanas.
El general romano Lucio Flavio Silva Nonio Basso dirigía la Legio X Fratensis durante la I Guerra Judeo-Romana y estuvo al frente del famoso cerco a la fortaleza de Masada, que llevaba en manos de los rebeldes judíos desde el año 66 d.C.
Los romanos, viendo que el bastión de Masada era prácticamente inconquistable, deciden rendirla por hambre y sed y la someten a un despiadado asedio.
Masada cae en la primavera del año 74 d.C. cuando los ocupantes, diezmados por el hambre y la sed y viendo que los romanos habían logrado abrir una brecha en la muralla, deciden seguir la propuesta de su líder Eleazar ben Jairo (אלעזר בן יאיר, Eleazar ben Yaʾir) y cometer un suicidio colectivo.
Sobre dicha heroica y romántica gesta se ha escrito y discutido largo y tendido. Muchos se han preguntado si sucedió tal y como nos dejó escrito Flavio Josefo, historiador contemporáneo.
Sea como fuere, en los siglos XIX y XX, para el movimiento sionista tal resistencia a ultranza por parte de sus antepasados se convierte en un mito.
Muy poco se sabe de Masada tras la guerra judía. En la época bizantina, entre los siglos V y VII, se levantó entre sus ruinas un monasterio con su iglesia, que más adelante fueron abandonados.
En el año 1838, el investigador y teólogo protestante Edward Robinson logra identificar las ruinas de Es-Sebbe como los restos de la fortaleza de Masada.
En el año 2001 las ruinas de Masada se convierten en el primer lugar israelí en recibir el título de Patrimonio Mundial.
B. Pueblos y ciudades
Entre las urbes que Herodes mando levantar, llama la atención que todas tienen nombres de persona; o bien están dedicadas a la persona del emperador: Cesarea Marítima y Sebaste, o bien a miembros de la familia de Herodes: Fasaelis y Antípatris.
1. Fasaelis
Fasaelis fue una ciudad fundada por Herodes posteriormente al año 30 a. C. en el Valle del Jordán, y que era famosa en la antigüedad por sus numerosas palmeras de dátiles.
Dicha localidad fue bautizada con este nombre en honor a su hermano Fasael, fallecido en el año 40 a.C., en la guerra que Herodes mantenía contra el asmoneo Antígono Matatías y sus aliados partos.
Fasael fue víctima de una trampa y cayó prisionero de sus enemigos. Para evitar la deshonra de ser ejecutado por sus rivales se suicidó arrojándose de cabeza contra en suelo rocoso.
La fundación de dicha ciudad sirvió para crear una zona de activo comercio en medio de una región desértica.
A la muerte de Herodes en el año 4 a. C., esta ciudad va a parar a su hermana Salomé, junto con las ciudades de Asdod y Jamnia (o Yavne)
Salomé fallece hacia el año 10 d.C., legando en su testamento las ciudades de Fasaelis y Jamnia (o Yavne) a su gran amiga, la emperatriz Livia, esposa de Augusto.
Así pues Fasaelis pasa convertirse en posesión romana.
2. Antípatris
Antípatris (griego Αντιπατρίς, hebreo אנטיפטריס) era el nombre de una ciudad antigua en Judea, próxima a la actual ciudad de Tel Afek en Israel, en una región llamada antiguamente Cafarsaba.
El nombre original del lugar que aparece en los textos bíblicos y egipcios antiguos era Aphek, otros nombres atestiguados en la Antigüedad fueron Pegai y Arezuse.
Herodes el Grande hizo reconstruir la ciudad y le puso el nombre de su padre Antípatro.
En el versículo 31 del capítulo 23 de los Hechos de los Apóstoles, Lucas nos informa de que el apóstol Pablo es detenido por unos soldados y encarcelado en Antípatris.
3. Agripias
Antiguamente conocida como Anthedon, está ciudad se levantaba en la costa, cerca de Gaza.
Se nombra a esta localidad Agripias en honor a Marco Vipsanio Agripa, general, asesor e íntimo amigo del emperador Augusto.
4. Sebaste
Herodes se dio cuenta de que la ciudad de Samaria, que tan sólo se hallaba a un día andando de distancia de Jerusalén, era clave para controlar toda la región.
Así pues comienza a llevar a cabo una serie de reformas para reforzar dicha ciudad, que le podría servir tanto para vigilar toda la zona norte de sus dominios, como para refugiarse ahí, en el caso de que su estancia en la capital de Judea no resultase segura.
Ordena erigir una formidable tercera muralla en Samaria, aprovechando su orografía escarpada, y le cambia el nombre a la población, que pasa a llamarse Sebaste (la forma femenina de Sebastos, que significa Augusto en griego) para honrar al emperador.
Hace venir a colonos, tanto militares como civiles, para repoblar la ciudad.
A los nuevos colonos les entrega un lote de tierras para que las trabajen y sean prósperos.
