1. Introducción
2. Las persecuciones
A. Las once persecuciones
1. Claudio (41–54)
2. Nerón (54–68)
3.
Domiciano (81–96)
4. Trajano
(98–117)
5.
Adriano (117-138)
6.
Marco Aurelio (161-180)
7. Septimio Severo (193-211)
8.
Caracalla (211 - 217)
9.
Maximino el Tracio (235–238)
10.
Decio (249–251)
11.
Valeriano (253–260)
B. La persecución de Diocleciano y Galerio
3. Mártires
A. Los Mártires de las Sagradas Escrituras
B. El obispo Félix de Tibiuca
C.
El martirio de Timoteo y Maura
4. Los tres edictos
1. Introducción
Ya hemos mencionado en anteriores artículos que ningún otro
libro en toda la historia ha sido tan minuciosamente leído, estudiado y diseccionado como la Biblia.
También hemos señalado que ningún otro libro ha recibido
tanta veneración como la Biblia.
Pero, al mismo tiempo, no ha habido sobre la Tierra otro
libro que haya sido más atacado, ridiculizado, criticado, que haya sido blanco
de más burlas, agresiones y persecuciones que la Biblia.
Numerosos pueblos y gobernantes se esforzaron en acabar con
las Sagradas Escrituras.
Dos siglos antes de que naciera Nuestro Señor Jesucristo, lo
intentaron los griegos seléucidas, bajo el reinado de Antíoco IV Epífanes.
Más tarde, en los primeros cuatro siglos de nuestra era,
hubo una docena de emperadores romanos quisieron exterminar la primitiva
comunidad cristiana, y uno de ellos, Diocleciano, orquestó la primera
persecución sistemática de las Sagradas Escrituras con la intención de
borrarlas de la faz de la Tierra.
A comienzos del siglo IV el Cristianismo pasa a convertirse
en una religión tolerada en el Imperio Romano.
A las pocas décadas cambia el estatus del Cristianismo, que
pasa de ser una creencia consentida a convertirse en la religión oficial.
Terminan por fin las persecuciones a los fieles y se deja de
quemar las Escrituras, pero lejos de llegar la paz y la libertad para los
creyentes, estos ven como poco a poco la Iglesia les arrebata la Biblia para
apropiarse de ella y no permitir su lectura.
Sólo los hombres de iglesia van a poder usarla.
Se condena y castiga todos aquellos intentos de traducir la
Biblia a las diferentes lenguas europeas para hacerla comprensible al pueblo
llano, que no entendía ni el hebreo, ni el griego, ni el latín.
Se arroja al fuego toda copia de la Biblia traducida a
lenguas vulgares, y en muchos casos también al traductor.
Con la llegada de la Reforma, a comienzos del siglo XVI,
esta situación cambia en los países protestantes, pero no en los católicos,
donde se recrudece la persecución a las traductores.
En siglo XVIII, con la aparición de la Ilustración, las
agresiones que va a recibir la Biblia serán de diferente índole.
Los intelectuales se cebarán ahora con la Biblia, a la que
tratan como un conjunto de fábulas.
En el siglo XX la Biblia se convierte en un libro
incompatible con el marxismo, por lo que su edición, venta, lectura, estudio o
posesión estará completamente prohibida en los países sometidos a la dictadura
comunista.
En los varios países musulmanes también estará vedada el uso
de la Biblia, llegándose a castigar incluso con la pena de muerte a todo aquel
que se le ocurra distribuir ejemplares de la misma.
Y he aquí que nos encontramos en el siglo XXI y la Biblia
continua siendo el libro más vendido, publicado y estudiado del mundo. Algo
impensable si este libro sólo fuera obra de seres humanos.
La Biblia es la Palabra de Dios, es obra del Altísimo y nada
ni nadie ha podido, ni puede, ni podrá acabar con ella.
Veamos a continuación las persecuciones que sufrió la Biblia
en los tres primeros siglos de Cristianismo.
2. Las persecuciones
Muchas veces, cuando pensamos en las famosas persecuciones
que sufrieron los cristianos durante el imperio romano, nos vienen a la cabeza
imágenes como la famosa de Nerón tocando la lira mientras contemplaba las
llamas que devoraban Roma, o también aquellas que todos hemos visto en cuadros
o en películas, donde un grupo de desdichados son arrojados a las fieras en el
Coliseo.
También nos imaginamos a los primeros cristianos orando, o
bien celebrando oficios divinos clandestinos en las catacumbas de Roma.
Casi siempre perdemos de vista que la persecución a los
cristianos ya se daba en vida del propio Jesucristo.
Tan Nuestro Señor como sus discípulos fueron perseguidos, hostigados,
detenidos, maltratados, juzgados, condenados y murieron bajo terribles
suplicios.
