domingo, 11 de septiembre de 2022

La Biblia es única. La Biblia es el libro más resistente

1. Introducción

2. Los cuatro grandes ataques a la Biblia

      A. Persecución antes de Cristo. Los Seléucidas

      B. Persecución en tiempos romanos

      C. Persecución de la Biblia por la Iglesia católica

      D. La crítica bíblica

3. Conclusión

 

1. Introducción

En esta serie de artículos sobre la unicidad de la Biblia llegamos a un aspecto muy interesante: la Biblia ha sido, es y será el libro más resistente jamás escrito.

Ningún otra obra en toda la historia se ha venerado, amado, admirado y respetado más que las Sagradas Escrituras, pero a su vez, no se conoce libro alguno más denostado, perseguido, atacado, denigrado como la Biblia.

Veamos ahora de manera muy resumida en qué consistieron esas agresiones que sufrieron las Escrituras.

 

2. Los cuatro grandes ataques a la Biblia

Los cuatro mayores ataques que han padecido las Sagradas Escrituras han sido: la Persecución de los griegos seléucidas, las persecuciones de los emperadores romanos, la cruzada de la iglesia católica contra las traducciones de la Biblia a lenguas vulgares y la llamada crítica bíblica.

Veamos más en detalle en qué consistieron cada una de estas agresiones.

  

A. Persecución antes de Cristo. Los Seléucidas

La primera persecución en toda regla a las Sagradas Escrituras, en este caso al Tanaj (el Antiguo Testamento), con el ánimo de acabar con ellas para siempre la vemos en Israel en el siglo II a.C. con las disposiciones del rey Antíoco IV de la dinastía seléucida.

Para entender mejor quienes eran estos seléucidas y por qué detestaban tanto las leyes judías debemos remontarnos a Alejandro Magno, que como sabemos, logró conquistar un vasto territorio que se extendía desde Macedonia, en el este de Europa, hasta el valle del Indo en la India.

A la muerte de Alejandro Magno, cuatro de sus generales se reparten el imperio de su rey macedonio.

Uno de ellos es Seleuco I Nicátor, que recibe parte de Asia Menor, Israel, Siria, Mesopotamia y Persia.

Los sucesores de Seleuco I Nicátor, heredan su dilatado imperio.

Uno de estos descendientes es Antíoco IV Epífanes, el cual toma una serie de medidas hacia el año 167 a.C. que desencadenan una guerra con los judíos que ha pasado a la historia con el nombre de Revuelta de los Macabeos.

Con el fin de unificar a todos los pueblos de su enorme imperio, Antíoco IV Epífanes, decide imponer las tradiciones y costumbres griegas.

Especial importancia adquiere para este rey la eliminación de las religiones de sus súbditos.

Por primera vez en la historia un gobernante determina, mediante un edicto, acabar con las leyes y preceptos mosaicos, y destruir las Sagradas Escrituras.

Los judíos están obligados a ofrecer sacrificios a los dioses paganos, a dejar de observar la Torah y a deshacerse de los libros sagrados que estén en su posesión.

Los judíos más piadosos se rebelan contra estas disposiciones y dan lugar a una guerra que acabará con la dinastía seléucida para implantar otra dinastía, esta vez hebrea: los asmoneos.

Caída de Antíoco IV Epífanes de su carro de combate según Macabeos II. Gustav Doré

B. Persecución en tiempos romanos

Las autoridades romanas condenaron a muerte y crucificaron a Jesús, presionadas por la casta religiosa judía.

También ejecutaron a algunos apóstoles.

Nerón se ensañó con la primitiva comunidad cristiana de Roma, a la que utilizó de cabeza de turco para desviar las sospechas que sobre él se vertían de haber originado el gran incendio de la capital en julio del año 64 d.C.

Otra decena de césares romanos se propusieron acabar con los cristianos o poner límites a su expansión por el imperio.

De entre todos los emperadores romanos hostiles al Cristianismo destaca Diocleciano, cuya feroz persecución buscaba poner fin a este movimiento eliminando los Evangelios definitivamente.

Busto del emperador Diocleciano en el Palacio de Diocleciano en Split (Croacia)

Especial mención haremos a los llamados Mártires de las Sagradas Escrituras, un grupo de cristianos de Abitinia (actual Túnez) que sufrieron un despiadado martirio en el año 304 d.C. por no negarse a entregar las Sagradas Escrituras de su comunidad a las autoridades romanas que las quemaban públicamente.

Otro ejemplo de martirio a un fiel por negarse a deshacerse de las Sagradas Escrituras lo encontramos en el obispo Félix de Tibiuca, en Numidia, provincia de Africa Proconsularis (también en la actual Túnez), que murió decapitado.

También conoceremos a Timoteo (Timotheus) y Maura, una pareja de cristianos recién casados que vivían en Tebas (Egipto) y que, después de ser horriblemente torturados, fueron condenados a morir crucificados por resistirse a desvelar el paradero de las Sagradas Escrituras de su comunidad.