Erige un templo nuevo y le da a la ciudad un glamur y una elegancia que antes no tenía, con la voluntad de dejar para la posteridad una ciudad llena de hermosos edificios y monumentos.
5. Cesarea Marítima
En la costa, en una localidad llamada Torre de Estratón, diseña un proyecto faraónico.
a) Decide reconstruir toda la ciudad empleando sólo un tipo de piedra blanca para sus edificios y calzadas.
b) Levanta una serie de soberbios palacios de elegante mármol blanco.
c) Ordena abrir un magnífico puerto, moderno, seguro y enorme, que nada tenía que envidiar al puerto del Pireo.
A partir de ahora ese será el puerto principal de Judea, donde se refugiará su flota.
Los costosos materiales los hace traer de todas las regiones sin escatimar gastos.
Cesarea está en Fenicia, entre las ciudades de Jope y Dora, en medio de todo el intenso tráfico marítimo que se dirige a Egipto o viene de ahí.
Para poder resistir mejor los terribles vientos que soplan de África e impiden desembarcar, Herodes dispone que el puerto sea trazado de forma circular.
Los fundamentos son enormes rocas sobre las cuales se levanta un gigantesco muro que hace las veces de rompeolas y de fortaleza, pues se halla protegido por una serie de torres defensivas, a la mayor de las cuales se le pone el nombre de Druso, que era un nieto de césar Augusto que había fallecido joven.
Además del imponente muelle para desembarcar las mercancías, Herodes ordena edificar un templo en memoria al césar, con estatuas en su honor.
La ciudad es rebautizada con el nombre de Cesarea.
Convertida en la admiración de todo Oriente, no sólo por la suntuosidad de sus construcciones, sino también por sus admirables infraestructuras, entre las que destacaban el ya mencionado muelle, la red de cloacas, las calzadas, el teatro de piedra, y un enorme hipódromo en forma de U con gran capacidad de aforo (10.000 personas) y que en la época de Herodes se llamaba anfiteatro.
Herodes erige un palacio en un promontorio que conectaba con el extremo sur de dicho hipódromo.
Un soberbio acueducto de seis kilómetros abastecía a Cesarea con agua de las montañas del Carmelo, que se hallaba a unos 10 kilómetros de distancia.
Esta magnífica urbe, que era el proyecto más ambicioso de Herodes, se acaba de construir en tan sólo doce años.
El interés personal del rey por Cesárea era tal, que no consentía ninguna pausa en las labores de construcción.
La construcción de Cesarea tuvo lugar entre los años 22 y el 10 a. C. en un pequeño asentamiento portuario llamado Turris Stratonis (Torre de Estratón)
Cesarea pasa a convertirse en una de las principales ciudades de Oriente y en el año 6 d.C., cuando Herodes Arquelao es destituido y la región pasa a manos romanas, la ciudad se convierte en la residencia de los gobernadores romanos.
Podríamos hablar largo y tendido de todas y cada una de las maravillas arquitectónicas que encerraba Cesárea, pero nos vamos a detener en una de ellas: el teatro de Cesarea Marítima, el más antiguo que se encuentra en Israel.
En dicho teatro, que contaba con asientos para unas 4.000 personas, se produjo en 1961 un hallazgo interesantísimo: una inscripción con el nombre de Poncio Pilato.
Dicho descubrimiento supone la evidencia extrabíblica más antigua de la existencia de Poncio Pilato.
C. Colonias militares
1. Batira
Colonia militar para estabilizar la frontera norte, localización incierta (posiblemente sea la actual Basir cerca de Sanamein, a unos 60 km al noreste del Mar de Galilea)
Herodes le da permiso al jefe de un clan judío de Babilonia, un tal Zamaris, para que se instale en una zona de la Batanea con su séquito (500 jinetes expertos) y construyan ahí una ciudad amurallada, que sirva de Bastión contra los ataques de los numerosos bandidos que poblaban la conflictiva región vecina de la Traconítida, los cuales solían asaltar a los peregrinos judíos que acudían desde Babilonia a Jerusalén para la celebración de sus festividades religiosas.
Herodes, a cambio de los servicios defensivos de Zamaris y los suyos, les entrega tierras y los exime de pagar impuesos.
Zamaris levanta un poblado al que bautiza con el nombre de Batira y lo rodea de varios fuertes.
La zona prospera rápidamente pues atrae a gente de muchas regiones que desean vivir en un lugar seguro y donde no se pagan impuestos.
2. Gaba
En la frontera con Galilea Herodes funda una colonia militar con soldados escogidos de su propia guardia. Dicha colonia militar recibe el nombre de Gaba.
3. Hesbón
También coloniza la zona de Hesbón en Perca.
4. Danaba
Hoy es la actual Dneibeh al este de Ezra en Siria.
D. Diversos santuarios
Herodes ordena levantar diversos santuarios y monumentos de carácter religioso a lo largo de su reino.