Pero ni las autoridades religiosas judías, ni las romanas
pudieron sofocar aquel movimiento, que poco a poco se fue extendiendo por todo el
Mediterráneo.
Para unos, los cristianos eran unos herejes blasfemos, para
los otros un peligro para la estabilidad y seguridad del Imperio Romano.
Muchas veces resulta comprensible que el celo religioso
llevara a los judíos a intentar acabar con una secta de sacrílegos, pero lo que
no queda tan claro es por qué ciertos emperadores romanos acosaran a los
miembros de un movimiento tan pacífico que predicaban incluso el amor al
enemigo.
La respuesta es sencilla, en Roma uno podía adorar a quien
quisiera, mientras no se descuidaran los sacrificios al emperador y a las
deidades romanas.
Los cristianos se negaban en redondo a adorar a nadie más
que a Jesús, lo que suponía por un lado una provocación: la resistencia a
reverenciar al emperador de Roma se entendía como un rechazo al César, una
infracción intolerable.
Pero además, por otro lado, oponerse a alabar a los dioses
romanos y a ofrecerles sacrificios podía acarrear la cólera de los dioses
contra todo el Imperio Romano.
No se debía consentir que la imprudencia de unos pocos
pusiera en riesgo la seguridad de todo un imperio.
Esta pertinaz resistencia a la veneración de los dioses
romanos provoca la profunda animadversión de una docena de emperadores que
desencadenarán una serie de persecuciones contra los cristianos, con la
intención de incorporar a la fuerza en comunidad romana.
Veamos ahora de qué persecuciones se trata:
A. Las once
persecuciones
1. Claudio (41–54)
Cayo Suetonio relata en “Vidas
de los doce césares” la vida del emperador Claudio, y entre muchas cosas,
nos refiere que “expulsó de Roma a los judíos que
continuamente causaban tumultos a causa del agitador Chrestus”.
El emperador Claudio, que estaba harto de los altercados que se producían en Roma entre judíos y cristianos, promulga alrededor del año 49 d.C., un edicto en el que expulsaba de Roma a todos los judíos y por ende a los cristianos, pues ambos grupos eran para los romanos prácticamente lo mismo.
2. Nerón (54–68)
En la noche del 18 al 19 de julio del año 64 d.C. se produce
un incendio que asola gran parte de Roma.
Nerón culpabiliza a los cristianos y los somete a una durísima
represión: los cristianos son arrojados a las fieras en los anfiteatros, son
crucificados, o bien quemados como antorchas humanas.
Dos de los mártires más importantes de esta persecución
fueron los apóstoles Pedro y Pablo.
3. Domiciano (81–96)
El profundo antisemitismo que imperaba en Roma como consecuencia
de la guerra romano-judía hace que los cristianos se conviertan también en
víctimas del odio, pues en aquel entonces no se distinguía entre judíos y
cristianos, que a ojos de un romano de a pie, no eran otra cosa que un grupo
especial de judíos.
4. Trajano (98–117)
El emperador hispano Trajano no impulso ninguna cacería
explícita de cristianos, ahora bien, siguiendo las leyes romanas, conminaba a
sus gobernadores a que castigaran a aquellos que, habiendo sido denunciados por
sus vecinos, se negaran a retractarse públicamente de su fe.
5. Adriano (117-138)
El también hispano Adriano siguió la línea de su predecesor
en cuanto a las sanciones a los cristianos.
6. Marco Aurelio (161-180)
Marco Aurelio pasó a la historia como el emperador filósofo
pues se le consideró un gobernador intelectual.
Marco Aurelio detestaba a los cristianos, a los cuales
dejaba en la más absoluta desprotección, cuando turbas de indeseables los
sometían a todo tipo de malos tratos, acusados de ser los responsables de causar
todas las contrariedades que recaían sobre el pueblo, como fueron la guerra, la
peste y la crisis económica.
7. Septimio Severo (193-211)
Septimio Severo quiso frenar a toda costa la expansión del
cristianismo en el Imperio Romano.
Para ello proclama un decreto en el año 202 d.C. mediante el
cual quedan prohibidas tanto la conversión como la propagación de dicha fe.
8. Caracalla (211 - 217)
Caracalla mantuvo las prohibiciones establecidas por su
precursor y además incrementó el acoso hacia la comunidad cristiana,
principalmente porque veía que el resto de sus súbditos veían con buenos ojos
sus medidas hostiles a dicho movimiento.
9. Maximino el Tracio (235–238)
Maximino el Tracio decidió atajar el rápido crecimiento de
la comunidad de creyentes en Roma yendo directamente contra sus dirigentes.
10. Decio (249–251)
Decio
obliga por decreto a todos sus súbditos a presentar ofrendas ante las imágenes
de los diferentes ídolos romanos.
