miércoles, 27 de abril de 2022

La Biblia es el libro más resistente. Persecución en tiempos romanos

1. Introducción

2. Las persecuciones

      A. Las once persecuciones

            1. Claudio (41–54)

            2. Nerón (54–68)

            3. Domiciano (81–96)

            4. Trajano (98–117)

            5. Adriano (117-138)

            6. Marco Aurelio (161-180)

            7. Septimio Severo (193-211)

            8. Caracalla (211 - 217)

            9. Maximino el Tracio (235–238)

            10. Decio (249–251)

            11. Valeriano (253–260)

      B. La persecución de Diocleciano y Galerio

3. Mártires

      A. Los Mártires de las Sagradas Escrituras

      B. El obispo Félix de Tibiuca

      C. El martirio de Timoteo y Maura

4. Los tres edictos

 

1. Introducción

Ya hemos mencionado en anteriores artículos que ningún otro libro en toda la historia ha sido tan minuciosamente leído, estudiado y diseccionado como la Biblia.

También hemos señalado que ningún otro libro ha recibido tanta veneración como la Biblia.

Pero, al mismo tiempo, no ha habido sobre la Tierra otro libro que haya sido más atacado, ridiculizado, criticado, que haya sido blanco de más burlas, agresiones y persecuciones que la Biblia.

Numerosos pueblos y gobernantes se esforzaron en acabar con las Sagradas Escrituras.

Dos siglos antes de que naciera Nuestro Señor Jesucristo, lo intentaron los griegos seléucidas, bajo el reinado de Antíoco IV Epífanes.

Más tarde, en los primeros cuatro siglos de nuestra era, hubo una docena de emperadores romanos quisieron exterminar la primitiva comunidad cristiana, y uno de ellos, Diocleciano, orquestó la primera persecución sistemática de las Sagradas Escrituras con la intención de borrarlas de la faz de la Tierra.

A comienzos del siglo IV el Cristianismo pasa a convertirse en una religión tolerada en el Imperio Romano.

A las pocas décadas cambia el estatus del Cristianismo, que pasa de ser una creencia consentida a convertirse en la religión oficial.

Terminan por fin las persecuciones a los fieles y se deja de quemar las Escrituras, pero lejos de llegar la paz y la libertad para los creyentes, estos ven como poco a poco la Iglesia les arrebata la Biblia para apropiarse de ella y no permitir su lectura. 

Sólo los hombres de iglesia van a poder usarla.

Se condena y castiga todos aquellos intentos de traducir la Biblia a las diferentes lenguas europeas para hacerla comprensible al pueblo llano, que no entendía ni el hebreo, ni el griego, ni el latín.

Se arroja al fuego toda copia de la Biblia traducida a lenguas vulgares, y en muchos casos también al traductor.

Con la llegada de la Reforma, a comienzos del siglo XVI, esta situación cambia en los países protestantes, pero no en los católicos, donde se recrudece la persecución a las traductores.

En siglo XVIII, con la aparición de la Ilustración, las agresiones que va a recibir la Biblia serán de diferente índole.

Los intelectuales se cebarán ahora con la Biblia, a la que tratan como un conjunto de fábulas.

En el siglo XX la Biblia se convierte en un libro incompatible con el marxismo, por lo que su edición, venta, lectura, estudio o posesión estará completamente prohibida en los países sometidos a la dictadura comunista.

En los varios países musulmanes también estará vedada el uso de la Biblia, llegándose a castigar incluso con la pena de muerte a todo aquel que se le ocurra distribuir ejemplares de la misma.

Y he aquí que nos encontramos en el siglo XXI y la Biblia continua siendo el libro más vendido, publicado y estudiado del mundo. Algo impensable si este libro sólo fuera obra de seres humanos.

La Biblia es la Palabra de Dios, es obra del Altísimo y nada ni nadie ha podido, ni puede, ni podrá acabar con ella.

Veamos a continuación las persecuciones que sufrió la Biblia en los tres primeros siglos de Cristianismo.

 

2. Las persecuciones

Muchas veces, cuando pensamos en las famosas persecuciones que sufrieron los cristianos durante el imperio romano, nos vienen a la cabeza imágenes como la famosa de Nerón tocando la lira mientras contemplaba las llamas que devoraban Roma, o también aquellas que todos hemos visto en cuadros o en películas, donde un grupo de desdichados son arrojados a las fieras en el Coliseo.

También nos imaginamos a los primeros cristianos orando, o bien celebrando oficios divinos clandestinos en las catacumbas de Roma.

Casi siempre perdemos de vista que la persecución a los cristianos ya se daba en vida del propio Jesucristo.

Tan Nuestro Señor como sus discípulos fueron perseguidos, hostigados, detenidos, maltratados, juzgados, condenados y murieron bajo terribles suplicios.