En un caso son santuarios paganos, como el templo a Augusto en Cesarea Marítima o la estatua a la diosa Roma, que ya hemos mencionado.
En otros casos son santuarios que podemos denominar abrahámicos, es decir que eran venerados por los judíos por guardar una estrecha relación con la figura del patriarca Abraham.
Nos referimos a la Tumba de los Patriarcas en Hebrón (Machpela) y al pozo de Mamre, ambos muy cercanos y que se hallaban en Idumea, la patria de Herodes.
Con la construcción de estos dos últimos proyectos arquitectónicos, Herodes buscaba ganarse la simpatía y la fidelidad de sus compatriotas idumeos.
A día de hoy se desconoce si ambos santuarios de Abraham llegaron a ser lugares de culto compartidos por los judíos y los idumeos.
1. El pozo de Abraham de Mamre
En esta localidad idumea, Herodes ordena erigir un muro de dos metros de grosor que abarcaba un área de aproximadamente media hectárea, donde se encontraba un antiguo pozo, llamado Pozo de Abraham, y que era lugar de culto y adoración.
2. La Tumba de los Patriarcas
El nombre del lugar es Me-arat Hamajpelah (מערת המכפלה): “La gruta de los sepulcros dobles”.
Es un recinto en forma rectangular, hecho de piedra de 34 metros de ancho por 59 metros de largo, donde según la tradición judía están enterrados Abraham y su mujer Sara, Isaac y su mujer Rebeca, Jacob y su mujer Lea.
El muro alcanza los 18 metros de altura y 2,65 metros de grosor.
En el versículo 2 del capítulo 23 del Génesis se nos informa de que Sara, la mujer de Abraham murió en Quiriat-arba:
“Sara murió en Quiriat-arba, es decir, Hebrón, en la tierra de Canaán, y Abraham vino a hacer duelo por Sara y a llorarla” (RVA 2015)
Más adelante, en los versículos 3 y 4 del mismo capítulo 23, se nos narra cómo su marido adquiere unos terrenos donde le dará sepultura:
“Abraham se levantó de delante de su difunta y se fue para hablar con los hijos de Het. Y les dijo: —Yo soy forastero y advenedizo entre ustedes. Permítanme tener entre ustedes una propiedad para sepultura, y que sepulte allí a mi difunta.” (RVA 2015)
Abraham habla con los hijos de Het, para que intercedan por él ante Efrón ben Zojar, para que le venda la cueva de Macpela que se hallaba al final de sus campos. Versículos 17-19:
“Así el campo de Efrón que estaba en Macpela, frente a Mamre, tanto el campo como la cueva que había en él, junto con todos los árboles que había en el campo y en sus contornos, pasó a ser propiedad de Abraham, en presencia de los hijos de Het, de todos los que entraban por las puertas de su ciudad. Después de esto, Abraham sepultó a Sara su mujer en la cueva del campo en Macpela, frente a Mamre, es decir, Hebrón, en la tierra de Canaán.” (RVA 2015)
El judaísmo venía venerando este lugar como emplazamiento donde descansaban los cuerpos de sus patriarcas desde el siglo X antes de Cristo.
En algún momento entre los años 31 y 4 a.C., Herodes ordena levantar el gran edificio de planta rectangular, que ha llegado hasta nuestros días, justo encima de la gruta donde estaban sepultados Abraham y Sara, Isaac y Rebeca, Jacob y Lea.
Esta es la única obra arquitectónica de tiempos de Herodes que se ha conservado intacta hasta la fecha.
3. Panio
Panio, también conocida con Paneión es el nombre de una localidad situada en la base meridional del monte Hermon, en los Altos del Golán.
En dicho lugar se encuentra el manantial del río Banias, que es el afluente más oriental del río Jordán.
Tanto el nombre de Panio o Paneión como el del río Banias vienen del griego Paneas, que a su vez se derivan de la deidad helena Pan (Πάν), que era un semidios con forma de fauno encargado de proteger a los pastores y los rebaños, y que también era dios de la fecundidad y potencia sexual masculina.
En la época que sucedió a la conquista de Oriente Medio por parte de Alejandro Magno, se erigió en esta zona un santuario a Pan.
Todavía a día de hoy se aprecian unos nichos escavados en la roca donde se encontraban las imágenes que representaban a dicha divinidad griega.
Esta zona pertenecía a un tal Zenodoro, descendiente de los griegos seléucidas, el cual era manifiestamente incapaz de poner fin a los desórdenes provocados por los bandidos de la región.
El emperador Augusto despoja a Zenodoro de sus dominios para entregárselos a su amigo Herodes, del que se esperaba mayor eficacia para combatir a los forajidos.
Herodes a su vez corresponde al César levantando en Panio un templo para honrar a Augusto y otro para adorar a la diosa Roma.