Todos
los ciudadanos sin excepción se veían forzados a comer de la carne de los sacrificios
además de rezar por el bienestar del emperador Decio.
A
todo aquel que cumplía con estas obligaciones se le extendía un certificado
oficial llamado libellus.
Pero
al que desobedecía le esperaban duras sanciones e incluso la pena capital.
11. Valeriano (253–260)
Valeriano
se hace con el poder en un momento crítico para Roma, pues el Imperio está
sometido a todo tipo de desastres.
Para
ganarse la piedad de los dioses, el emperador Valeriano, aprueba en el año 257 una
ley en la cual se apremia a los cristianos a que renuncien de su fe y vuelvan a
practicar la religión de sus antepasados.
Un
año más tarde, el emperador Valerio vuelve a la carga, proclamando un segundo
edicto en el que se condena a muerte a todos los hombres de iglesia que no
apostaten y se nieguen a adorar a los dioses romanos.
Quedan
terminantemente prohibidas las reuniones de cristianos.
B. La persecución de Diocleciano
y Galerio
Diocleciano llega al poder a finales del año 284 d.C.
El Imperio Romano está pasando por profunda crisis y
Diocleciano está convencido que solo se podrá salir de ella con la ayuda de los
dioses y con la figura de un poderoso emperador.
Los cristianos son vistos como un cuerpo extraño, ajeno a las
costumbres romanas, el cual lejos de ayudar a crear un imperio fuerte, están
actuando como un elemento disgregador, que rechazaba de lleno el cumplimiento
de las principales tradiciones, entre las que se encontraba la adoración de los
dioses del Panteón Romano.
Diocleciano dispone a través de varios edictos que se
purguen todos los cargos públicos de cristianos, especialmente el ejército.
Se prohíbe toda reunión o asamblea de fieles, los lugares de
culto sin cerrado o destruidos.
Todos los cristianos deben desdecirse de su fe, aquel que porfíe
será torturado y posteriormente ejecutado.
Todo cristiano tiene el deber de deshacerse de las Sagradas
Escrituras poniéndolas en manos de las autoridades que proceden a eliminarlas.
Queda terminantemente prohibida la posesión de Evangelios u
otros libros sagrados, castigándose con la muerte la desobediencia.
Tenemos en estos momentos la mayor persecución a la Biblia
en toda su historia, que va a tener como consecuencia el martirio de miles de
fieles cristianos que se niegan a abandonar su fe y a entregar las Sagradas
Escrituras.
Pero la persecución es implacable y la mayoría de los textos
sagrados desaparecen.
Aun así, muchos valientes harán todo lo que esté en sus
manos para evitar la incautación de su bien más precioso: la Biblia, poniendo
en riesgo sus vidas.
Pasarán a la historia como los Mártires de las Sagradas
Escrituras, también
conocidos como los Protectores de las Sagradas Escrituras o Mártires de
Abitinia.
3. Mártires
A. Los Mártires de
las Sagradas Escrituras
Los conocidos como Mártires de las Sagradas Escrituras (o
Protectores de las Sagradas Escrituras) fueron los fieles de la comunidad
cristiana de Abitinia, en la actual Túnez, que murieron de la manera más cruel,
en el año 304 d.C. por negarse a entregar las Sagradas Escrituras a las
autoridades romanas.
En dicha ciudad de Abitinia, en la región de Numidia, en la provincia
romana de Africa Proconsularis (actual Túnez), había una activa comunidad
cristiana dirigida por el presbítero Saturnino.
Un miembro muy importante de cada una de las diferentes
comunidades cristianas que existían en la época era la figura del lector, que
era la persona responsable de custodiar los libros sagrados y de leerlos en voz
alta durante los servicios divinos.
Bajo el gobierno de Diocleciano van a ser muchos los
lectores que sufrirán martirio por negarse a entregar las Sagradas Escrituras.
En Abitinia, el presbítero Saturnino decide desobedecer el
Edicto de Diocleciano y continuar celebrando reuniones con los fieles de forma clandestina.
El domingo día 6 de febrero del año 304 d.C., los cristianos
se encontraban celebrando la eucaristía en la casa de Octavio Félix, cuando son
interrumpidos por un grupo de soldados romanos que los detiene a todos y los
traslada a Cartago, capital de la provincia, donde son interrogados por el Proconsul
Anulino.
Ahí, uno por uno, son sometidos a salvajes padecimientos
para que revelen toda la información que puedan sobre la comunidad y sobre todo
sobre el paradero de los libros sagrados.
Algunos, cuando se les recrimina su oposición a obedecer al
César contestan: “Dios es más grande que
el emperador”.
A la pregunta concreta de dónde esconden la Biblia, varios
fieles, entre ellos Ampelio, el lector de la comunidad de Abitinia, responden
que la guarda en su corazón.