Con el Edicto de Tolerancia de Galerio o Edicto de Tolerancia de Nicomedia (Edictum tolerationis Galerii), promulgado el día 30 de abril del año 311 d.C., se abandona de manera oficial toda persecución a los cristianos en el Imperio Romano.

Dos años más tarde, en el año 313 d.C. se publica el Edicto de Milán (Edictum Mediolanense) mediante el cual los emperadores Constantino y Licino declaran la completa libertad de culto en todo el imperio.

A finales de ese mismo siglo IV, en el año 380 d.C., con la proclamación del Edicto de Tesalónica, también llamado Edicto de los Tres Césares o Cunctos populos (a todos los pueblos), se establece que únicamente el cristianismo puede ser la religión oficial del Imperio Romano.

 

C. Persecución de la Biblia por la Iglesia católica

Iglesia e Imperio son ahora dos caras de la misma moneda, los asuntos religiosos pasarán a ser políticos y viceversa.

La iglesia acumula cada vez más poder, más riquezas y se va alejando del mensaje bíblico para ir creando sus propios dogmas.

Las Sagradas Escrituras pierden peso en la vida cristiana en detrimento de la liturgia, los sacramentos y la veneración de santos y vírgenes.

La única versión de la Biblia autorizada por la iglesia es la Biblia Vulgata, es decir, la Biblia que Jerónimo de Estridón tradujo desde el hebreo y el griego al latín, entre los años 382 y 420 d.C.

La iglesia católica se hace con el monopolio de la Biblia e impide el libre acceso a su contenido a todos los fieles.

Sólo los clérigos pueden leerla en latín.

Queda tajantemente prohibido realizar traducciones a las diferentes lenguas vernáculas.

La razón de tan firme restricción está en la profunda convicción por parte de los papas de que la libre lectura de la Biblia ha de conducir inexorablemente una mala interpretación de su contenido y por lo tanto a todo tipo de desviaciones de su verdadero mensaje.

Para evitar que surgieran sectas heréticas no quedaba más remedio que vetar a todos los creyentes el acercamiento a los textos sagrados.

El que ose desobedecer las disposiciones eclesiásticas a este respecto, sea leyendo o traduciendo la Biblia a lenguas vulgares, se arriesga a convertirse en un hereje, es decir, en un enemigo de la iglesia, y eso se paga con todo tipo de sanciones y castigos: cárcel, persecución, destierro o la muerte.

Veremos cómo, sobre todo a partir de finales del siglo XII d.C., la iglesia católica desata una feroz persecución y una sistemática eliminación tanto de las Biblias en lenguas comunes, como de los valientes traductores que las han hecho posibles.

A pesar del ambiente opresivo y amenazante, no son pocos los cristianos que pondrán sus vidas en juego para que el pueblo pueda acceder al mensaje salvador de Cristo.

Conoceremos a Pedro Valdo (Pierre Valdès) y a Jacques Lefèvre d'Etaples en Francia, a Juan Wiclef, a Guillermo Sawtrey y a William Tyndale en Inglaterra, a Jan Hus en Chequia, a Martín Lutero en Alemania, a Jacob van Liesvelt en los Países Bajos y a Francisco de Enzinas, a Casiodoro de Reina, a Cipriano de Valera y a Fray Luis de León en España.

Monumento a  Jan Hus en Constanza 

Ante el avance de ideas reformistas y la traducción de la Vulgata a las diferentes lenguas populares, la iglesia católica reacciona convocando el Concilio Ecuménico de Trento en 1545, creando una Inquisición Romana y estableciendo el Index Librorum Prohibitorum, es decir el Índice de Libros Prohibidos.

Portada de una edición del Index Librorum Prohibitorum. Venecia 1564

Pasan los siglos, el mundo se va secularizando y la iglesia va perdiendo su poder. Ya no se puede castigar con la pena de muerte a los protestantes que osan verter las Sagradas Escrituras a las diferentes lenguas vulgares, pero los papas siguen condenando las traducciones bíblicas.

El 9 de noviembre de 1846, el Papa Pío IX publica la encíclica “Qui pluribus” en la que arremete duramente contra las Sociedades Bíblicas: “las cuales contraviniendo las normas de la iglesia, traducen la Biblia a todas las lenguas”.

El 25 de enero de 1897, publica el Papa León XIII la Constitución Apostólica Officiorum ac Munerum, en cuyos capítulos II y III recalca que todas las biblias traducidas por protestantes o aquellas que reparten las diferentes sociedades bíblicas quedan terminantemente prohibidas.

No es hasta una fecha tan tardía como el 8 de febrero de 1966, con el Concilio Vaticano II recién clausurado, que el papa Pablo VI ordena que sea abolido el Índice de Libros Prohibidos.

 

D. La crítica bíblica

Hasta aquí hemos visto la persecución física a la Sagradas Escrituras por parte del ser humano llevada a cabo durante siglos.

En esta parte del artículo veremos cómo, con la llamada Ilustración, el siglo de las luces y la deificación de la razón, la Biblia va a ser objeto de ataques de diferente índole, pero más destructivos si cabe que los anteriores.