Dichas obras eran una ofensa para los súbditos más religiosos, que no admitían la adoración de ídolos y deidades paganas.
A la muerte de Herodes, Panio y toda la región de los Altos del Golán, va a parar a su hijo Herodes Filipo, que ordena levantar en ese mismo emplazamiento una ciudad que llevará el nombre de Cesárea de Filipo: Cesárea en honor del César, y de Filipo para diferenciarla de la ya existente Cesárea Marítima.
Dicha ciudad de Cesárea de Filipo se convertirá en la capital de la tetrarquía de Herodes Filipo.
E. Palacios y torres defensivas
Herodes se dedicó a construir palacios por todo su reino. Algunos se encontraban encerrado en sus múltiples fortalezas, como Masada, Herodión, etc.
Otros como los de Jericó y Jerusalén los usaba como residencias para él, su familia, su corte y para alojar a los numerosos huéspedes que permanentemente acudían a visitarle.
Herodes ordena la construcción de varios edificios clave para vigilar todo lo que pasa en Jerusalén, y en especial en el Templo:
a) desde el palacio donde vivía, situado en la parte alta de la ciudad podía controlar lo que pasaba en las calles de Jerusalén.
b) Para controlar el Templo, donde se desarrollaba toda la vida religiosa del pueblo judío, Herodes ordena levantar la famosa fortaleza Antonia pegada a los muros del santuario.
1. Palacio de Herodes en Jerusalén
El Palacio del rey Herodes llegó a ser el segundo edificio de más importancia en Jerusalén, tan solo por detrás del Templo.
Este palacio real se levantaba en la parte más occidental de la muralla, y contaba para su defensa con las tres torres antes mencionadas de Hippicus, Mariamne y Fasael al norte del mismo.
Flavio Josefo nos refiere que este enorme palacio, autentico nido de intrigas y conjuras en tiempos del rey Herodes, donde vivían sus familiares, amigos y cortesanos, contaba con numerosas estancias para albergar a los continuos huéspedes que Herodes acogía.
El palacio, que estaba amueblado y adornado con todo el lujo imaginable, tenía también unos grandes jardines con fuentes y estanques.
Dos grandes salas destacaban en la corte, la Sala Augusta y la Sala Agripa; una llevaba el nombre del emperador Augusto y otra la de su mejor amigo, el general Marco Vipsanio Agripa.
A la muerte de Herodes, el palacio pasó a ser habitado por su hijo Herodes Arquelao, Etnarca de Judea, Samaria e Idumea, donde celebraba abundantes banquetes con sus amigotes.
Este palacio fue también morada de Herodes Agripa II y su hermana Berenice y durante los disturbios que precedieron a la I Guerra Judeo-Romana fue pasto del fuego que le prendieron los judíos más nacionalistas.
En este palacio fue donde, probablemente, los sabios procedentes de Oriente se entrevistaron con el rey Herodes para preguntarle dónde se hallaba el recién nacido rey de los judíos.
Algunos historiadores creen que pudo ser este palacio el lugar donde el prefecto romano Poncio Pilato interrogó, durante un juicio sumario, a Jesucristo antes de condenarle a morir en la cruz.
2. La Fortaleza Antonia
La Fortaleza Antonia, también llamada Torre de Antonio, era un fortín militar que Herodes mandó construir sobre la base de una fortificación ya existente desde los tiempos del primer Templo, es decir desde el reinado de Salomón, unos nueve siglos antes de Herodes.
Con la entrada en Jerusalén de las tropas babilónicas de Nabucodonosor II en el año 587 a.C., la ciudad junto con su templo, así como la torre defensiva conocida como Torre Haenael fueron devastados.
Bajo la dirección de Nehemías se reconstruye la ciudad, el Templo y la Torre Haenael.
Con la llegada del dominio griego seleucida, la torre pasa a conocerse con el nombre de Baris.
Los asmoneos la reforman y mantienen el nombre de Baris.
Más tarde Herodes amplia y mejora dicho baluarte, dándole el nombre de Antonio para honrar a su gran amigo y valedor romano Marco Antonio, a quien debía el título de rey.
Este cuarte militar en forma de torre cuadrada se levantaba en la parte este del muro que rodeaba Jerusalén, y estaba muy próxima al templo.
Desde la torre los hombres de Herodes, y más tarde los soldados romanos, podían controlar que todas las actividades que se llevaban a cabo dentro del recinto sagrado transcurrían con normalidad.
Probablemente, a comienzos del siglo I d.C., la Torre Antonia albergaba la sede del Pretorio, y se cree que pudo ser éste el escenario donde el procurador romano Poncio Pilato sometió a un interrogatorio a Jesús durante el juicio que precedió a su Pasión. (Ya hemos visto más arriba que hay quien piensa que el lugar donde se desarrolló dicha escena fue el palacio de Herodes).