Martirio de San Andrés. Juan Correa de Vivar. 1540-1545

Pero ni las autoridades religiosas judías, ni las romanas pudieron sofocar aquel movimiento, que poco a poco se fue extendiendo por todo el Mediterráneo.

Para unos, los cristianos eran unos herejes blasfemos, para los otros un peligro para la estabilidad y seguridad del Imperio Romano.

Muchas veces resulta comprensible que el celo religioso llevara a los judíos a intentar acabar con una secta de sacrílegos, pero lo que no queda tan claro es por qué ciertos emperadores romanos acosaran a los miembros de un movimiento tan pacífico que predicaban incluso el amor al enemigo.

La respuesta es sencilla, en Roma uno podía adorar a quien quisiera, mientras no se descuidaran los sacrificios al emperador y a las deidades romanas.

Los cristianos se negaban en redondo a adorar a nadie más que a Jesús, lo que suponía por un lado una provocación: la resistencia a reverenciar al emperador de Roma se entendía como un rechazo al César, una infracción intolerable.

Pero además, por otro lado, oponerse a alabar a los dioses romanos y a ofrecerles sacrificios podía acarrear la cólera de los dioses contra todo el Imperio Romano.

No se debía consentir que la imprudencia de unos pocos pusiera en riesgo la seguridad de todo un imperio.

Esta pertinaz resistencia a la veneración de los dioses romanos provoca la profunda animadversión de una docena de emperadores que desencadenarán una serie de persecuciones contra los cristianos, con la intención de incorporar a la fuerza en comunidad romana.

La última oración de los mártires cristianos de Jean Léon Gérôme

Veamos ahora de qué persecuciones se trata:

 

A. Las once persecuciones

 

1. Claudio (41–54)

Cayo Suetonio relata en “Vidas de los doce césares” la vida del emperador Claudio, y entre muchas cosas, nos refiere que  “expulsó de Roma a los judíos que continuamente causaban tumultos a causa del agitador Chrestus”.

El emperador Claudio, que estaba harto de los altercados que se producían en Roma entre judíos y cristianos, promulga alrededor del año 49 d.C., un edicto en el que expulsaba de Roma a todos los judíos y por ende a los cristianos, pues ambos grupos eran para los romanos prácticamente lo mismo.

 

2. Nerón (54–68)

En la noche del 18 al 19 de julio del año 64 d.C. se produce un incendio que asola gran parte de Roma.

Nerón culpabiliza a los cristianos y los somete a una durísima represión: los cristianos son arrojados a las fieras en los anfiteatros, son crucificados, o bien quemados como antorchas humanas.

Dos de los mártires más importantes de esta persecución fueron los apóstoles Pedro y Pablo.

Cartel de la película muda Quo Vadis del año 1913

3. Domiciano (81–96)

El profundo antisemitismo que imperaba en Roma como consecuencia de la guerra romano-judía hace que los cristianos se conviertan también en víctimas del odio, pues en aquel entonces no se distinguía entre judíos y cristianos, que a ojos de un romano de a pie, no eran otra cosa que un grupo especial de judíos.

  

4. Trajano (98–117)

El emperador hispano Trajano no impulso ninguna cacería explícita de cristianos, ahora bien, siguiendo las leyes romanas, conminaba a sus gobernadores a que castigaran a aquellos que, habiendo sido denunciados por sus vecinos, se negaran a retractarse públicamente de su fe.

 

5. Adriano (117-138)

El también hispano Adriano siguió la línea de su predecesor en cuanto a las sanciones a los cristianos.

 

6. Marco Aurelio (161-180)

Marco Aurelio pasó a la historia como el emperador filósofo pues se le consideró un gobernador intelectual.

Marco Aurelio detestaba a los cristianos, a los cuales dejaba en la más absoluta desprotección, cuando turbas de indeseables los sometían a todo tipo de malos tratos, acusados de ser los responsables de causar todas las contrariedades que recaían sobre el pueblo, como fueron la guerra, la peste y la crisis económica.

Estatua ecuestre de Marco Aurelio en el Capitolio de Roma

7. Septimio Severo (193-211)

Septimio Severo quiso frenar a toda costa la expansión del cristianismo en el Imperio Romano.

Para ello proclama un decreto en el año 202 d.C. mediante el cual quedan prohibidas tanto la conversión como la propagación de dicha fe.

 

8. Caracalla (211 - 217)

Caracalla mantuvo las prohibiciones establecidas por su precursor y además incrementó el acoso hacia la comunidad cristiana, principalmente porque veía que el resto de sus súbditos veían con buenos ojos sus medidas hostiles a dicho movimiento.

 

9. Maximino el Tracio (235–238)

Maximino el Tracio decidió atajar el rápido crecimiento de la comunidad de creyentes en Roma yendo directamente contra sus dirigentes.