Van pasando uno a uno por el potro de torturas, también
mujeres y niños, y todos reaccionan de igual manera.
Nadie apostata de su fe y nadie revela el paradero de las
Sagradas Escrituras.
Los 49 reos son ejecutados después de padecer terribles
torturas.
B. El obispo Félix de
Tibiuca
Otro caso similar de
persecución a las Sagradas Escrituras, en el mismo contexto histórico y en la
misma región romana, Numidia, provincia de Africa Proconsularis, lo podemos ver
en lo que le sucedió al obispo Félix de Tibiuca.
Tibiuca era un
pueblo cercano a Cartago, la capital de la provincia, donde había una comunidad
de cristianos dirigidos por el Obispo Félix.
Un día de verano del
año 303 d.C., Magniliano, primer magistrado de dicha localidad, conmina al
Obispo Félix a que le dé las Sagradas Escrituras para poder destruirlas, tal y
como disponía el edicto de Diocleciano.
Félix reconoce estar
en posesión de las Escrituras de su comunidad, pero le avanza a Magniliano que
no cuente con su colaboración pues antes prefiere ser quemado vivo a ver cómo
arde la Biblia, porque hay que obedecer a Dios por delante de los emperadores
de este mundo.
Magniliano encarcela
a Félix para quebrar su voluntad, pero pasan los días y el obispo se mantiene
tan firme como al principio.
Tras dieciséis días de
cautiverio en la más inmunda de las mazmorras, Félix no da su brazo a torcer y
Magniliano, aborrecido, decide mandarlo al prefecto y que decida él.
El prefecto lo envía
a Apulia (Italia), y le promete perdonarle la vida si confiesa dónde oculta las
Escrituras.
Ante la negativa de
Félix, el prefecto ordena la decapitación del prisionero el día 30 de agosto de
303 d.C.
C. El martirio de Timoteo y Maura.
Oteo ejemplo de la persecución de Diocleciano a las Sagradas
Escrituras la podemos ver en el martirio de Timoteo y su esposa Maura, que se produjo
en Tebas (Egipto) dos décadas antes de la matanza de Abitina que hemos
mencionado más arriba.
Timoteo y Maura eran dos jóvenes cristianos que acababan de
contraer matrimonio.
Timoteo era diácono y lector en la comunidad de Tebas, por
lo que era el encargado de la custodia y lectura de las Sagradas Escrituras.
En el año 286 d.C. Timoteo y Maura son hechos prisioneros y
se les somete a tortura para que le revelen al prefecto romano dónde esconden
las Escrituras y además apostaten de su fe.
Timoteo les dice que antes entregaría a sus propios hijos,
si los tuviera, que las Sagradas Escrituras.
Le sacan los ojos a Timoteo y el prefecto romano le espeta:
“Ahora ya no te servirán de nada tus
Escrituras”.
El prefecto de Egipto continúa sometiendo a la pareja a
cruentos tormento para que cedan a sus pretensiones, pero no logra nada.
Cansado de esperar sin obtener ningún tipo de resultado, el
prefecto ordena la crucifixión de ambos.
4. Los tres edictos
En el año 305 d.C. Diocleciano se retira del poder y lo releva
Galerio, que mucho más creyente en los dioses romanos que Diocleciano antecesor
y odiaba profundamente a los cristianos.
Se endurecen los ataques a las comunidades cristianas.
En el año 311 d.C. Galerio enferma gravemente y dicta que se
suspenda todo acoso a los cristianos.
Galerio teme a la muerte y quiere que los cristianos recen
por él.
Para congraciarse con sus víctimas, Galerio publica el 30 de
abril del año 311 d.C. el Edicto de
Tolerancia de Galerio, también conocido como Edicto de Tolerancia de Nicomedia (Edictum tolerationis Galerii), mediante el cual se pone fin de
manera oficial a la persecución cristiana.
El cristianismo se convierte de repente en religio licita, es decir en religión permitida en el Imperio Romano.
Más tarde, en el año 313 d.C. los emperadores Constantino y
Licino promulgarán el Edicto de Milán (Edictum Mediolanense) que concede la
libertad de culto en todo el imperio.
En el Concilio de Nicea del año 325 d.C. el emperador
Constantino declara la autoridad infalible de las Sagradas Escrituras y le
encomienda al obispo Eusebio de Cesarea la creación de 50 copias de la Biblia.
Con la promulgación del Edicto de Tesalónica, también
llamado Edicto de los Tres Césares o Cunctos Populos (A todos los pueblos), el
día 28 de febrero del año 380 d.C., la iglesia da el tercer y último gran paso,
pues el cristianismo se convierte en única religión oficial del Imperio Romano.
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