También fueron las paredes de dicha fortaleza testigos del discurso que pronunció en su defensa el apóstol Pablo de Tarso, cuando se hallaba detenido y en poder de los romanos al haber sido acusado por los judíos de cometer graves delitos de desorden (introducir a un pagano en el Templo y predicar herejías).
Más tarde la Torre Antonia se convirtió en el cuartel donde se encontraba acantonada la guarnición romana encargada de controlar Jerusalén.
Aquí se guardaban las vestiduras ceremoniales del Sumo Sacerdote, hasta que Cuspio Fado, el primer procurador romano en Judea, les cede a los judíos en el año 45 d.C. la custodia de sus vestimentas sagradas.
La Torre Antonia cayó en manos de los rebeldes zelotas en el año 66 d.C. durante las revueltas judías que causaron la I Guerra Judeo-Romana.
En el transcurso de la toma de Jerusalén por las tropas romanas del general Tito en el año 70 d.C., la torre es asaltada, incendiada y luego reducida a escombros por los legionarios.
Desde esta Torre Antonia los soldados romanos entran en el Templo y lo destruyen.
3. Las torres de Hippicus, Mariamne y Fasael
Herodes ordena construir unas torres defensivas a lo largo de la muralla que envolvía y protegía Jerusalén.
Además de la fortaleza Antonia, Herodes ordena levantar las torres de Hippicus, dedicada a la memoria de un amigo, y la torre de Mariamne, dedicada a su segunda mujer, y la torre Fasael, que lleva el nombre de su difunto hermano.
Estas tres últimas torres estaban situadas una cerca de la otra, en la principal entrada a la ciudad, es decir la puerta que hoy se llama de Jaffa, y, al igual que la Torre Antonia, estaban comunicadas con el Palacio de Herodes.
Estas tres torres tenían la finalidad última de proteger en palacio de Herodes que se hallaba dentro de las murallas.
Durante el asedio a la ciudad de Jerusalén en el marco de la I Guerra Judeo-romana, las torres de Hippicus y Mariamne fueron completamente derruidas
La torre de Fasaelis fue severamente dañada, pero más tarde pudo ser arreglada.
Siglos más tarde dicha torre recibió el nombre de Torre de David. Se decía que dicho nombre se lo habían puesto aquellos cristianos que acudían a Jerusalén en peregrinación a lo largo de la Edad Media y que la identificaron erróneamente.
Seguramente no se trate de ningún error de identificación, pues ya Flavio Josefo se refería al cerro situado al suroeste de la ciudad con el nombre de Ciudadela del Rey David.
4. Los complejos palaciegos de Jericó
En Jericó se han encontrado restos de tres palacios que se han puesto en relación con Herodes:
El primer palacio
El primer palacio se hallaba en un terreno que Cleopatra arrendaba a Herodes.
Cleopatra codiciaba los reinos de Herodes, de los nabateos y de otros reyezuelos títeres que había en Oriente.
Deseaba apropiarse de ellos y engrandecer así sus posesiones; es por ello que no dejaba de pedirle a su amante Marco Antonio que se los concediera.
El romano, que no quería despojar a sus legítimos dueños de sus reinos, pues habían demostrado su lealtad a Roma, decide arrebatarles tal solo un trocito de sus propiedades, para satisfacer a la caprichosa egipcia.
Marco Antonio expropia Herodes la región más fértil y rica de sus dominios: el oasis de Jericó, con sus palmeras y sus plantas oleosas de las que se extraía el preciado bálsamo.
Como el monarca sabía que la reina egipcia iba a dejar desatendidas sus preciados campos de palmerales, le propone arrendárselos para sacarles algún beneficio.
Cleopatra accede y Herodes se ve pagándole una renta a la odiada reina por unas tierras que hasta hace nada habían sido suyas.
Al norte de sus antiguas posesiones se levantaba el palacio asmoneo que contaba con dos profundas piscinas, en una de las cuales dos esbirros de Herodes ahogaron “por accidente” a su cuñado el Sumo Sacerdote Aristóbulo, joven asmoneo que podía hacerle sombra al monarca.
El segundo palacio
En la guerra civil romana entre Marco Antonio y Octaviano, sale vencedor éste último. Herodes se apresura a presentarse ante el ganador sin esperar para nada que éste le fuera no solo a confirmar en su reinado sino que incluso le iba a devolver aquellas propiedades que su amigo Marco Antonio le había arrebatado para satisfacer a su amante.
Así pues se le devuelven sus fincas en Jericó. Pero al poco tiempo un terremoto, del que ya hemos hablado anteriormente, sacude la región y asola la mayor parte de los edificios, entre los que se incluye el palacio asmoneo de Jericó.
Herodes decide levantar un segundo palacio sobre los escombros del primero, aprovechando algunas instalaciones que se habían mantenido, como las piscinas, que son juntadas para hacer de las dos piletas una gran piscina.