 

10. Decio (249–251)

Decio obliga por decreto a todos sus súbditos a presentar ofrendas ante las imágenes de los diferentes ídolos romanos.

Todos los ciudadanos sin excepción se veían forzados a comer de la carne de los sacrificios además de rezar por el bienestar del emperador Decio.

A todo aquel que cumplía con estas obligaciones se le extendía un certificado oficial llamado libellus.

Pero al que desobedecía le esperaban duras sanciones e incluso la pena capital.

 

11. Valeriano (253–260)

Valeriano se hace con el poder en un momento crítico para Roma, pues el Imperio está sometido a todo tipo de desastres.

Para ganarse la piedad de los dioses, el emperador Valeriano, aprueba en el año 257 una ley en la cual se apremia a los cristianos a que renuncien de su fe y vuelvan a practicar la religión de sus antepasados.

Un año más tarde, el emperador Valerio vuelve a la carga, proclamando un segundo edicto en el que se condena a muerte a todos los hombres de iglesia que no apostaten y se nieguen a adorar a los dioses romanos.

Quedan terminantemente prohibidas las reuniones de cristianos.

 

B. La persecución de Diocleciano y Galerio

Diocleciano llega al poder a finales del año 284 d.C.

El Imperio Romano está pasando por profunda crisis y Diocleciano está convencido que solo se podrá salir de ella con la ayuda de los dioses y con la figura de un poderoso emperador.  

Los cristianos son vistos como un cuerpo extraño, ajeno a las costumbres romanas, el cual lejos de ayudar a crear un imperio fuerte, están actuando como un elemento disgregador, que rechazaba de lleno el cumplimiento de las principales tradiciones, entre las que se encontraba la adoración de los dioses del Panteón Romano.

Diocleciano dispone a través de varios edictos que se purguen todos los cargos públicos de cristianos, especialmente el ejército.

Se prohíbe toda reunión o asamblea de fieles, los lugares de culto sin cerrado o destruidos.

Todos los cristianos deben desdecirse de su fe, aquel que porfíe será torturado y posteriormente ejecutado.

Todo cristiano tiene el deber de deshacerse de las Sagradas Escrituras poniéndolas en manos de las autoridades que proceden a eliminarlas.

Queda terminantemente prohibida la posesión de Evangelios u otros libros sagrados, castigándose con la muerte la desobediencia.

Tenemos en estos momentos la mayor persecución a la Biblia en toda su historia, que va a tener como consecuencia el martirio de miles de fieles cristianos que se niegan a abandonar su fe y a entregar las Sagradas Escrituras.

Pero la persecución es implacable y la mayoría de los textos sagrados desaparecen.

Aun así, muchos valientes harán todo lo que esté en sus manos para evitar la incautación de su bien más precioso: la Biblia, poniendo en riesgo sus vidas.

Pasarán a la historia como los Mártires de las Sagradas Escrituras, también conocidos como los Protectores de las Sagradas Escrituras o Mártires de Abitinia.

 

3. Mártires

 

A. Los Mártires de las Sagradas Escrituras

Los conocidos como Mártires de las Sagradas Escrituras (o Protectores de las Sagradas Escrituras) fueron los fieles de la comunidad cristiana de Abitinia, en la actual Túnez, que murieron de la manera más cruel, en el año 304 d.C. por negarse a entregar las Sagradas Escrituras a las autoridades romanas.

En dicha ciudad de Abitinia, en la región de Numidia, en la provincia romana de Africa Proconsularis (actual Túnez), había una activa comunidad cristiana dirigida por el presbítero Saturnino.

Un miembro muy importante de cada una de las diferentes comunidades cristianas que existían en la época era la figura del lector, que era la persona responsable de custodiar los libros sagrados y de leerlos en voz alta durante los servicios divinos.

Bajo el gobierno de Diocleciano van a ser muchos los lectores que sufrirán martirio por negarse a entregar las Sagradas Escrituras.

En Abitinia, el presbítero Saturnino decide desobedecer el Edicto de Diocleciano y continuar celebrando reuniones con los fieles de forma clandestina.

El domingo día 6 de febrero del año 304 d.C., los cristianos se encontraban celebrando la eucaristía en la casa de Octavio Félix, cuando son interrumpidos por un grupo de soldados romanos que los detiene a todos y los traslada a Cartago, capital de la provincia, donde son interrogados por el Proconsul Anulino.

Ahí, uno por uno, son sometidos a salvajes padecimientos para que revelen toda la información que puedan sobre la comunidad y sobre todo sobre el paradero de los libros sagrados.

Algunos, cuando se les recrimina su oposición a obedecer al César contestan: “Dios es más grande que el emperador”.