A partir de la segunda mitad del siglo XVII comienzan los primeros ataques a la veracidad de la Biblia.

Los estudiosos se acercan a las Escrituras desde el racionalismo, y partiendo de la premisa de que los milagros no existen, intentan explicar cómo han surgido los diferentes textos bíblicos.

El hecho de que la Biblia esté llena de hechos fabulosos es para aquellos críticos bíblicos un claro indicio de que nos hallamos ante un libro de carácter mitológico.

Se desecha la idea de que la Biblia se trate de un libro revelado por Dios a los hombres. Se trata más bien de un conjunto de mitos, de leyendas.

Se comienza negando los portentos que realiza Dios a través de algunos patriarcas, para continuar poniendo en duda la existencia de personajes como Abraham, Moisés, el rey David, o Salomón y se concluye incluso rechazando la idea que el propio Jesucristo fuera una persona real.

Veamos aquí de manera sucinta a algunos de estos críticos bíblicos:

Baruch Spinoza (1632 - 1677), para el cual la Biblia era una obra meramente humana llena de errores y contradicciones.

Richard Simon (1638–1712) dudaba que Moisés pusiera por escrito los cinco primeros libros de la Biblia.

Jean Astruc (1684 - 1766) veía en el Pentateuco dos fuentes claramente diferentes: una que llamó Elohísta (de Elohím) y otra Yahvista (de Yahvé)

Hermann Samuel Reimarus (1694-1768) que escribió que Jesús fue un líder fanático revolucionario fracasado.

Johann Salomo Semler (1725 – 1791) propuso que el contenido de los libros bíblicos fue puesto por escrito muchísimos años después de los acontecimientos, lo que explicaba que la Biblia estuviera llena de errores.

Los últimos hallazgos arqueológicos y paleográficos nos permiten ver que lo que decía Johann Salomo Semler no es cierto.

Karl Friedrich Bahrdt (1741 - 1792) proponía que Jesús fue miembro de la secta de los esenios.

Charles François Dupuis (1742 – 1809) defendía que Jesús nunca existió, fueron sus discípulos los que inventaron a Cristo a partir de una divinidad solar.

Heinrich Eberhard Gottlob Paulus (1761 - 1852) manifestaba que Jesús era un sanador ambulante, al cual los redactores de los Evangelios le atribuyeron poderes sobrenaturales.

David Friedrich Strauss (1808-1874) explicaba que todos los portentos que rodean la vida de Jesús fueron añadidos posteriormente por sus discípulos.

Joseph Ernest Renan (1823–1892) presentó a Jesucristo en su obra “Vie de Jésus” como un revolucionario anarquista contrario a toda autoridad.

Albert Schweitzer (1875-1965) escribió en su libro En búsqueda del Jesús histórico. De Reimarus a Wrede, que todos los investigadores de la vida de Jesús habían proyectado sus propios ideales ético-políticos en sus tesis, lo que significa que no eran objetivos.

El propio Albert Schweitzer describió a Jesús como una especie de iluminado que se creía el salvador de un mundo que estaba viviendo sus últimos días.

Rudolf Bultmann (1884–1976) imputaba la creación del cristianismo a los primeros discípulos de Jesús. Bultmann estaba convencido de que era imposible conocer nada con seguridad sobre Jesús de Nazaret.

Rudolf Bultmann

Analizando las diferentes tesis que defendieron estos críticos nos damos cuenta de que realmente cuesta creer seriamente que un grupo de fieles judíos del siglo I, para los cuales no cabía mayor pecado que el de la idolatría, se inventaran una figura mítica a la que venerar.

Su ídolo había sido vejado y humillado por todo tipo de chusma, tanto romanos como judíos, para acabar condenado nada menos que a morir de la manera más vergonzante en aquella época: crucificado.

Además los discípulos habían sido capaces de llevar su farsa hasta el final, no teniendo reparos en morir todos martirizados por defender una patraña que se habían inventado ellos mismos.

Algo no cuadra en las tesis de tantos sesudos estudiosos escépticos.

 

3. Conclusión

A día de hoy, bien entrado el siglo XXI, la Biblia sigue siendo el libro más venerado, leído, estudiado, vendido y traducido del mundo.

No sólo ha sabido salir ilesa de tantas persecuciones, ataques y críticas, sino que hoy más que nunca deja patente que su contenido no es obra de los hombres, sino que viene del Altísimo.

La Biblia es la Palabra de Dios, es obra del Altísimo y nada ni nadie ha podido, ni puede, ni podrá acabar con ella, pues como dijo Nuestro Señor Jesucristo: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”. (Mateo 24,35) RVA 2015.

Veamos en los siguientes cuatro artículos, de manera más detallada en qué consistieron todas las persecuciones, ataques y desacreditaciones que ha sufrido y sufre la Biblia a lo largo de los últimos 22 siglos.


Todas las imágenes usadas en este artículo han sido sacadas de Wikipedia


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