El tercer palacio
Para la construcción de este tercer palacio, el palacio de invierno, se echó mano de técnicas y artesanos latinos, que aplicaron métodos de construcción propios de la península itálica, como era el caso del opus reticulatum, una forma de colocar pequeños ladrillos en hileras diagonales, pegados con yeso.
F. Reforma y ampliación del Templo
Cuando Herodes llevaba 18 años reinando, se propone llevar a cabo una empresa extremadamente compleja: la edificación del Templo de Dios.
Junto con la creación de la ciudad de Cesárea, la reconstrucción total del Templo de Jerusalén va a ser el otro gran proyecto arquitectónico que emprenda Herodes.
Este Templo, que había sido construido por orden del rey Salomón, unos mil años antes, fue demolido por las tropas del rey babilonio Nabucodonosor en el año 586 a.C.
A la vuelta del exilio de Babilonia, los judíos se afanan en reconstruir su templo, si bien es cierto, que por falta de dinero, no pueden darle ni las dimensiones, ni la elegancia que tenía anteriormente.
Herodes se propone ahora darle al Templo mayor amplitud.
Viendo que su pueblo no parece estar animado a emprender tal ciclópea tarea, lo convoca a una asamblea y les arenga con un discurso que logra persuadirlos.
Herodes les indica que al Templo le faltan sesenta codos para tener la altura deseada.
Recalca que él tiene tanto el dinero como la voluntad de renovar el Templo. Además cuenta con la amistad del pueblo más poderoso del mundo: los romanos.
Además, con esta impresionante obra, el rey desea demostrar su piedad y agradecer a Dios haber podido alcanzar el mayor beneficio que Herodes buscaba: el reinado.
Habiéndose ganado la confianza de los judíos, comienzan los preparativos para tamaña obra: hace venir mil carros para el transporte de las piedras, contrata a diez mil obreros experimentados, y adquiere mil vestiduras sagradas para los sacerdotes.
Se sacan los antiguos cimientos del recinto sagrado y se ponen otros nuevos.
Se construye un Templo que tiene cien codos de anchura, y veinte de altura, usando un tipo de piedra blanca de extrema dureza.
Se abren unas formidables puertas de acceso al santuario y se adornan con unos espectaculares racimos dorados de uva.
La decoración del Templo es impresionante, tanto en belleza como por los carísimos materiales usados.
En la cara norte del recinto se hallaba una robusta torre que había sido levantada por los reyes asmoneos, y que se conocía como Baris, donde se custodiaban las vestiduras festivas que el Sumo Sacerdote usaba en especiales ocasiones.
Herodes, refuerza dicha torre Baris, y le cambia el nombre a Torre Antonia, en honor a Marco Antonio, su amigo y benefactor romano.
En el lado de occidente, la muralla tenía cuatro puertas:
a) una llevaba al palacio real
b) dos que conducían a las afueras
c) una cuarta se dirigía al centro barrios de la urbe.
La cara meridional de la muralla también contaba con varías puertas y con el llamado pórtico real.
En el interior, cuatro hileras de columnas de estilo corintio (un total de 172) sostenían el peso y servían de adorno también.
Eran columnas tan voluminosas que hacían falta tres varones para poder abarcarlas con los brazos unidos. Además eran de gran altura, pues cada una medía algo más de cincuenta pies.
Al primer patio podía entrar todo el que lo deseara. Ahí había un segundo recinto al cual sólo tenían acceso los judíos, pues, como indicaba un letrero colgado, transgredir esa norma estaba castigado con la pena de muerte.
Dentro de este segundo espacio se hallaba el “sancta sanctorum”, la sala más sagrada de Judea, adonde solo podían acceder los sacerdotes para realizar sus sacrificios.
En un año y medio de duro e interrumpido trabajo lograron los sacerdotes acabar de reconstruir el santuario. Y unos seis años más tarde se acabaron las obras de los atrios.
Se celebra el final de las obras con solemnes fiestas.
Herodes ordena sacrificar 300 bueyes, y el pueblo llano acude a también a traer su ofrendas.
Para poder ponerse a salvo de cualquier levantamiento popular, Herodes manda construir unos pasadizos secretos por debajo del Templo, que unían la Torre Antonia con el recinto sagrado y éste con la puerta de Oriente.
Sobre dicha puerta se edifica una torre de defensa.
Cuenta la leyenda que durante el tiempo que duraron las labores de construcción del Templo nunca llovió de día, para que de esta manera no se retrasaran las obras.
10. Herodes en la Biblia
-En el evangelio de Lucas, capítulo 1, versículo 5, nos encontramos con la primera referencia a Herodes, cuando nos narra el anuncio del nacimiento de Juan: “En los días de Herodes, rey de Judea, había un sacerdote llamado Zacarías, de la clase de Abías. Su esposa era de las hijas de Aarón, y se llamaba Elisabet (Isabel).” (RVA 2015)
- En el capítulo 2 del Evangelio de Mateo aparece el nombre de Herodes nada menos que 9 veces.