A la pregunta concreta de dónde esconden la Biblia, varios fieles, entre ellos Ampelio, el lector de la comunidad de Abitinia, responden que la guarda en su corazón.

Van pasando uno a uno por el potro de torturas, también mujeres y niños, y todos reaccionan de igual manera.

Nadie apostata de su fe y nadie revela el paradero de las Sagradas Escrituras.

Los 49 reos son ejecutados después de padecer terribles torturas.

 

B. El obispo Félix de Tibiuca

Otro caso similar de persecución a las Sagradas Escrituras, en el mismo contexto histórico y en la misma región romana, Numidia, provincia de Africa Proconsularis, lo podemos ver en lo que le sucedió al obispo Félix de Tibiuca.

Tibiuca era un pueblo cercano a Cartago, la capital de la provincia, donde había una comunidad de cristianos dirigidos por el Obispo Félix.

Un día de verano del año 303 d.C., Magniliano, primer magistrado de dicha localidad, conmina al Obispo Félix a que le dé las Sagradas Escrituras para poder destruirlas, tal y como disponía el edicto de Diocleciano.

Félix reconoce estar en posesión de las Escrituras de su comunidad, pero le avanza a Magniliano que no cuente con su colaboración pues antes prefiere ser quemado vivo a ver cómo arde la Biblia, porque hay que obedecer a Dios por delante de los emperadores de este mundo.

Magniliano encarcela a Félix para quebrar su voluntad, pero pasan los días y el obispo se mantiene tan firme como al principio.

Tras dieciséis días de cautiverio en la más inmunda de las mazmorras, Félix no da su brazo a torcer y Magniliano, aborrecido, decide mandarlo al prefecto y que decida él.

El prefecto lo envía a Apulia (Italia), y le promete perdonarle la vida si confiesa dónde oculta las Escrituras.

Ante la negativa de Félix, el prefecto ordena la decapitación del prisionero el día 30 de agosto de 303 d.C.

 

C. El martirio de Timoteo y Maura.

Oteo ejemplo de la persecución de Diocleciano a las Sagradas Escrituras la podemos ver en el martirio de Timoteo y su esposa Maura, que se produjo en Tebas (Egipto) dos décadas antes de la matanza de Abitina que hemos mencionado más arriba.

Timoteo y Maura eran dos jóvenes cristianos que acababan de contraer matrimonio.

Timoteo era diácono y lector en la comunidad de Tebas, por lo que era el encargado de la custodia y lectura de las Sagradas Escrituras.

En el año 286 d.C. Timoteo y Maura son hechos prisioneros y se les somete a tortura para que le revelen al prefecto romano dónde esconden las Escrituras y además apostaten de su fe.

Timoteo les dice que antes entregaría a sus propios hijos, si los tuviera, que las Sagradas Escrituras.

Le sacan los ojos a Timoteo y el prefecto romano le espeta: “Ahora ya no te servirán de nada tus Escrituras”.

El prefecto de Egipto continúa sometiendo a la pareja a cruentos tormento para que cedan a sus pretensiones, pero no logra nada.

Cansado de esperar sin obtener ningún tipo de resultado, el prefecto ordena la crucifixión de ambos.

 

4. Los tres edictos

En el año 305 d.C. Diocleciano se retira del poder y lo releva Galerio, que mucho más creyente en los dioses romanos que Diocleciano antecesor y odiaba profundamente a los cristianos.

Se endurecen los ataques a las comunidades cristianas.

En el año 311 d.C. Galerio enferma gravemente y dicta que se suspenda todo acoso a los cristianos.

Galerio teme a la muerte y quiere que los cristianos recen por él.

Para congraciarse con sus víctimas, Galerio publica el 30 de abril del año 311 d.C. el Edicto de Tolerancia de Galerio, también conocido como Edicto de Tolerancia de Nicomedia (Edictum tolerationis Galerii), mediante el cual se pone fin de manera oficial a la persecución cristiana.

El cristianismo se convierte de repente en religio licita, es decir en religión permitida en el Imperio Romano.

Más tarde, en el año 313 d.C. los emperadores Constantino y Licino promulgarán el Edicto de Milán (Edictum Mediolanense) que concede la libertad de culto en todo el imperio.

En el Concilio de Nicea del año 325 d.C. el emperador Constantino declara la autoridad infalible de las Sagradas Escrituras y le encomienda al obispo Eusebio de Cesarea la creación de 50 copias de la Biblia.

Con la promulgación del Edicto de Tesalónica, también llamado Edicto de los Tres Césares o Cunctos Populos (A todos los pueblos), el día 28 de febrero del año 380 d.C., la iglesia da el tercer y último gran paso, pues el cristianismo se convierte en única religión oficial del Imperio Romano.


Todas las imágenes usadas para este artículos han sido tomadas de Wikipedia

  

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