En este capítulo de Mateo se nos narran varios acontecimientos muy populares de la vida de Jesús como son:
a) La adoración de los sabios (versículos 1-12)
Aquí se menciona a Herodes en 4 ocasiones:
- Versículo 1: “Jesús nació en Belén de Judea, en días del rey Herodes. Y he aquí unos magos vinieron del oriente a Jerusalén”
- Versículo 3: “Cuando el rey Herodes oyó esto, se turbó, y toda Jerusalén con él.”
- Versículo 7: “Entonces Herodes llamó en secreto a los magos e indagó de ellos el tiempo de la aparición de la estrella”.
- Versículo 12: “Pero, advertidos por revelación en sueños que no volvieran a Herodes, regresaron a su país por otro camino”.
b) La huida a Egipto (versículos 13-15)
Aquí se menciona a Herodes en 2 ocasiones:
- Versículo 13: “Después que ellos partieron, he aquí un ángel del Señor se le apareció en sueños a José diciendo: “Levántate; toma al niño y a su madre, y huye a Egipto. Quédate allá hasta que yo te diga, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo”.
- Versículo 15: “Y estuvo allí hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliera lo que habló el Señor por medio del profeta, diciendo: De Egipto llamé a mi hijo”.
c) La matanza de los inocentes (versículos 16-18)
Aquí se menciona a Herodes 1 vez.
- Versículo 16: “Entonces Herodes, al verse burlado por los magos, se enojó sobremanera y mandó matar a todos los niños varones en Belén y en todos sus alrededores, de dos años de edad para abajo, conforme al tiempo que había averiguado de los magos”.
d) El retorno de Egipto (versículos 19-23)
Aquí aparece nombrado Herodes en 2 ocasiones:
- Versículo 19: “Cuando hubo muerto Herodes, he aquí un ángel del Señor se le apareció en sueños a José en Egipto”
- Versículo 22: “Pero, al oír que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allá y, advertido por revelación en sueños, fue a las regiones de Galilea”.
(Todas las citas bíblicas están sacadas de la Biblia Reina Valera Actualizada 2015.)
Llama la atención en este segundo capítulo del evangelio de Mateo que aparece la figura de Herodes teatralizada, es decir, dialogando con los Sabios de Oriente o con sus súbditos para darles órdenes.
11. Luces y sombras de Herodes
Los historiadores no se ponen de acuerdo sobre la figura de Herodes, unos lo consideran un gran monarca, otros un tirano cruel y caprichoso.
A lo largo de las casi cuatro décadas que controló los designios de los judíos se mostró unas veces generoso con sus súbditos, otros implacable, a veces valiente y arrojado, a veces servil con las autoridades romanas.
Quiso agradar a los judíos y reformó su templo, pero también levantó nuevas ciudades y aldeas ostentosas, donde mandaba erigir templos y estatuas en honor de Augusto y de los dioses romanos.
Para complacer y honrar al César, Herodes se veía obligado a saltarse las leyes judías, la principal de las cuales prohibía la fabricación de imágenes y la adoración de falsas deidades.
Herodes se justificaba ante los judíos alegando que no lo hacía por su propia voluntad, sino que así se lo imponía el mismo emperador de Roma.
Tenemos por un lado a un monarca que:
a) lleva a cabo grandiosos proyectos de construcción, modernizando la región, mejorando sus infraestructuras y dando empleo a muchos trabajadores.
b) Amplio sus territorios gracias a la fidelidad y amistad que supo mantener siempre con las autoridades romanas.
c) Creo un sistema burocrático y administrativo eficaz
d) Desarrolló el comercio en Oriente con medidas como la construcción del gran puerto de Cesarea Marítima, la fundación de la ciudad de Fasaelis, la plantación y cuidado de enormes campos de palmeras y plantas balsámicas, la creación de colonias defensivas estratégicas en zonas peligrosas, pero claves para mantener abiertas rutas comerciales, como Batira en Perea.
e) Fue eficaz a la hora de combatir la criminalidad y la inseguridad en la zona norte de su reino: la Traconítida. Supo atener a raya a los innumerables bandoleros que asolaban dicha región y hostigaban a los ciudadanos de las zonas limítrofes.
f) Acudió raudo a socorrer a sus súbditos en casos de extrema gravedad y penuria, como cuando se produjo un terrible terremoto que sacudió la región, devastando todos los edificios, o cuando se produjo una gran sequía que agosto los campos.
g) Correspondió a los profundos sentimientos religiosos de su pueblo reconstruyendo el Templo de Jerusalén, ampliándolo y adornándolo con una decoración majestuosa.
También amuralla recintos religiosos importantes para el judaísmo como el Pozo de Abraham y la Tumba de los Patriarcas en Hebrón, y levanta un monumento en el mausoleo del rey David en su memoria.
Pero por otro lado tenemos también a un monarca que parece despreciar a sus súbditos y sus creencias:
a) De entrada era un rey que había usurpado la corona a los legítimos monarcas, los asmoneos, y había sido colocado en el trono por una potencia extranjera invasora: los romanos.
b) Además Herodes no tenía ni una sola gota de sangre judía pues era árabe. Por parte de padre era árabe idumeo y por parte de madre árabe nabateo.
c) Agobiaba a su pueblo con pesados tributos
d) Malgastaba el dinero que recaudaba con sus altos impuestos embelleciendo ciudades extranjeras para hacerse reverenciar y apreciar fuera de las fronteras.
e) Se mostraba enormemente cruel con todo aquel que se mostraba desafecto a su régimen.
Herodes creo una policía secreta política y una eficaz red de espías que controlaban el movimiento de todos los ciudadanos. A la más mínima señal de disidencia cualquiera podía dar con sus huesos en una de las numerosas prisiones repartidas por toda la geografía de Judea.
La fortaleza de Hircania, por ejemplo, se convirtió en un símbolo de la represión feroz a la los súbditos de Herodes estaban sometidos y no fueron pocos los que terminaron sus días en una de sus mazmorras.
f) La extrema crueldad que Herodes mostro con su propia familia, especialmente con los miembros de sangre asmonea, también desagradó enormemente a la mayoría de la población, que veía con buenos ojos a los hermanos Alejandro y Aristóbulo, hijos de Herodes con Mariamne.
Cuando ambos jóvenes fueron ejecutados, la indignación popular fue inmensa.
g) Herodes dio muestras de no respetar la Ley judía en numerosas ocasiones, y así ordenó levantar templos y estatuas dedicados al emperador en varias ciudades.
h) También introduce costumbres paganas para entretener y occidentalizar a los judíos, como son los teatros, los hipódromos, los circos y los gimnasios.
i) Profana la tumba del rey David para buscar oro, joyas y otras riquezas en ella.
j) Se toma el cargo de Sumo Sacerdote con mucha ligereza, poniendo y quitando a su antojo a aquellos que llegaron a ocupar su puesto.
h) Consigue enojar a las dos principales sectas judías de su época.
A los fariseos no les hace caso cuando estos le indicaban cómo debía de reconstruirse el Templo siguiendo los preceptos de la Torah.
Entre los saduceos produce un tremendo malestar el hecho de que Herodes nombre Sumos Sacerdotes a judíos traídos de Alejandría o de Babilonia (para hacerse querer entre las comunidades judías de la diáspora) en lugar de escogerlos de entre las filas saduceas, como se había estado haciendo durante años.
i) Cuando un grupo de fariseos se niega a prestar juramento de fidelidad al César, Herodes les impone una multa desorbitada.
Su cuñada, la esposa de Feroras, a la que Herodes no puede ni ver, pues antes había sido esclava, se encarga de pagar la multa.
Herodes enfurece y ordenar asesinar a un gran número de maestros de la ley fariseos.
j) Un suceso, producido pocos días antes de morir Herodes, fue la gota que colmó el vaso de la indignación popular. Nos referimos al episodio de la destrucción del águila de oro que representaba el dominio romano en Judea y que Herodes había mandado colocar nada menos que en la entrada al Templo.
Los jóvenes que perpetraron su destrucción y los dos maestros de la Ley que los incitaron a cometer el atentado fueron quemados vivos como castigo.
Entre los más religiosos este hecho levanta una ola de protestas que continuarán a la muerte de Herodes y que supondrán un quebradero de cabeza para su principal heredero, el etnarca Arquelao.
12. Bibliografía
- La biografía utilizada principalmente para redactar este artículo han sido las dos obras principales del historiador judío-romano Flavio Josefo, que además las escribió en griego.
Nos referimos a los libros:
a) La Guerra de los judíos. Libros I-III. Fantástica traducción de Jesús María Nieto Ibáñez para la Biblioteca Clásica Gredos. Una estupenda edición también de esta obra tan importante para entender la Judea de hace dos mil años.
b) Antigüedades de los Judíos. (Libros 14 a 17) Editorial Clie, edición de Alfonso Ropero Berzosa. Magnífica edición con una formidable traducción al español actual.
En ambos libros se encuentra prácticamente la misma información, con ligeras diferencias en algunos casos.
Llama la atención de que en la obra “la Guerra de los judíos”, que fue escrita primero, entre los años 75 y 79 d.C. se nos presenta una visión de la figura de Herodes mucho más positiva que en la segunda obra “las Antigüedades de los Judíos”, escrita entre los años 93 y 94 d.C., donde la figura del monarca presenta más aspectos negativos.
Para la elaboración de ambas obras Flavio Josefo se sirvió de la obra desaparecida del historiador (además de asesor y amigo íntimo de Herodes) Nicolás de Damasco, testigo privilegiado de la vida de este monarca.
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